Sobre la tierra suelta, la chamacada corría tras la pelota aquella tarde, casi noche decembrina. Entre ellos, los hijos de Serafín. En la sombra que proyectaban las casuchas, la humedad se cristalizaba y por la noche todos querían un sitio cercano a la estufa, donde el agua para el café hervía.
Diciembre y sus posadas poblaban el llano.
Por donde quiera se veían procesiones. Señal de fiesta.
–Vamos a ver dónde están rompiendo piñatas.
A la familia que le había tocado organizar la búsqueda de posada para esa noche, encabezaba la procesión, con las figuras del nacimiento del niño Jesús (aún ausente; se incorporaría hasta el día 24) sobre una tabla donde las figuras de san José y la virgen María destacaban sobre el pesebre, sin que faltaran los bueyes y burros que, con su aliento, darían calor al hijo de Dios.
El llano era un territorio plagado de polvo salitroso, que se adhería a la ropa. Empanizada se veía la gente, pero contenta y lo mejor abrigada para evitar los mordiscos del frío.
A Los cánticos de la temporada se sumaban las reprimendas de las mamás:
—¡Nomás no se comportan, escuincles, y a ver si los dejo ir a las piñatas! Están advertidos.
—Déjelos, Teresita: son niños y tienen mucha energía.
A la procesión se sumaban más y más chamacos para enterarse donde serían las piñatas. Volverían a casa con los aguinaldos que repartían al final del festejo: colación y fruta de la temporada: cañas, naranjas, mandarinas, jícamas… Lo más disputado eran los trozos de barro de la piñata, usados como cazuelas para llevar lo ganado en la rebatiña.
En el patio acomodaron las sillas estratégicamente para recibir a los invitados y brindarles ponche caliente con un chorrito de mezcal o alcohol de caña o, ya entrados en lujos, brandy o tequila:
—Poquito no veneno no mata, comadre.
En la cocina, sin descuidar la estufa, la esposa del compadre no lo descuidaba: “Es que ya conozco a mi comadrita: nomás se le sube lo alegre y le sale lo cariñosa”.
Perros y chiquillos abundaban. También merodeaban grupos de otras colonias, adolescentes en busca de fandango.
—Por qué “poquito”, compadre; no me limite: échele un más, que el frío se dejó venir…
—Ya dijo: usté me dice cuánto… Nomás no se vaya a encuetar antes que arrullemos al niño Dios… Se encabresta mi vieja si hay desfiguros.
—Me sé comportar, compadre; me sé comportar… Ni que no me conociera, caray.
—Pues por eso, comadrita; por eso… Usted y yo vamos a encabezar el baile, comadre.
—Pero si cómo de que no, ya dijo y no me echo para atrás…
—La dejo porque ya tengo que colgar las piñatas y ver que los chiquillos no se agarren a moquetes. Aquí les dejo la botella, por si quiere un poquito más.
—Pues qué me sabe o qué, compadre. ¡Convídele a los demás, que ya me están echando ojos de pistola!
Profeta era el compadre: el chiquillo que tiraba de garrotazos a la última piñata le atino a uno de los Salazar, quien se desquitó dándole una patada, pero el chamaco no era manco y reviró, lo que calentó a los otros Salazares y se armó la batalla campal, que luego se comentó entre risotadas y tragos y mordidas a las tortas de romeritos recalentados.
—Son algo serio los Salazares, donde quiera que aparecen se arma la tremolera. Bueno que no pasó a mayores, porque aparece la polecía y se engorda el caldo… ¿Otra cubita, comadre, o una cervecita?
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Créditos: Erandi Cerbón Gómez (@ErandiCerbon)
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— Fusilerías (@fusilerias) December 29, 2021