Marilyn Monroe

Marilyn, un hermoso cadáver, y Hefner

Sólo había un personaje capaz de adquirir el cuerpo embalsamado de la chica a la que le debía todo su éxito, el estrambótico Hugh Hefner

Agosto de 1962. Había tanto Nembutal en ese cuerpo con cincuenta y tres kilos de peso y un metro sesenta y seis de estatura como para matar un caballo. El cuerpo sin embalsamar pertenece a una mujer caucásica de treinta y seis años, buena constitución, melena rubia, ojos azules. Así rezaba el expediente del forense. Desde la antigüedad ya era una costumbre robar un cráneo de un escritor famoso del ataúd exhumado de algún cementerio o la cabeza de algún genio, o el hermoso cadáver completo de una diva de Hollywood. Y el de Marilyn Monroe no iba a ser la excepción.

Así fue como Ron Abbot y Allan Hast decidieron sustraer los restos mortales de la rubia que acababan de maquillar para el funeral y posteriormente transportar al Westwood Cementery en Los Ángeles.

Este robo del cadáver no tenía tintes morbosos, fue hecho en nombre de la ciencia y la justicia, ya que el doctor T. Noguchi quería analizar bien ese cuerpo para descubrir las verdaderas causas de muerte y lo mandó exhumar una lluviosa madrugada, tres días después del sepelio. Para colmo, el forense de las estrellas murió esa misma madrugada de un infarto triple al miocardio en su mansión en California.

Nuestros secuestradores escondieron escrupulosamente el cadáver de la diva en el refrigerador de su funeraria, cubierto con una sábana blanca, hasta que un día decidieron vender ese bien conservado cuerpo, ya que el embalsamador había hecho un trabajo formidable. Sólo había un personaje capaz de adquirir esa pieza de la chica a la que le debía todo su éxito, el estrambótico Hugh Hefner, quien pagó una suma considerable de dólares y la hospedó en la Mansión Playboy, en una habitación secreta llamada La Suite Elvis.

En 1974 iban a Los Ángeles, California, los aspiracionistas del jet set y más de una chica atractiva, deslumbrada por la lujosa mansión de las conejitas donde todo era posible, además de proxenetas, hombres poderosos, celebridades y playmates para codearse con la crema y nata de esa élite en las fastuosas fiestas que daba la Mansión. El consumismo y la indulgencia sexual desvergonzada eran las máximas en esa residencia que contaba con más de 29 habitaciones, estilo tudor gótica inglesa, custodiada por blanquísimas esculturas de piedra caliza siempre manchadas del rojo glose de los carnosos labios de unas salvajes y empastilladas conejitas.

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El cuarto principal era de Hugh. Ropa interior de todas las mujeres que se acostaron con él pendían del candelabro que estaba sobre una cama de madera tallada a mano con las figuras de chicas relevantes en la vida del playboy. Además figuraban los más famosos monstruos de Hollywood, desde Bela Lugosi a Boris Karloff, porque Hefner era fan de las películas de terror, aunque más terrorífico era el secreto que albergaba la Habitación Elvis.

Hefner iba a acostarse ahí de vez en cuando con la diva muerta, a la que contaba sus proyectos y deseos más exquisitos, ya que la Monroe era buena consejera. Sólo algunos pocos podían tener acceso a esa lúgubre habitación, si tenían el suficiente dinero para esa experiencia única. En el primer número de la revista Playboy apareció precisamente Marilyn Monroe en portada, vendiendo 52 mil ejemplares. Gracias a la celebridad, Hugh pudo realizar su sueño de ser el dueño y fundador de una revista que revolucionaría la forma de ver el erotismo y la vida intelectual de sus pasajeros. Por eso cuando vio la oportunidad de quedarse con el cadáver, no lo pensó dos veces.

Ahí estaba la bella durmiente sobre el terciopelo rojo de la enorme cama giratoria. Presley, que era insaciable, un día se acostó con siete conejitas, pasó varias noches en esa misteriosa habitación y gracias a que era huésped asiduo la bautizaron como “Elvis Room”. Otro rey, el del pop, Michael Jackson, tuvo varias citas románticas con Marilyn Monroe, dicen que veía películas y luego hasta las comentaba con la rubia. Utilizaban su vientre como una especie de Ouija, por la que deslizaban sus frenéticos dedos susurrando toda clase de preguntas morbosas. Allan Kardec hubiera sentido celos de todo lo que sucedía dentro de esas cuatro paredes.

El Valium era el desayuno, la comida y la cena de las conejitas que se hundían en esa tormentosa prisión del placer. En el aniversario 25 de la revista, Hefner sopló a las velitas del pastel como si se desparramara a besos sobre los muslos de una tierna conejita, aunque su obsesión enfermiza era con la diva, con la que pasaba cada vez más tiempo. Eran ya principios de los sicodélicos 70 y había invitados de todos los calibres, como Mick Jagger, Jack Nicholson y John Lennon, quien apagó su cigarrillo sobre un Matisse que colgaba de la pared.

De repente, presa de los celos ya que el Rey del Pop no salía de la “Elvis Room”, Hefner fue por su escopeta y persiguió a Michael por toda la mansión. Esa fue la última vez que alguien visitó el cadáver de Marilyn Monroe. Al morir, Hugh fue enterrado junto con la rubia.

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Madonna y Marilyn Monroe

Marilyn Monroe
Marilyn Monroe, un hermoso cadáver, y Hefner. Ilustración: Manjarrez
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