¿En verdad todas las mujeres somos vulnerables o al menos igual de vulnerables? Al parecer, hasta en las iguales hay algunas que son más iguales que otras. Y en las vulnerables, unas más que otras.
Al menos eso es parte de lo que Mikki Kendall, ensayista, activista y crítica cultural estadunidense diserta en su último libro Feminismo de barrio. Lo que olvida el feminismo blanco.
Feminismo de barrio frente al feminismo de la clase media blanca que está centrado en cosas como tener o no tener el apellido del marido. O en el derecho a no depilarse. Y el feminismo de barrio se centra en necesidades básicas para la vida, en la lucha por comer, por subsistir, por satisfacer las necesidades básicas.
Pues al parecer el feminismo ha planteado como agenda el romper el techo de cristal y la paridad en los puestos públicos sin preguntarse siquiera si ese es un tema común para la mayoría de las mujeres o se está usando el feminismo como un arma para beneficiar a una élite.
En torno a ello, la escritora cuestiona el discurso de la libertad y del acceso a puestos de poder de las mujeres que hasta ahora se ha planteado en la agenda feminista, pues asegura que no es interseccional ni combate los problemas que afectan a las más marginalizadas. “Que a las mujeres blancas les fuera mejor no era, ni sería después, el camino hacia la libertad de las mujeres negras”, escribe en el libro.
“Se supone que el feminismo es algo en lo que todas están trabajando juntas. Pero si dices que el enfoque está en lo que este grupo pequeño y privilegiado aún no tiene, no estamos trabajando para todas. Simplemente estamos creando más privilegios para las privilegiadas”, enfatiza. ( e-feminista, Cristina Bazán)
Esta visión encaja con el feminismo interseccional, que es aquel que reconoce que no existe un solo eje de opresión, el género, que tenga que ser tenido en cuenta en la teoría y la práctica del movimiento feminista, lo que sería contrario al feminismo transversal, que omite las opresiones y defiende la categoría mujer como unitaria y abstracta.
El concepto feminista de la interseccionalidad surgió en Norteamérica en la década de 1980 y reforzado hacia 1991 mediante un texto de Kimberlé Crenshaw, académica afroamericana en la Universidad de California y especializada en el campo de la teoría crítica de la raza.
Para María Rodó, especialista en temas de mujeres, género y ciudadanía, la conceptualización de las desigualdades interseccionales permite recoger, visualizar y analizar información en relación con tres dimensiones: geográfica, social y psicológica. Las categorías no se representan directamente y ante la posibilidad de mostrar distintos ejes, el privilegio y la opresión se muestran omnipresentes. Todo ello se define no como un fin en sí mismo, sino como una herramienta que conduce a la reflexión y la toma de consciencia (uv.mx).
Es necesario entender que los privilegios no son elementos de vergüenza si estos se ponen al servicio de aquellas que no tienen acceso a ello. Resulta inútil pedir que se rompa un techo cuando no hay un piso donde estar de pie con igualdad.
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