Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Serie Serafo: A dormir solo

El Bolis estaba emocionado de viajar con su papá en el camión, conocería por primera vez Toluca, solo que había un problema, el menor se mareaba con facilidad

Ese día Serafo pasó muy temprano a casa. Bajó del enorme camión de redilas, cargado ya con 12 toneladas de varilla y tubería de cobre. Sus chamacos estaban de vacaciones y mientras él almorzaba les permitió subir a la plataforma e incluso jugar en la cabina del conductor para que se entretuvieran imaginando ser los conductores de aquella enormidad.

—Prepara al Bolis para llevármelo y que conozca Toluca, así te quitó una carga más y se entretiene en el camino con el paisaje.

El chamaco no daba crédito. Siempre que salían de paseo se mareaba con el aroma a gasolina que imperaba en los camiones y le provocaba vómito. Mamá llevaba una provisión de limones para contrarrestar las náuseas de sus chamacos:

—Anda, chúpale al limón, porque si haces tus cochinadas aquí arriba el chofer nos baja. Y no acabalo para pagar otros pasajes.

El padre decidió llevarlo de paseo para que se acostumbre andar como pasajero en cualquier vehículo. El chiquillo se alistó feliz de la vida, y viajaba entre su papá —el chofer— y Cucho, el machetero que le auxiliaba en la descarga de la mercancía. Cruzaron la ciudad de oriente a poniente a hasta entroncar con la carretera a Toluca.

Serafo
Crédito: Xinhua

Cómo se asombró Bolis al ver la enormidad de la urbe y más aún cuando ingresaron a la zona boscosa de Mil Cumbres, y también con el descenso en dirección hacia los llanos de La Marquesa. Todo era felicidad.

Pero al retorno, ya sin carga, el papá conducía a gran velocidad, ingresaron a la ciudad, pero en Cuajimalpa la portezuela se abrió y Serafo dio un giro brusco y así logró cerrarla, evitando que su hijo y el machetero salieron despedidos hacia la cuneta.

Debido al susto y a las curvas, nuevamente el chamaco sufrió náuseas y sobre las piernas del machetero desempacó lo ingerido: Cucho hizo lo posible para evadir las salpicaduras y con la franela con que limpiaban los parabrisas trató de deshacerse de la basca.

Serafo condujo hasta la bodega, encerró el camión y caminaron por Morazán para abordar el chimeco que los llevaría a casa.

—¿Ya te sientes mejor, m’hijo? Te miré muy paliducho, pa’ mí que tas lombriciento, de la nada te mareas y te da la guácala… Eso no es otra cosa que parásitos…

Al llegar a casa contó a Tere, su esposa, y a los otros chamacos lo sucedido a Bolis, quien tuvo que aguantar las bromas de sus hermanos y resignarse a no salir hasta sino hasta que lo llevaran al médico para saber si los mareos eran por el aroma de la gasolina o porque su barriga estaba llena de lombrices, diagnóstico que resultó positivo y tuvieron que administrarle purgantes para deshacerse de los bichos y así, además, quitarse la crónica palidez del rostro.

Bolis tuvo que aguantarse las ganas de comer tortillas recién salidas del comal, cacahuates, pepitas, todo aquello que diera al traste con el remedio contra las lombrices. Además, debía dormir solo, pues el imaginario popular decía que en la noche las lombrices huían del remedio desparasitante, salían por la nariz y se introducían por los orificios de quien tuvieran a la mano, y no eran otros que sus hermanos:

—¿Pa qué le buscamos que toda la familia ande timbona, con la panza rellena de fideos vivos? Ni lo quiera diosito —prevenía la mamá de los pollitos—. ¡Te duermes solo! El coco no existe.

Serafo
Crédito: Xinhua
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