A Serafo la cecina le fascina. Cuando la mamá compra bisteces (ay, eso es cosa rara), le roba un par, aplica abundante sal y limón y lo cuelga de un lazo del tendedero para que se oreen. Ya tiesos, resecos y cenizos, los pone sobre la parrilla que la madre ha sacado al patio y alimentado con carbón vegetal, para la bistecisa dominicanal a la que ocasionalmente convoca, complementada con frijoles negros refritos en manteca de cerdo, cebollines y nopales asados, más la salsa verde molcajeteada y coronada con cebolla y cilantro picados finamente.
—En el rancho cuál refrigerador iba uno a tener; cuando había matanza ya se había corrido la voz, para que los vecinos vinieron a comprar, y la carne de res sobrante se salaba para que no se echara a perder; de ahí viene la cecina, m’hijo, apréndase eso.
—Pero pa’ mí que se le pasó la mano, apá, porque está carne hasta escalda la luenga…
—Len-gua, no «luenga», m’hijo. Aprenda hablar bien pa’ que no me lo cretiquen, ¿o si no pa’ qué lo mando a la escuela?
—Pos p’aprender, apá…
—Pos préndale, pero al carbón, pa’ pronto echar taco –embroma el padre y con el sombrero atiza al anafre, reaviva el fuego—, ya las tripas gruñen de hambre, hombre… Sóplele pues. Y dele otra pasadita a la salsa con el tejolote, hasta que bien martajadita quede, que así es como nos gusta…
—Como usted diga, apá, orita la remuelo y remuelo hasta que uno se la quiera beber, bien caldudita, cómo de que no —arremedaba el hijo y se ganaba miradas de «síguele y ora verás cómo te irá: si no hablo como los osos montañeses de la tele».
El chamaco aludido agacha la cabeza y refunfuña:
—Pos si no lo arremedo, es que uste no se da cuenta que así habla y a mí me gusta hablar como uste, no creo que con eso le falte el respeto, apá.
—Más le vale no estar de rezongón o se gana unos moquetes. Mejor sóplele a la lumbre para que prenda parejo. Y saque las tortillas del comal, prepárese un taco y éntrele pa que no se le haga agua la boca, qué caray, si para eso es la comida…
El aroma de la carne asada se esparce y atrae a los perros de casa; respetuosos, los tres (Dandy, Sultán y Golondrino) se sientan a prudente distancia, a la espera que les arrojen un hueso, un bocado, que cogerán al vuelo y sin disputas.
—Ya váyanse arrimando, acerquen la cazuela del arroz, los frijoles y sírvanse sin arrebatar, que para todos alcanza. Acerquen la banca y las sillas o siéntense en el suelo, donde estén más mejor acomodados… Falta la jarra del agua de limón, para pasar bocado: póngale hielitos, pero no se tarden porque todo se enfría…
—A comer y a la cama sólo una vez se llama –completa la mamá, que sale de la cocina con platos y cucharas de peltre—. ¿Los escuincles ya se lavaron las manotas? Si no, no hay taco, ¿entendieron?
Los aludidos se miran las manos.
—Lárguense al lavadero y se tallan con zacate y jabón o no almuerzan, ¿Oyeron o los llevo de las orejotas? Y se apuran o carnitas no alcanzan.
Bajo la sombra del pirul la familia mueve el bigote.
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— Fusilerías (@fusilerias) April 18, 2022