Dentro de la criminología, uno de los fenómenos de mayor dificultad a estudiar, describir y analizar es el abuso sexual hacia menores de edad a manos de mujeres. Aunque existe evidencia ancestral del contacto sexual entre adultas y niños en nuestra cultura, la razón principal para el desconocimiento de esta problemática ha sido la reticencia por parte de la propia sociedad a considerar que ellas, que dan vida, puedan ser capaces de cometer crímenes perturbadoramente violentos, tal como lo hacen los varones.
Banning (1989) explica que en la Francia del siglo XIX era socialmente aceptado el contacto sexual entre adultos y menores de edad. Wilkins (1990) menciona que las mujeres madres, por siglos, tranquilizaban y ayudaban a dormir a sus hijos menores a través de la práctica de acariciar y succionar su pene. Jennings (1993) observó en sus investigaciones sobre agresoras sexuales que en la antigua Katahara, Japón, las madres iniciaban sexualmente a sus chicos.
Debemos ser cuidadosos también con el manejo de las estadísticas, ya que, por ejemplo, a finales de los años ochenta y en los noventa, en Occidente, se prestó atención a esta problemática y comenzó a despertar el interés de los académicos, que la hicieron visible; sin embargo, no quiere decir que no hayan existido antes mujeres que abusaron de menores en épocas ancestrales, o que las agresiones a manos de mujeres se incrementaron exponencialmente. Sólo pasa que se prestó atención al fenómeno, comenzó a estudiarse, a documentarse y a visibilizarse.
El abuso sexual infantil resulta perjudicial de maneras diferentes en las víctimas, además de muchas otras razones, por tres aspectos principales: la identidad del/la agresor, el tiempo de duración (frecuencia con que se dio) y la edad del/la menor al ser abusado. Quienes reportan haber sido abusados sexualmente en la infancia describen el evento como sumamente traumatizante, haya sido a manos de un adulto mujer o de un varón (Johnson y Shrier 1987).
Las formas más frecuentes en que una mujer adulta abusa de un menor son mediante la explotación sexual (conocida esta práctica como lenocinio), generación de contenido de tipo pornográfico e incesto. Aunque se ha logrado compilar una serie de características sociodemográficas en cuanto al abuso sexual infantil por parte de mujeres, no hay una relación directa entre éstas y ese comportamiento. Algunas son que se encuentran las condiciones criminógenas del contexto en el cual viven y crecen los menores al lado de sus madres; diversos tipos de abuso que ejercen éstas sobre los menores, como físico, psicológico, económico y sexual; haber tenido las y los menores víctimas diversos cuidadores o tutores; vivencia traumática por parte del menor de la separación de sus padres; la inclusión de una madrastra o un padrastro al sistema familiar; alcoholismo y drogadicción en los padres, así como serias fallas en el desarrollo humano de ellos (McCarty 1986).
Asimismo, investigaciones realizadas por Finkelhor y Russell (1984) en Estados Unidos han intentado explicar que, aunque son más las menores mujeres agredidas sexualmente, los varones lo experimentan también en un porcentaje significativo. Han puesto de manifiesto que no existe una correlación directa entre haber sido víctima en la infancia y convertirte en un abusador en la edad adulta. La parte interesante del estudio arrojó que los menores que reportaban haber sido abusados sexualmente en la infancia lo fueron a manos de mujeres, no de hombres, generalmente hermanas, tías, vecinas y un número significativo de conocidas de la familia.
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Internalizar y callar el abuso sexual sufrido, situación que, aunque se piense lo contrario, sucede mayormente en las mujeres, de acuerdo con diversos investigadores es el inicio de un desarrollo social y psicosexual inadecuado que culmina en el padecimiento de problemas psicológicos/mentales, como trastornos alimenticios, fobias, autolesiones, consumo y abuso de sustancias, promiscuidad, personalidad borderline (conocida también como límite) y depresión. Es importante dejar en claro que personas que presenten este tipo de padecimientos no necesariamente han sido abusados sexualmente.
Por su parte, los menores varones tienden a externalizar el abuso presentando problemáticas conductuales durante su desarrollo, sentimientos de inadecuación, timidez extrema, aislamiento, preferencias sexuales por mujeres mayores, disfunciones sexuales, etcétera. Insisto, no debemos satanizar estas conductas o padecimientos mentales ni relacionarlos de manera directa como consecuencia de los eventos como el que nos ocupa. Muchas personas que han sido abusadas en su infancia llevan una vida dentro de los cánones normales esperables por su sociedad, amorosa, funcional y son individuos productivos.
Por otra parte, en investigaciones que he realizado con adolescentes varones, generalmente me reportaron su primer contacto sexual a edades muy tempranas y en 80 por ciento a manos de mujeres adultas, amigas de sus mamás o conocidas y familiares. Asimismo, en una investigación actual sobre personas privadas de su libertad y sentenciadas por trata con fines de explotación sexual de menores en México, me encontré con un dato curioso sobre el cual merece la pena reflexionar. Al hablar cotidianamente de “tratantes”, asumimos erróneamente que nos referimos a ese sujeto maquiavélico que o secuestra jovencitas a las que después pone a trabajar explotándolas laboral y sexualmente, o a ese sujeto que se hace pasar por un reclutador de talentos e invita a menores a trabajar con él y de esa manera coopta víctimas vulnerables, sobre todo en las centrales de autobuses o en las paradas del transporte público, a quienes obligan a ofrecer sus servicios sexuales esclavizándolas.
No. Los menores abusados en la infancia son tanto mujeres como hombres y la realidad es que al tener en mis manos los datos duros de personas acusadas y sentenciadas por el delito de trata con fines de explotación sexual, más de 60 por ciento de las personas privadas de su libertad y sentenciadas por ese delito se concentra en mujeres.
Las paradojas de la vida:
Él.- “…Acabábamos de secuestrar al hijo de uno de los procuradores de zona por órdenes del jefe, ya que no le había cumplido en algo que habían quedado…”
Yo.- “¿Cuántos años tenía el secuestrado? ¿cuántos integrantes tenía el equipo que lo secuestró?— Mónica Ramírez Cano (@MonRamirezCano) August 22, 2022
- Banning, A. (1989). Mother-Son incest: confronting a prejudice. Child Abuse and Neglect. 13, 563-70.
- Finkkelhor, D. y Russell, D. (1984) Women as perpetrators In Child Sexual abuse: New Theory and Research, (ed. D. Finkelhor), pp 171-85. Free Press. Nueva York. Estados Unidos de América.
- Jennings, K. T. (1993) Female child molesters: a review of the literature. In Female Sexual Abuse of Children, the Ultimate Taboo, (ed.M. Elliott). Longman. Harlow.
- Johnson R. L. y Shrier, D. (1987). Past Sexual Victimization by Females of Male Patients in an Adolescent Medicine Clinic Population. Am. J. Psychiat. 144, 650-2.
- McCarty, L. (1986). Mother-child incest: characteristics of the offender. In Child Welfare, 65, 477-58.
- Rosen, Ismond (Ed). (2003). Sexual Deviation. 3a Ed. Ed. Oxford University Press. Gran Bretaña.
- Wilkins, R. (1990). Women who sexually abuse children. Brit. Med. J. 300, 1153-4.