Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Cara sucia y los payasos

Desde temprano el hombre abandona la banca que ocupa para dormitar por las noches en la Alameda y se acerca a los puestos de tacos o tamales: no falta quién le tienda algo que llevarse a la boca

Serafo fue a cobrar su pensión y decidió matar el tiempo en la Alameda. Un hombre de pantalón rojo, camisa guinda, tenis alguna vez blancos, mugrientos; pelo teñido de amarillo y azul, y una lata en la diestra, recoge las monedas que la gente le tiende la gente solidariamente y que él destinará a la compra de activo o pegamento para PVC: cualquiera de ellos lo hará viajar fuera de esta realidad para instalarlo en las alturas del alucín.

Desde temprano el hombre abandona la banca que ocupa para dormitar por las noches en la Alameda y se acerca a los puestos de tacos o tamales: no faltará quién le tienda algo que llevarse a la boca, aunque por ahora prefiere a echar las dádivas en la mugrienta bolsa que porta en la diestra, con algunos periódicos y revistas viejas.

Bellas Artes y Alameda Central. Bellas Artes y Alameda Central.

En una de las fuentes se moja el pelo y lo escarmena, pero los necios mechones se niegan a aplastarse. Frota los brazos con rigor y los enjuaga, sin descuidar el trasto con las monedas. La gente lo mira con curiosidad:

–Mira al Carasucia: quesque se asea y el agua está verde, mugrienta…

Ve pasar a una pareja de payasos y camina tras ellos como su sombra, incluso intenta seguirle los pasos y el balanceo de lo brazos. La gente ríe pero él la mira despectivamente y sigue su camino. Los payasos giran sorpresivamente y lo encaran. Él da la media vuelta y se retira. Ahora son ellos quienes le pisan la sombra, pero él corre tras de un perro sin que logre atinarle una sola de las patadas que le tira.

–Mira, el tal Adame y sus patadas de bicicleta…

Toma asiento en una de las bancas que ocupa la pareja de tórtolos, prófugos de la escuela: se levantan y van en busca de otro sitio. Él vuelca el contenido del bote y simula contar monedas. Saca el viejo periódico y lo extiende; sobre él expande las monedas y se entretiene clasificándolas según el valor de cada una.

Devuelve al bote las monedas y de ahí van a dar a las aguas de la fuente. Arremanga sus pantalones y decide recoger el bote y su contenido. Un par de perros lo acompaña, festivos.

La pareja de policías cumple su rondín. Él va tras ellos, como atraído por un imán. Imita sus pasos hasta que los uniformados se percatan y lo ahuyentan a puntapiés que no dan en el blanco. Reciben una rechifla unánime por parte de los peatones; siguen su rumbo y reparten miradas desafiantes.

–Ayay, ayay, ayay asústame por favor –canturrea algún cábula.

Un hombre extiende la mano y recibe las monedas qué de inmediato ingresan a su morral. El sol de invierno cala. Los payasos montan su show a un lado de la fuente central. Nadie parece tomarlos en cuenta. Una corriente de aire fresco mueve a su paso la basura.

Con su bote de monedas el hombre recorre la Alameda Central. Invisible, cobra corporeidad cuando se sienta al lado de alguien. El rechazo a su compañía es inmediato. Farfulla, se jala los tiesos pelos de la cabeza y comienza aullar. En vez de miedo provoca risas. Los perros se echan a su lado. Esparce las monedas y luego se da a la tarea de recogerlas.

El tiempo transcurre lento, como amodorrado. Los payasos concluyen su rutina, levantan sus cosas y se marchan rumbo al palacio de Bellas Artes. Voltean al escuchar que las monedas se esparcen nuevamente. Serafo va tras ellos.

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