En medio de la “autoguetificación” actual de la literatura, en la que se busca sembrar en el lector la convicción de que el talento literario tiene relación con el sexo de los individuos o sus convicciones respecto a su identidad, se vuelve menos amable hacer la valoración de un texto literario. Lo que inició como el rescate de ciertas plumas olvidadas (que cualquier literatura nacional tiene, por lo demás), se ha convertido en una esforzada tentativa institucional y ciudadana de revalorización de textos en detrimento de otros, escritos por el género que no es el que se busca entronizar como hegemónico en la actualidad.
Por suerte Brenda Ríos (Acapulco, 1975) publicó un libro que se lee como el volumen que se espera de una autora con pasión lectora (cada vez más infrecuente, incluso entre los escritores) y hondas inquietudes estéticas y humanas. Hombres de verdad (2022) es un paseo gozoso, a ratos literario, a ratos humorístico, con la forma de viñetas alrededor de su idea del “hombre” y la manera en la que ésta se muestra en diversas representaciones literarias o artísticas, al parecer elegidas al vuelo desde las lecturas recientes de su autora. La forma híbrida del texto es un acierto: el collage de anécdotas, experiencias, recortes de memoria y apuntes de lectura, regresan a los lectores un atisbo del viejo dinamismo que “los libros más leídos de la actualidad” ya no ofrecen. Es una calistenia de la inteligencia que exige concentración y espíritu crítico, lo cual se agradece sin medida en esta época de novelones con un mínimo de páginas, o de ensayos de actualidad para “entender el mundo actual”.
Es encomiable que Ríos proceda a la reconstrucción del estereotipo masculino a partir de lecturas estrictamente literarias sin relación directa con el feminismo actual. Habría sido un juego de niños arrojarse a la gula de citar parrafadas de Simone de Beauvoir, Judith Butler, Rebecca Solnit o cualquier otra autora “radical” de moda sólo para delinear un modelo humano que fluctúa con el paso de los años. Los hombres de hoy, no son los mismos que los de hace cien años. En sus momentos destacables, la autora se erige como cronista de sus experiencias y triunfa en la parte escritural que da cuenta de sí misma. Por el contrario, mengua en su capacidad para aportar a la redefinición antropológica del “hombre” como construcción simbólica de una época. Los subrayados dan cuenta de una idea caricaturesca de cierto modo de masculinidad que se ha vuelto paradigmático por abordajes sesgados o incluso hostiles contra el denominado “patriarcado”.
El mérito de este libro es testimonial: una escritora hace el recuento de ciertos episodios de su vida y utiliza como pretexto la aparición de los “hombres” como leitmotiv fenomenológico, sea en el marco de lo íntimo o de lo social. Ahora bien, un crítico literario agradece las opiniones alrededor de ciertos libros, los ejercicios de sensibilidad que revelan un modo específico de entender la producción cultural. Dudo que aporte demasiado a un lector promedio que carece de las lecturas mínimas para navegarlas. Hombres de verdad elige un salto de riesgo que nos revela a su autora como una sensibilidad artística (no caeré en el juego de calificar de “femenina”) que mira su tiempo y lo contrasta con lo que ha sido y lo que podría ser.
En estas páginas, su “idea del hombre” es la constante. Ríos dialoga una y otra vez con el mismo fantasma. Le dice esto y lo otro, en ocasiones con furia, en otras con desdén, pero la mayor parte del tiempo con un gesto de incomprensión. Su modo de descifrar a la masculinidad es a través de paradojas que no se resuelven. Habría sido deseable arrojarse a delimitar su imagen tan sólo desde la parte de la representación estética. Sin embargo, la agenda de la actualidad es que se hagan lecturas de “género”, como si ese fuese de manera rotunda “el espíritu de la época”, cuando un escritor no tiene otro horizonte que la imaginación y su ingenio para ponerlo al servicio de sus obsesiones. Lo demás termina por ser otro gramo de ceniza lanzado al abismo del tiempo.
A un lado de sus méritos por la parte testimonial, se antoja preocupante que la agenda lectora de Ríos parece anclada en la actualidad. La selección de lecturas es la de la mesa de novedades, al igual que ciertos autores traídos y llevados por circunstancias extraliterarias (su elección sexual, por ejemplo), por el daño que han hecho a varias literaturas nacionales (el boom), o porque la academia norteamericana los utiliza para probar esto o aquello y con eso ganan notoriedad. El asomo a João Guimarães Rosa y a José Lezama Lima se agradece, pero la dedicación a ciertos autores contemporáneos ―Pedro Juan Gutiérrez, por ejemplo― es motivo de sonrojo. Por supuesto que contribuyen con múltiples cartones a integrar la caricatura “varonil” que busca Ríos (pensaré que de manera involuntaria), pero denotan trato infrecuente con autores de mayor sofisticación. Más difícil habría sido hallar ciertas formas de la masculinidad en los libros de Honoré de Balzac o de Kenneth Goldsmith.
Por lo demás, el libro que se forma con el binomio de los recuerdos personales y familiares y la ciudad de Acapulco como metáfora del mundo, habría sido un mejor texto literario lejos de la inoculación zombificada del asunto de género. Nada más finalizar el volumen uno siente que debe raspársele la lectura de lo “masculino”, a la manera de un musgo adherido a un árbol para dejar a la vista a una Brenda Ríos como autora de fuste y, a un tiempo, como sujeto de un tiempo histórico que escribe en tanto que organismo biológico sujeto al ciclo natural de vida y muerte. Las incursiones del escritor en otros ámbitos del pensamiento (sociología, psicología social, antropología, etc.) ofrecen algún interés a corto plazo, pero siempre en detrimento de una apuesta a largo plazo para el libro. No hay pecado en arrojarse a perseguir el vuelo de las burbujas de la actualidad (el oficio de los editores), si se tiene la certeza de saber lo que se entrega a cambio.
Hombres de verdad debe recorrerse como quien busca a Brenda Ríos detrás de sus opiniones e intuiciones sobre el sexo masculino. Una vez que el lector pueda hallarla descubrirá a una autora con la claridad analítica y la perspicacia necesarias para arrojarse a los brazos de lo que mejor sabe hacer un escritor: imaginar mundos con ayuda de las palabras.
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— Fusilerías (@fusilerias) December 9, 2022