La distopía de 1984 dejó de ser ficción para convertirse en una terrible realidad en muchos países. Sus habitantes no hablan, no escriben, sólo observan, padecen; evitan pensar su existencia misma, tienen miedo de que sus pensamientos se conviertan en murmullos y el vecino los escuche.
Don Jodón, así le llamaremos a los encargados de encabezar estos gobiernos, está “cómodo” con el silencio, sabe que le temen, lo odian. Su lucha diaria es tratando de controlar la palabra, el más peligroso de sus enemigos; de distintas formas tratan de acallarla, confiscan libros, cancelan cuentas en redes sociales, encarcelan a sus autores, amenazan a los escribanos, matan a los periodistas.
La palabra combate, conforta, apoya, acompaña, levanta, solidariza. Por eso desde otras latitudes la cultura, la palabra, el arte, combaten para salvarlos, para salvarnos.
Llegar desde un país de los silencios, comenzar a escuchar su propia voz sin miedo, es dejar de normalizar una realidad. Despertar el coraje de la injusticia después de muchos años es tomar fuerza para volver a luchar, que esto no repita, aunque sea una última vez.
Por un mundo donde no tengan cabida los dictadores, la obediencia y el silencio.
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Créditos: @MARIAELENAZUIGA
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