Armando Manzanero era un hombre amable, sencillo, carismático, alegre, platicador y disfrutaba de la vida. Su contacto permanente con el público se vio reflejado en las miles de fotografías que aparecieron en las redes sociales al momento de su muerte. Esa vida activa, fecunda y productiva que lo acompañó siempre se detuvo después de viajar a su natal Mérida, donde inauguró un museo en su honor, el Museo Casa Manzanero. Tras unos días aparecieron los signos del coronavirus, que acabó con la vida del gigante de Yucatán.
Tuve el gusto de entrevistarlo varias veces, pues coincidimos en un proyecto trasatlántico, el lanzamiento de Top Radio Madrid 97.2 FM, estación de Grupo Multimedios en España, que inició sus operaciones en 2002. Tuve a mi cargo durante 18 años la redacción de más de 3 mil cápsulas turísticas que invitaban al público de la emisora a visitar México. El maestro Manzanero asistió al lanzamiento de la entonces Top Radio Romántica, con sabor latino, en Madrid, y la visitó varias veces a lo largo de los años con motivo de especiales como El Festival del Bolero.
Con el tiempo la estación ha cambiado de perfil de audiencia y programación, pero la música de Manzanero es una constante que replica su grandeza cada que se escucha.
De las varias ocasiones en que tuve la oportunidad de convivir con Armando hay una que recuerdo con especial gusto, una comida en la que platicamos, reímos, comimos delicioso y bebimos mejor, donde conocí una faceta suya fascinante: la de la convivencia sin mayor motivo que pasarla bien.
Un amigo en común y yo llegamos a La Rural, un restaurante de carne en Insurgentes Sur, y una media hora después arribaron Manzanero y su esposa. Tras las presentaciones y saludos comenzó una de las tardes memorables de mi vida. Una comida salpimentada de ocurrencias en las que el maestro decía cosas como: “No vayan a creer que en Yucatán todos son como yo, para nada. Allá son chaparros, prietos y feos”. Dicho esto con una gracia fuera de serie y seguido de una maravillosa carcajada, espontánea y contagiosa.
En todo momento, el maestro estuvo pendiente de su esposa, de si la estaba pasando bien, si estaba bien atendida. Amable y discreta, la joven mujer se divertía, pero no le era posible seguir el ritmo de la retahíla de chistes que se contaban en la mesa, que, además de graciosos, eran aderezados por el histrionismo en su interpretación.
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En esa comida pude ver cómo se comportaba Manzanero con una mujer. Dentro de la algarabía de la comida se mostraba amoroso al mirarla o acercarse, el trato era de gran suavidad y respeto. Cuando ella sintió que había contado un “chiste” sin gracia, y se disculpó, él le dijo con gran cariño al oído: “No necesitas tratar de ser chistosa, eres bella, muy bella, con eso basta para que todo lo que hagas sea hermoso”.
Al caer la noche nos despedimos y me pensé afortunada por haber asistido a esa comida, que fue un atisbo a la personalidad romántica de un hombre que trascendió como estandarte del bolero, el género musical que une a la música de habla hispana. Una mirada a su manera cálida y divertida de vivir la vida.
La foto que ilustra este texto fue tomada en sus oficinas de la SACM, frente a su precioso piano, desde donde se aprecian los hermosos y perfectamente bien cuidados jardines que la rodean. Queda para siempre en mi memoria, como la música de Manzanero en mi corazón y en el inconsciente colectivo.
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