Tenzin Gyatso abandonó Lhasa, la capital tibetana, en marzo de 1959, después de que el gobierno chino invadiera su natal Tíbet. Para huir de las tropas de Mao Tse Tung, se disfrazó de soldado chino. El decimocuarto Dalai Lama, de apenas 20 años de edad, cruzó el Himalaya a pie, junto a dos decenas de hombres, hacia la frontera con India, país que lo acogió desde entones en la ciudad de Dharmsala. El mundo guardó silencio ante la invasión.
En 1989, el Comité Noruego del Nobel, encargado de designar a la persona que cada año se hace acreedor al Premio Nobel de la Paz, eligió a Tenzin Gyatso “por su inquebrantable compromiso con la paz mundial y la convivencia entre los pueblos, así como por sus enseñanzas sobre el amor, la compasión y la paz interior”.
Hoy el Dalai Lama se ve envuelto en un escándalo que alcanza magnitudes insospechadas. Todo a partir de un video donde en un acto público besa a un niño y le pide en inglés, que no es su idioma materno, “chupar” su lengua.
Más allá del grave error que esto implica a nivel mediático, las reacciones fueron salvajes. Desde llamarlo pedófilo, pasando por una larga lista de crueles insultos, hasta iniciativas que piden se le destituya del “cargo” (el Dalai Lama, por lo demás, no ocupa ya ningún cargo del que se le pueda destituir) o se le encarcele, Occidente ha hecho gala de su juicio fácil y sumario, fiel a su herencia de instituciones como la Santa Inquisición o los desquiciados procesos que llevaron a la ejecución de 19 “brujas” en la ciudad de Salem en Massachusetts.
No es de sorprender la superficialidad con la que ha sido tratado el Dalai Lama, cuya trayectoria nunca ha estado vinculada a este tipo de acusaciones, a pesar de tener más de un enemigo que usaría sin pensarlo dos veces esta información en su contra. Las masas occidentales actuales, huérfanas de espiritualidad, igual utilizan por moda o simplemente para lucirse en redes sociales, prácticas tan profundas como el yoga o el propio budismo, para convertirlas en frívolas actividades físicas y de lucimiento más cercanas a los aerobics que al trabajo profundo con la mente y el alma, que en realidad proponen en su origen. El Ego y la desconexión espiritual occidental no tienen límites.
Tampoco es de extrañar que un video incompleto y descontextualizado lleve a la masa a condenar lo que aparentemente es un acto de pedofilia, si consideramos los atroces abusos que han sufrido miles de niños a manos de religiosos y gurús alrededor del mundo. Pero no todo es lo que parece. Además, hay que sumar la hipersexualización de una sociedad, que ve en todo y en todos, tal vez por una mala interpretación del amigo Freud, una segunda intención libidinosa y pervertida. El mundo contemporáneo tiene mucho trabajo pendiente en lo tocante a la sexualidad, que la hace oscilar entre la adicción a la pornografía y las perversiones sexuales, y el rechazo a todo lo que tenga que ver con expresiones de afecto físico que, por lo demás, varían de cultura en cultura. Lo cierto es que la irrespetuosa y ególatra actitud colonialista que asume que la única visión válida de cómo deben ser las cosas es la suya, es más que conocida.
Besar a un niño en la boca para algunos puede resultar una aberración, pero para otros como los estadunidenses y los propios tibetanos es sólo una manifestación de cariño. De hecho, la expresión utilizada por el Dalai Lama y el beso pierden toda connotación sexual cuando uno se toma la molestia de enterarse que para los niños tibetanos es una costumbre acercarse a sus abuelos, besarse en la boca y tocar sus frentes y narices. Ese es el contexto de la actitud del monje budista, próximo a cumplir 88 años, a quien el propio niño en cuestión pidió subir a darle un abrazo.
Como explica Jigme Ugen, refugiado tibetano de segunda generación, cuando un niño le pide a su abuelo un dulce o dinero, “(el abuelo) le dice jugando: te he dado todo, así que lo único que queda es que te comas mi lengua. Esta expresión se pierde por completo en la interpretación cultural y la traducción al inglés”.
Pero más allá del juicio sumario de la masa ignorante, es importante mencionar la vertiente geopolítica de este asunto y es que el mes pasado el Dalai Lama nombró a un niño estadunidense nacido en Mongolia como el tercer líder espiritual más importante del budismo tibetano, cosa que a China no le debe haber gustado nada si recordamos que Pekín se ha declarado responsable de nombrar al próximo Dalai Lama a la muerte del actual.
En una conferencia de prensa el jueves en Delhi, Penpa Tsering, líder político del gobierno tibetano en el exilio, dijo que sus investigaciones mostraron que “fuentes pro chinas” estaban involucradas en hacer que el video se volviera viral: “el ángulo político de este incidente no puede ser ignorado”.
Jigme Ugen abunda en el tema al puntualizar que “China ha convertido con éxito las redes sociales en armas a una escala sin precedente. La campaña más destacada se llama 50 Cent Party, donde las autoridades chinas pagan ‘wu mao’, o 50 centavos de dólar, a influencers de internet para publicar mensajes en su favor. En 2020, este ejército estuvo relacionado con siete mil ataques de trolls y más de 50 mil comentarios en un foro de Ginebra organizado por el parlamento tibetano en el exilio. La sesión trató sobre la persecución de las minorías religiosas —budistas tibetanos, musulmanes uigures, cristianos y practicantes de Falun Gong— en regiones bajo control chino”.
Lo cierto es que antes de lanzar la primera piedra sería mejor detenernos a considerar si conocemos el contexto completo de la situación que nos atrevemos a juzgar, o si sólo estamos actuando llevados por la histeria colectiva, porque como dice Jesús en el Evangelio de San Lucas: “Con la vara que midas serás medido”.