Francia a fuego lento: migración y racismo policiaco

Crimen, rebelión, contagio, debate político e intelectual: la potencia europea ante el espejo de sus desafíos
Cerrado el sexto día de disturbios en Francia, las redes se colman de imágenes reales y de otras semejantes a películas distópicas.
Seis días de disturbios. Foto: Especial.

Cerrado el sexto día de disturbios en Francia, las redes se colman de imágenes reales y de otras semejantes a películas distópicas. Desde los desmanes que se han extendido a varios ciudades y la caza de infractores a las tomas de tres leones vagando por las calles y un gorila en la esquina de una azotea. Los medios de comunicación tradicionales de aquel país mantienen una cautela comprensible en cuanto a una comprobación de hechos, natural del oficio, pero no parece corresponderse, ni su despliegue, con la gravedad de la situación. Seis días después asoman con cierta timidez algunos intelectuales a opinar y, en la ebriedad del caos, a ensayar alguna explicación.

Cerrado el sexto día de disturbios en Francia, las redes se colman de imágenes reales y de otras semejantes a películas distópicas.
Momentos del asesinato de Nahel. Fotos: Especial.

El contexto tiene fecha de arranque el 27 de junio, cuando un chico árabe de 17 años, Nahel, conduce un auto amarillo y es detenido en un retén en Nanterre, afuera de París. Un par de policías apunta sus fusiles hacia dentro de la ventana del conductor, el adolescente, que haya entrado en pánico, haya transportado una carga ilegal o haya simplemente seguido una corazonada, desoye a los uniformados y pisa el acelerador, motivo suficiente para recibir un disparo a quemarropa. La noticia del asesinato y el material audiovisual se extienden a la velocidad que las redes sociales acostumbran y las expresiones de condena pasan en un momento a la acción callejera y al fuego.

La extrema derecha francesa, empecinada y constante, fuerza que antes que menguar se ha revitalizado, aprovecha la confusión y acusa de botepronto a Emmanuel Macron por su política migratoria y sus controles laxos a las comunidades negras y árabes. Entre más ciudades son contagiadas por el fuego de una turba, que pasa de la indignación por Nahel a la simple rebelión y la rapiña sin conocer la chispa de la hoguera, más se fortalece el discurso contra esas poblaciones. En medio de las irrupciones a edificios públicos y privados, a la vandalización de bibliotecas y al despojo de almacenes exclusivos como Nike, Zara y otros, de algún inmueble cuelga una manta: “Que se regresen a África”.

Francia. Escenas de guerra en las calles de París. Fotos: Xinhua.
Escenas de guerra en las calles de París. Fotos: Xinhua.

Esa expresión, que bien puede ser la bandera de un extremo que roza el supremacismo, es también un dardo que da en el blanco del debate. Porque miles de los alzados son negros y árabes, sí, pero también franceses, no todos los movilizados acaban de llegar en una patera. El sociólogo François Dubet, autor de Comprender la crisis de las solidaridades, dice a Le Monde que los habitantes de los suburbios se sienten marginados por sus orígenes, su cultura y su religión, y la respuesta de los movimientos sociales y los partidos poco tiene que ver con transformar ese sentimiento de abandono en acciones de reivindicación o proyectos concretos.

«Que se regresen a África». Esa expresión, que bien puede ser la bandera de un extremo que roza el supremacismo, es también un dardo que da en el blanco del debate

“Todo pasa como si los barrios estuvieran en un vacío político, como si la rabia y las revueltas no desembocaran de algún proceso político”, dice el profesor de la Universidad de Burdeos. El politólogo Rachid Bezine lamenta a su vez, en el mismo diario, que cuarenta años después de La marcha contra la igualdad y el racismo Francia no haya avanzado nada en ese terreno e impere la inacción. He ahí el primer elemento, entonces, que no pasa sólo por el presupuesto: el racismo.

Sin embargo, hay un segundo detonador insalvable de esta crisis que ha alcanzado ya a algunas localidades vecinas de Bélgica y Suiza. El racismo policiaco. Las seis noches de enfrentamientos y disturbios, toques de queda e incendios de almacenes, no sólo han marcado un repudio a la acción de los uniformados, sino que ahora ellos mismos, desde sus instancias sindicales, están desafiando la orden de moderar la fuerza letal con un delicado comunicado en el que dicen que es la hora de la lucha contra “los parásitos”.

Hay un segundo detonador insalvable de esta crisis que ha alcanzado ya a algunas localidades vecinas de Bélgica y Suiza. El racismo policiaco.

Es decir, a la falta de medios y recursos medidos en cuatro veces menos que en el de otras partes, a esas zonas pobres se le suman la descomposición en cuanto a los reglamentos para el uso de las armas policiacas en los controles urbanos y la tradicional relación podrida entre los uniformados y los jóvenes de los suburbios, reflejada en un aumento de las víctimas civiles desde la revisión de la ley en 2017.

Un dato que ilustra esta crisis en su sexto día es que se ha pasado de los sanspapiers (indocumentados), los homeless(sin techo) y okupas (invasores de predios), personajes conocidos en diversas latitudes europeas, a los sin reivindicación”, a juzgar por las declaraciones de la mayoría de detenidos en las redadas, que nada saben del joven Nahel.

Francia en llamas
Escenas de la batalla en París. Foto: Xinhua

 

Otras voces

En ese ambiente que hierve el escritor Jacques Attali ha salido a responder algunas expresiones peculiares en medio de la destrucción. “Hay que recordar a quienes han dicho a los vándalos que pueden destruir todo a condición de no tocar escuelas ni bibliotecas públicas que estas instituciones, ambas, sirven justamente para aprender que la fuerza sólo es válida en legítima defensa”.

Lo que hoy se juega en Francia, ha escrito el ex asesor económico de François Mitterrand y teórico del marxismo, como en toda democracia, es lograr que a largo plazo todos tengan interés en respetar la autoridad, en todos los niveles, porque no hacerlo es allanar el camino a lo peor.

El sociólogo Edgar Morin, con sus cien años a cuestas, ha tomado la palabra también por su aceitada cuenta de Twitter: “Vivimos una maraña de crisis gigantescas, como sonámbulos. La deriva trágica: la indignación se convierte en cólera, la cólera en furor, el furor en rabia ciega”. Y emite un deseo, una sugerencia acaso: “Si aquellos que odian el odio se aliaran e intervinieran…”

El escritor Raphael Glucksmann advierte que los llamados a la calma por sí solos no son suficientes: “Se necesitan cambios. Necesarios y posibles. Nuestros vecinos europeos tienen otras leyes, doctrinas y prácticas. ¿Viven en el caos? No. Evitan estas muertes. ¿Qué estamos esperando para inspirarnos?”. Frente al reparto de culpas que comienza a aflorar, el autor reflexiona que la responsabilidad de la paz es colectiva, sí, pero la del político justamente es identificar un problema estructural y proponer soluciones.

Con sus 45 mil policías combatiendo a los insurrectos y el sindicato echando gasolina, Macron está en la encrucijada, porque si ya es de por sí grave la situación con la violencia en curso y la mayor virulencia, el empotramiento de un auto contra la casa del alcalde de L’Hay Les Roses, Vincent Jeanbrun, ha traspasado todo límite.

Nuestros vecinos europeos tienen otras leyes, doctrinas y prácticas. ¿Viven en el caos? No. Evitan estas muertes. ¿Qué estamos esperando para inspirarnos?”, apunta Raphael Glucksmann 

El asalto ha merecido la condena unánime de la clase política y el diario El Mundo de España aporta un número: hay más de mil cargos electos franceses que han renunciado al puesto desde 2002 por amenazas, sea de los grupos hoy generadores de violencia, sea por filos de extrema derecha, como sucedió hace meses con el ataque al alcalde de Saint-Brévin en su propia vivienda.

Y lo menos que Macron desea, además, es aparecer frente a sus socios europeos con una lista bajo el brazo con los números del régimen de Irán frente a las manifestaciones en vigor en favor de las libertades: más de 520 muertos y unos 20 mil detenidos, entre los que figuran periodistas y artistas.

Si bien Alemania ha respondido con sobrada diplomacia que está seguro de que el presidente francés sabrá solucionar de la mejor forma su entuerto, no pocos socios de París ven con interés e inquietud el desarrollo de los eventos, como los italianos. Con el Atlántico de por medio, ¿Estados Unidos no estará atento de este fenómeno en tanto país hecho de migrantes? ¿No tendrá a sus analistas metidos en el trazado de hipótesis prospectivas? Después de todo uno de los suyos, Samuel P. Huntington, ya había ensayado su escenario del choque de las civilizaciones.

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