De disrupción y locura

Uno de los signos más fácilmente admitidos de la enfermedad mental es el olvido, el que borra rostros, historias y días
Ivette Estrada una de las raíces de la felicidad: gracias.

Las enfermedades mentales se desestimaron. La mente en general pasó a segundo plano.

En una sociedad que sólo admite la corporeidad como parte de la realidad, la depresión, ansiedad y otros males de la psique pasaron desapercibidos mucho tiempo. Luego apareció el covid y con él todo lo mimetizado en la normalidad saltó finalmente a la palestra. Se visibilizaron entonces casos radicales como los suicidios. Se tuvo que admitir, entonces, que la enfermedad mental nos carcome a todos.

Primero se admitió en los adultos mayores, en aquellos que confinaron al inicio y en murmullos se masculló que era una pandemia que acabaría con ellos. Las historias de conspiración trataron de centrar como sus víctimas a los mayores de cincuenta años. “Abandonarán de manera inminente el mundo”, predijeron. Pero después se extendieron los contagios y muertes en todas las cohortes de edades.

Lo mismo ocurrió con las enfermedades mentales. Sí: no sólo los mayores comenzaron a padecerlas. Niños y jóvenes también.

Más tarde se comenzó a exacerbar el agotamiento en las mujeres. Y así. A regañadientes, salieron poco a poco a desfilar las crudas cifras: una de cada tres personas en el mundo sufre o ha padecido una enfermedad mental.

Y así, de golpe, tuvimos que reconocer que existe un cuerpo o realidad de la mente, lo que los psicólogos llaman psique y que desde la antigüedad se asigna como un reducto indescifrable: la mente.

Uno de los signos más fácilmente admitidos de la enfermedad mental es el olvido, el que borra rostros, historias y días. Pero también filias y conocimientos básicos de sobrevivencia. Se abalanzan también verdugos inclementes de remordimientos, esquizofrenia y paranoia.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

La mente, psique o reducto de imaginación e ideas, también puede mostrarnos fauces feroces de enemigos invisibles, reducir lo que creemos y somos, llevarnos lejos de lo que llamamos realidad. Transformar lo que se vive y cree, alimentar quimeras y convertir las paredes en mazmorras también es parte de la enfermedad mental, la que mucho tiempo nos negamos a ver.

No sólo existe el cuerpo físico, también el mental, el energético y el espiritual. Cada estadio es parte de nosotros. Y esto va más allá de lo que podemos aprehender con los cinco sentidos. Rebasa la realidad tridimensional, se cuela en los sueños, en la memoria, en lo que ya no existe o nunca estuvo.

La psique, la basta e inaccesible psique donde las emociones, pensamientos y sentimientos conforman nuestra realidad, una verdad inestimable que al final es la que traza nuestras rutas de existir o dejar de respirar.

Nos aterra tanto irnos de esta construcción que llamamos realidad y que sólo es la verdad tridimensional que muchos aceptan por temor a ver más.

Se rehúye la locura, el estamento más despreciado de la sociedad, una sociedad construida con paradigmas de otros, con límites establecidos por alguien más, porque los márgenes de lo aceptable se implantan como único camino de ser y actuar.

Tememos a la locura porque ya está dentro de nosotros, en cada acto que disentimos, en cada propuesta que no se alinea a lo reconocido como emulable y bello. Está hasta en la propia concepción de Dios que tiene el color de nuestros ojos y la propia voz, porque el día que admitamos que Dios está en cada uno se considerará blasfemia.

La salud no debe tildarse de mental o psicológica. La salud es una construcción holística de cada uno. La medicina es una ayuda a rencontrar el camino del bienestar, pero ese nos compete a todos, a cada uno. Es la exhortación para vernos como realmente somos sin temor a que un juicio o valor se considere peligrosamente disruptivo o loco.

Loco, sí, porque nos creemos detentores de la verdad y seguimos los pasos trazados a priori por otros, porque buscar nuevas veredas es peligroso para un poder impuesto como buenos modales, costumbres familiares e incluso moda.

Las ovejas negras somos las desadaptadas y locas, las que no somos capaces de validar educaciones y restricciones porque solemos volar. Águilas con piel de ovejas. Esos son los locos de nuestra era.

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