“Prohibidos los hombres”. Esa es la máxima con la que Umoja, una población 300 kilómetros al norte de Nairobi, en el corazón de Kenia, ha sobrevivido durante tres décadas, convirtiéndose en un refugio para víctimas de violencia de género y abuso sexual.
Eso nos cuenta Clementine Maligorne en un reportaje publicado en L’Édition du Soir, en el que relata cómo esta localidad se ha caracterizado por la proscripción de los hombres, salvo los menores de 18 años.
La comunidad de Umoja, que significa “unidad” en kiswahili, fue fundada por Rebecca Lolosoli, una mujer samburu del centro de Kenia, junto con otras 14 mujeres que huían de la violencia de género, dice la reportera.
“Tradicionalmente, entre los Samburu, una mujer no puede estar de pie cuando un hombre está sentado. Ella no puede hablar delante de él. Y si su marido quiere matarla, pues puede hacerlo”, explica Naguei, una de las fundadoras del pueblo, a la revista Jeune Afrique.
El objetivo de esta aldea es proteger a estas mujeres que a veces son víctimas de mutilación genital, matrimonios forzados o incluso violaciones. A finales de 2022, Umoja acogía a más de una treintena de mujeres, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas. En 2003, el pueblo tenía 40 mujeres y 100 niños. En su apogeo, albergó hasta 50 familias.
“Umoja es muy parecido a otros asentamientos tribales, con pastizales y chozas circundantes, donde la vida comunal es la norma, con una excepción”, le dice a CNN el fotógrafo ganhés Paul Ninson, quien explica que las mujeres sólo lo recibieron después de explicarles el propósito de su visita, es decir, contar la historia de este pueblo. Los lugareños, reconocibles por las joyas que visten sus bustos, orejas o cabello, se pusieron “muy, muy felices” cuando les mostró sus fotos.
Estas mujeres y niños, cuenta Maligorne, están protegidos por “tutores”, los únicos hombres aceptados, porque para algunos hombres de la etnia Samburu, la mayoría en la región, esta pequeña comunidad de mujeres es inquietante.
Hay que decir que la comunidad, aunque viva modestamente, es autónoma y no está aislada del mundo. Los turistas extranjeros pueden visitar el pueblo pagando una entrada. En el lugar pueden comprar joyas o artesanías hechas por estas mujeres.
Con el apoyo de la organización humanitaria Samburu Women Trust, el pueblo también está equipado con una zona de acampada y un “centro cultural”, en el que los niños y las mujeres pueden aprender a escribir, leer y contar con la esperanza de una vida mejor.