A finales de los años ochenta, principios de los noventa del siglo pasado, llegar un atardecer a la Zona Rosa y seguir el rol hasta la medianoche era la onda.
Primera parada: la Glorieta de Insurgentes, construcción que en aquellos años todavía conservaba una imagen de proyecto arquitectónico modernista, con la edificación circular de la estación del Metro rodeada de arriates y bancas, desde los que se podía mirar hacia la explanada y ver deambular a personajes citadinos que proyectaban diversidad –en todos los verbos, pronombres y vestimentas.
En aquellas tardes ochenteras la búsqueda de diversión permeaba el ambiente y encontrar un lugar para practicar el ligue o decir «salud» era la meta y, si la música era protagonista y el rock el anfitrión, era además chidísimo. Por supuesto, abundaban sitios donde no importaba el coqueteo entre hombres o entre mujeres, menos entre chavas y chavos. Ahí lo importante también era que la música fuera jefa. La Zona Rosa aún era la Zona Rosa, lejos estaba el corredor Roma-Condesa siglo XXI.
Así, pues, en esas tardes de finales de la década ochentera llegar a la Glorieta por el acceso de Génova y dar vuelta a la derecha era encontrarse con un lugar donde se escapaban acordes de rock gabacho y sonidos Beatles los cuales, casi siempre, jalaban adonde se originaba aquel sonido de guitarras eléctricas junto con el acompasado ritmo de bajo y batería. El nombre del que parecía café cantante era muy de quenas, ocarinas y teponatzli: la Casa del Canto. Pero, con descaro, el rock había desplazado al canto nuevo y en lugar de la voz de Horacio Guarany se escuchaba el mensaje harrisiano: «I look at the world and I notice it’s turning/While my guitar gently weeps/With every mistake we must surely be learning/Still my guitar gently weeps».
Entrar a La Casa del Canto era ocupar una mesita, así de chiquita, y al revisar la carta de alimentos había que pedir algo: ¿un helado, café, cerveza? Lo prudente era ordenar un helado (era temprano, para empezar…). Un cartel habitual en ese tiempo era conformado por Soul Brothers –rocanrol sesentero–, Help! –obvio, The Beatles–, mientras las versiones a canciones de Zeppelin, Doors, Creedence y los Stones corrían a cargo del cuarteto Dama, continuamente programado por el señor Cid, administrador del negocio.
Anochecer rumbo al Wendy’s
Esta misma banda –Dama– era de quienes tocaban en el Wendy’s Pub, que por esa misma época –finales de los 80– ya se encontraba en Insurgentes, en el edificio que alojó el Cinema Insurgentes 70. Durante la existencia del Wendy’s tocó un gran número de bandas, entre ellas la de Javier Bátiz y músicos solistas, como Rockdrigo González, y una de las agrupaciones que se la rifaban el mismo día, en la Casa y después en el Wendy’s Pub, era Dama. Entre los dos recintos mediaban cinco minutos caminando.
Rodrigo Levario, líder fundador de Dama, abre su memorioso arcano y da cuenta de sus andanzas: “Me acuerdo que estábamos tocando en un lugar de Satélite e hicimos audición para estar en el Wendy’s de Antonio Caso. Allí tocaba Javier Bátiz y Rockdrigo González, era por ahí del 82, pero abrieron el de Insurgentes y nos fuimos para allá, también Batiz y llegó El Cartucho Ángel Miranda con Iguana. Durante ese tiempo fue un gran desfile de grupos y músicos: llegaban los de Bandido, los de Tequila, Isis, Luzbel, El Tri, Tex Tex…
“Mucho tiempo Bátiz fue el estelar, junto con Dama e Iguana y, en los intermedios, subía Rockdrigo y Jorge Valencia. Don Gorgio, le decíamos nosotros; era un comediante que nos hacía reír mucho. Todo empezaba a las seis de la tarde y terminaba a la 12, una de la madrugada. Dependiendo el día. Había quien se salía antes de que cerrara el Metro. En el Wendy’s se podía beber, además de cerveza, vino tinto o blanco de una marca en boga: Padre Kino.”
La marquesina del Cine Insurgentes 70 era el punto de referencia para llegar al Wend’y Pub. El escenario quedó instalado justo atrás de lo que fue la pantalla del cine. “Pero todo el edifico –eran cinco o seis pisos– parecía nuestra casa: el antro estaba en el primer piso, arriba las oficinas y todos los demás pisos eran de nosotros. Imagínate las cosas que hicimos”, dice con sospechosa sonrisa Rod Levario.
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En medio de la charla, deja ver que ese lapso fue una época de enseñanza para él y para su grupo: grabaron un demo para Orfeón, aprendió a tocar diferentes instrumentos por necesidades del oficio de músico, además de que conoció y tocó con diversas bandas, como con la de Bátiz. “Y allá en el Wendy’s palomeábamos con Rockdrigo, tocábamos Asalto chido… El Rockdrigo se paraba el cuello porque lo iban a ver del Canal 11 o de alguna radiodifusora cultural, porque, eso sí, tenía mucho jale con la onda intelectual. Para nosotros era castrante porque llegaban los reporteros conque ‘venimos a ver a Rockdrigo González’ (Rod imposta la voz a modo fresa para remarca la frase) y nosotros acá en el rocanrol, echando desmadre y el Rockdrigo pidiendo paro para acompañarlo en alguna rola. Claro, sí, hacíamos el paro. Con el tiempo nos hicimos cercanos y él quería mucho a El Bolillo (Carlos Valerio, actual bajista de El Tri), pero con Juan y El Braun no se llevaba tan chido. Juan Salcedo era inestable en Dama, porque tenía jale con un grupo versátil. La alineación fuerte era: Ramón, batería; en la armónica El Wea, Rafael Salgado; El Bolillo en el bajo y yo –Rod– voz y guitarra. Esta formación fue la que apareció en la tele y duró hasta que El Rafa se fue con El Tri. También fue la que grabó el disco con Warner Music.”
Esta grabación incluyó 10 canciones, entre ellas “El Metro Balderas” de Rockdrigo González. “Yo respeté mucho la canción, porque un día Rodrigo me llegó a decir que Alex Lora se había pasado de lanza, pero le respondí: ‘no mames, deberías estar orgulloso de que te grabó tu rola’. Cuando escuché la grabada por El Tri, sí me di cuenta de que era otra rola. Yo sí respeté la estructura musical de su obra. Y cuando estuvimos en el Wendy’s nos unieron cosas parecidas: yo tenía una canción que se llama ‘Puedes tú y él’, otra que sólo se llama ‘Puedes’. De las últimas veces que lo vi, recuerdo un abrazo que nos dimos en el Auditorio; no lo olvido, porque él era muy serio conmigo. No era llevado, a pesar de que yo era más chavalón que él. Pero creo que me veía como su carnal el menor. No era expresivo, no era de los que te abrazan y te dicen ‘¿cómo estás, cabrón?’. Él era serio conmigo. A El Bolillo lo quería mucho y con Juan era más ñero, más alburero. Creo que sí fui valedor del Rockdrigo. Pasamos momentos de todo; a veces, ni lana teníamos y hacíamos la vaca para comprar atún y hacer unos sándwiches o ir a comer unos taquitos enfrente del Wendy’s. Tuvimos una convivencia de banda, de compañerismo.”
Para el público, el Wendy’s era uno de los espacios donde había más cercanía con los músicos, no sólo por las dimensiones físicas del lugar, sino porque roqueros y asistentes formaron una cofradía, como sucedía en otros foros –Rocko, LUUC, Tutti–; se generaba una asociación público-artista gracias a la poca demanda del todavía discriminado rock en español. Faltaban unos años para la irrupción de la campaña Rock en tu Idioma.
No obstante, o por eso, el relativo éxito del Wendy’s Pub, su dueño, el también músico Armando Contreras, empezó a tener diferencias con el propietario del edificio. Rod recuerda: “Un día llegamos a tocar y todas las cosas del bar estaban afuera. Los desalojaron: ya estaban los trastes, los muebles de la cocina, mesas, todo afuera, sobre la calle de Insurgentes, entre Liverpool y la Glorieta, toda la banqueta llena de cachivaches. Triste final, muy severo. También La Casa del Canto despareció de repente. Llegas un día y ya había otro changarro. Aunque lo de La Casa se veía venir: en la remodelación de la Glorieta de Insurgentes le quitaron la mitad de su espacio y lo demás vino solo…”
Como dato curioso, Dama grabó un disco en homenaje a Rockdrigo, titulado Heavy Nopal, nombre que surgió cuando el autor de “No tengo tiempo” les dijo a los muchachos de la banda: “Ustedes no tocan heavy metal, sino heavy nopal”.
A propósito del tamaulipeco, es bueno recordar que con Bátiz grabó una canción; El Tri incluyó “Metro Balderas” en su primer disco, con su respectivo crédito; el cineasta Paul Leduc lo invitó a participar en la película Cómo ves y le hizo algunos videos, entre ellos el de Estación del Metro Balderas. Además, Sergio García Michel lo grabó para algunos cortos en súper 8 y lo programaba en sus tocadas en el seminal Foro Tlalpan.
Un apoyo muy sonado fue un texto de José Agustín, que a pesar del tiempo en que se escribió, se hizo viral. Aquí va un fragmento de lo publicado por el gran escritor: “En una ratonera enanísima, junto a la glorieta del Metro Insurgentes y de nombre Wendy’s Pub (ni modo), Rodrigo González canta todas o casi todas las noches. Los viejos rockeros El Borrado y El Cartucho me dijeron que la onda de este maestro estaba buenísima, incluso me cantaron cachos de sus canciones, así es que fui a verlo tan pronto como pude, porque es rarísimo que un rocanrolero se exprese tan entusiastamente de otro…”.