Borges, Sagan y los fiambres de Maussan

La presentación de dos criaturas disecadas con mil años de antigüedad en la Cámara de Diputados avivó el debate sobre el fenómeno ovni y la eventualidad de vida extraterrestre
Criatura disecada exhibida en la Cámara de Diputados. Foto: Especial.
Criatura disecada exhibida en la Cámara de Diputados. Foto: Especial.

Acaso no resulte aventurado suponer que Carl Sagan haya leído a Jorge Luis Borges y su escrito aquel en el que atribuye a Coleridge esta nota: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”

Además de ser contemporáneo del argentino, el monstruo de la divulgación científica, que reunió sus saberes en la serie televisiva Cosmos, también fue escritor y publicó en 1985 la novela Contacto, cuya versión cinematográfica (Robert Zemeckis, 1997) estelariza Jodi Foster. Como a estas alturas sería jocoso hablar de spoiler, me remito al final de la película sin preocupación.

Después de que autoridades científicas, militares y civiles rechazan toda posibilidad de que la heroína en modo astronauta, equipada con grabadora de video para captar cada instante del experimento, haya hecho contacto con seres espaciales, dan por cerrado y fallido el intento, auspiciado por un anciano multimillonario que le construye a la astrónoma la máquina de “vuelo” cuyo diseño enviaron los propios extraterrestres.

Jaime Maussan participó en la audiencia cameral. Foto: Especial.
Jaime Maussan participó en la audiencia cameral. Foto: Especial.

James Wood, en el papel de asesor de seguridad, uno de los más interesados en enterrar el caso por considerarlo un fraude, se retira satisfecho del último encuentro por dejar sin argumentos a la astrónoma, que jura que pasó 18 horas en contacto con extraterrestres, pese a que en el video desde la cabina exterior de controles apenas pasan unos segundos entre que la máquina de “vuelo” se desprende de su base y cae al mar.

Sin embargo, la jefa de gabinete de la Casa Blanca le responde al ufano James Woods algo así como que todo está bien, que ya hizo pedazos a la doctora, pero queda una incógnita después de la exhaustiva revisión. Si el experimento duró unos cuantos segundos a juzgar por la prueba videográfica y testimonial exterior, ¿por qué hay grabadas 18 horas de estática en la cámara que portaba la doctora?

El enigma de Coleridge se convierte en el enigma de Contacto. Y si hay flor, y si hay 18 horas de estática, ¿entonces qué?

Un enigma similar rodea la discusión a propósito de las variadas aportaciones testimoniales, fotográficas y videográficas sobre la existencia de seres extraterrestres y visitantes espaciales a la Tierra. Los científicos han moldeado un argumento convincente que los deja bien parados en ambos bandos, creyentes y escépticos, para usar la nomenclatura que atribuyó Nino Canún, ya fallecido, a sus invitados a debatir sobre el particular hace treinta años: es posible que haya vida en otros planetas, pero no hay pruebas que sustenten que han estado en la Tierra o que nos visitan.

Esta respuesta no sólo resulta inaceptable, sino que enfurece a los expertos reunidos bajo la conceptualización de “ufólogos”, es decir, estudiosos del fenómeno ovni (por las siglas del inglés UFO), que no se cansan de aportar ante todo videos para reforzar su certeza de que, usando la fórmula de Pedro Ferriz, un mundo nos vigila. Además, están los creyentes que no necesitan más que un poco de fe para fantasear con abducciones y encuentros con seres que van del tierno E. T. a los temibles Alien y Depredador.

“E. T. phone home!”

Precisamente esos personajes son una mina a explotar en Estados Unidos desde mediados del siglo pasado, cuando el célebre episodio del caso Roswell en Nuevo México, 1947. Desde entonces el cine encontró una veta inagotable que ha dado a varios de los monstruos más icónicos de Hollywood, pero también desató una ola de testimonios y videos de avistamientos que van de imágenes que pueden ser aeronaves hasta meteoritos o auténticos objetos voladores no identificados.

Esa fascinación ha llegado por fin al Congreso de Estados Unidos, en el que un comité senatorial recibió en meses pasados a tres militares en retiro que juraron ante la Biblia ser testigos, como ex pilotos de la Fuerza Aérea, de eventos inexplicables con la lógica terrestre, imposibles para las leyes de la física. No se les permitió llevar pruebas, que dicen tener, por lo menos uno de ellos.

Por supuesto, el latigazo de ese suceso que acaparó los titulares de los noticiarios internacionales alcanzó en primera instancia a México, que tuvo el martes pasado su audiencia sobre el tema encabezada por el diputado Sergio Gutiérrez Luna, desde ya ferviente defensor del bando de los creyentes, y el ufólogo Jaime Maussan, quien sin las ataduras de los uniformados gringos, sí llegó con dos cajas bajo el brazo.

No poca fue la sorpresa de los asistentes a tan singular sesión cameral cuando el otrora célebre reportero de Sesenta Minutos versión Televisa ordenó abrir los pequeños ataúdes que contenían dos criaturas disecadas, pero la estupefacción fue mayor cuando combinó estudios y cifras para insinuar que la UNAM había dado fe de que ambos entes eran “no humanos” de origen desconocido, pero ajeno a la Tierra.

Primero el Instituto de Astronomía y después el de Física de la UNAM salieron al paso de las conclusiones que Maussan obtuvo de los estudios aludidos. El primero divulgó que, pese a todos los estudios y monitoreo ininterrumpido del cielo, hasta la fecha no hay ningún reporte observacional o experimental que ofrezca evidencias de vida fuera de la Tierra o de visitas de civilizaciones de otro mundo.

“Biológicos no humanos” disecados con mil años de antigüedad. Foto: Especial.
“Biológicos no humanos” disecados con mil años de antigüedad. Foto: Especial.

El Instituto de Física terminó de aguar la fiesta a Maussan con la aclaración de que ellos recibieron en 2017 una solicitud para datar con Carbono 14 muestras de, les dijeron, piel y tejido cerebral, trabajo que se ejecutó y se determinó una antigüedad de mil años en ambos casos, sin tener acceso jamás ni contacto con la fuente original y menos aún ensayar conclusiones al respecto más allá de la petición.

En medio de la furia con la que debaten creyentes y escépticos, ante el cúmulo de material que los primeros difunden hoy más que nunca por el auge de las redes sociales, las “pruebas” de los primeros suenan a exageraciones en los más de los casos y la cautela de los segundos a una estrategia para quedar bien con todos, sin arriesgar un ápice.

Pero cuando la evidencia videográfica, si tomamos como ejemplo sólo ese elemento, es obtenida por medios de irreprochable veracidad como un transbordador espacial de la NASA o la Estación Espacial Internacional o un avión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos o una nave de una línea comercial o una cámara fija de autoridades como el Centro Nacional de Prevención de Desastres frente al volcán Popocatépetl, siempre cabrá el enigma de Coledrige y de Sagan.

Si no son meteoritos ni cometas, si no son aviones ni helicópteros, si no son globos atmosféricos ni papalotes, si no son aves nocturnas luminosas ni pastillas Tic Toc gigantes voladoras, ¿qué chingados son esas luces y esos objetos que figuran en grabaciones, repito, irreprochables en su origen, desafiando las leyes de la física y la lógica terrenal?

La ciencia no puede escudarse nada más ya diciendo que es imposible que estemos solos en un universo tan infinito, pero que no hay pruebas, argumento que puede dar cualquier persona basada en la lógica y con sus facultades mentales en orden. La ciencia está llamada a dar respuesta a esas incógnitas planteadas antes, sin entrar ahora al tema de los fiambres de Maussan. Porque, para decirlo con Borges, y si esas luces y objetos en los videos irreprochables resultan algo más, ¿entonces qué?

 

 

 

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