El juego de las escondidas

Norberto se hunde hacia ti y jala de tus cabellos, cuando sales ya no eres madre, mi niña. Una vida salió de ti, nació del susto creado por las manos inocentes de Catalina, la hija del caporal
Cuento El juego de las escondidas de Alva Colmenares
«Cuando se dio cuenta que el vientre de mi niña Chela crecía, con el mal dentro de ella, volvió con Silvia, enfurecida». Foto: Dan Evans/Pixabay

Escuché el golpe de tu cabeza contra su tronco, tu cara cayó sobre sus secas raíces humedeciéndolas con sangre, tus manos las abrazaban para aferrarte, se alimentaban de tí, todo inicia con la primera vez-

La maldad paseaba su orgullo todas las mañanas, su primogénito ya está creciendo dentro de la madre. El patrón Don Pedro tendría al varón que anhelaba y mi niña Chela cumpliría lo que su suegra mandaba, para eso es que has venido le decía.

Le tomé cariño desde que la vi por primera vez, dieciocho años tenía cuando entró en esta casa con su vestido blanco y los nardos entre sus manos. El patrón Don Clemente había muerto hace tiempo y Doña Esther mandaba en todo, hasta en las querencias de su hijo más grande. Dos hijos tuvo ella, todos hablábamos que el menor no importaba.

En la fiesta de San José, patrono de estas tierras, Doña Damina vio a la que quería para vientre fértil. Hija de Don Severo, nuevo ganadero de la zona, la niña Martha sería la dueña de la casa, pero el querer de un hijo no es cosa que decida una madre y Pedro conoció esa misma tarde a una muchachita menudita, de largos cabellos y grandes ojos negros. Tan alegre que sus risas sonaban a pesar de la música. Darío también se topo con ella, dos hermanos y el mismo querer.

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«Pedro conoció esa misma tarde a una muchachita menudita, de largos cabellos y grandes ojos negros». Foto: Freepik

Darío sabía de escribir cartas, el carácter agrio de Pedro no conocía de rimas de amor, así que en el cortejo hizo suyas las palabras del hermano y con letra ajena enamoró a Chelita.

Las cartas de Darío siempre llegaron con la firma de Pedro; para cuando Doña Esther se dio cuenta ya no mandaba sobre su hijo, su amado hijo, pero una madre como ella siempre tiene la última palabra. Una mañana salió de prisa, Darío iba con ella, su mejor ropa vestía.

Su camino, la casa de Chelita; le diría a Lencho el pescador que su nieta llegaría a la iglesia con su hijo menor.

Doña Esther no comió en todo el día, la rabia de saber que su hijo Pedro ya había acordado el día anterior la fecha de la boda la hizo ir por primera vez con Silvia, a la que le decían la bruja del pueblo. Un trabajo te pido, Silvia, una mala mujer enredo a mi hijo, tú puedes hacerlo, eso me cuentan, no habrá dinero que no te dé si me lo cumples, que no haya felicidad para ella. Días después el trabajo estaba hecho decía Silvia.

El día de la boda llegó y los malos sentimientos de Doña Esther crecían con el tiempo. Cuando se dio cuenta que el vientre de mi niña Chela crecía, con el mal dentro de ella, volvió con Silvia, enfurecida le reclamó que su trabajo no servía y que no merecía ningún pago por aquel engaño. Doña Esther acostumbrada a hacer siempre su voluntad, creyó que no hay precio que pagar por la maldad.

Tu nuera no tendrá felicidad como estaba pactado, pero tu hijo solo conocerá el mal.

A mi niña Chela le gusta caminar por el jardín, ir hasta donde las mujeres lavan la ropa, siempre gustó de esos grandes pozos. Juega con los niños, a esconderse dice ella, que siempre encuentro a todos, tu juego preferido, tu juego.

Ese día, 18 de febrero, el maldito por siempre. Cierras los ojos y todos se esconden, escuchas a las madres cantar alegres, las risas de los niños están por todas partes, tú das vueltas como bailando, cuentas uno, dos, tres, estas sobre el borde del pozo, unos brazos te tocan la espalda y el susto hace tropezar tus pies, se enredan en tu falda, un grito se ahoga dentro  del pozo, su agua es negra, es tan profundo que mis manos no pueden encontrarte, te busco desesperada, estás llegando al fondo, tus movimientos agitados te jalan más y más.

Norberto el caporal se hunde hacia ti y jala de tus cabellos, cuando sales ya no eres madre, mi niña. Una vida salió de ti, nació del susto creado por las manos inocentes de Catalina, la hija del caporal.

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«Perdiste la conciencia, se escuchó el galope del caballo de Don Pedro». Foto

Perdiste la conciencia, se escuchó el galope del caballo de Don Pedro, bajó rápido del caballo, solo tocó tu vientre y su grito de desesperación sigue sonando en aquel campo, quiso ir hacia su hijo.

No vaya, patrón, no vaya, se lo tragó el pozo, le decía Norberto mientras lo sujetaba. Hubo una pelea para retenerlo, gritos por todos lados y yo solo pensaba en ti, mi niña.

Cira corrió con su hija, sabía que debía esconderla, el patrón no comprendería que el juego causó todo aquello. Sin rumbo llegaron a un campo en el que solo había un gran árbol, seco ya por el paso del tiempo. Cira embarazada no podía caminar más, el esfuerzo fue grande, se recargó sobre las salientes raíces, Catalina lloraba y abrazaba sus piernas, reconocen ese sonido, el galope del caballo del patrón que iba en su búsqueda.

Escóndete rápido, Catalina, tapa tu boca con las manos, cierra los ojos mi querida hija, no te muevas, no te muevas, escondida entre las raíces.

Dime, Cira, ¿ dónde está?, grita con rabia Don Pedro, su látigo golpea con furia tu espalda, una, dos, tres veces, así decía él. Fueron tres, Cira, contó hasta tres y tu hija dejó sin vida al mio. ¿Dónde está? Tráemela.

Cira se arrodilla junto a sus piernas, suplicando por la vida de su hija y del que está por nacer, ¿el qué está por nacer? No, una vida por otra, gritaba, tu hijo no merece la vida del mío. El látigo golpea con más fuerza, tus ropas desgarradas ya sangran, te levantay te sacude bruscamente, todo pasó rápido.

Ya es de noche y Don Pedro está sentado en el corredor, sus manos tienen sangre, me acerco a él y me susurra.

Sus secas raíces se alimentaban de ti.

Con miedo le pregunto: ¿Qué ha hecho, patrón Don Pedro, qué ha hecho?

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