Crónica: Lulú y la radio en La Equitativa

Corrían los años de 1940 y en un pueblo lejano llegó un aparato grande con un ojo verde en medio
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Cortesía Casa Morton Subastas

A mis padres

En el Valle del Mezquital hay un pueblo lejano, conocido como el Sistema de Cuencas Exorreicas, que vertía sus aguas hacia los ríos Tula y Moctezuma. Otomí, aridez y pobreza son las tres palabras que identifican esa región occidental, donde la agricultura, la ganadería y el comercio predominan y la nobleza de la provincia premia. Corrían los años de 1940, la Segunda Guerra Mundial anunciaba sus inicios y el presidente de México era Manuel Ávila Camacho, quien se distinguió en su sexenio con el lema de conciliación y unidad nacional.

A sus escasos siete años María de Lourdes era ajena a todos los acontecimientos. Cobijada por sus padres y hermanos, siendo la más chica de la familia, volvió de la escuela y encontró, después de cumplir con sus tareas, un aparato grande que la impresionó mucho. No se atrevía a preguntar qué era, de dónde vino, cómo había llegado a su casa. Un aparato grande de madera con un ojo en color verde en medio. Una tela que con los años se hizo amarillenta. No encontraba explicación para la presencia de un artefacto tan extraño.

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Después de varios días, decidió investigar por qué tanto alboroto en la tienda de sus padres, quienes decidieron pasar esa pieza desconocida a la tienda por unos días. Dedicados a comercializar desde una vela hasta maíz, frijol, manteca, todo tipo de abarrotes y petróleo, tenían un negocio rentable, siempre lleno de clientes. La Equitativa era su nombre.

Y si cuando las personas carecían de recursos para sus compras, en La Equitativa encontraban el alivio para cubrir sus necesidades. Así se convirtió en la principal tienda del pueblo, que no sólo encontraba sus productos y alimentos,  también la amabilidad y dedicación de sus propietarios. Siempre estaba llena de clientes, no sólo para comprar, sino que se arremolinaban para conocer ese nuevo aparato que había llegado a aquellas tierras.

Era un gran radio marca Stomberg Carlson que apenas cabía en el espacio asignado. Su altura y su volumen le daban una fuerte presencia. Su ojo verde en el centro se encendía, como si fuera un vigilante. Su estructura de madera bien cuidada y con algunos orificios hasta arriba lo convertían en un aparato elegante y sobrio, que lograba reunir a un gran número de personas.

A falta de luz eléctrica, lo encendían con una batería de auto, también de los primeros vehículos en el municipio. Es así como toda la población y sus propietarios descubrieron la música mexicana como entretenimiento en un aparato. La radio había llegado al Valle del Mezquital.

Equitativa
Cortesía Casa Morton Subastas

Lulú, como la nombraban de cariño, no entendía de dónde provenían esas voces a toda hora, música que ambientaba las arduas horas de trabajo, así que decidió investigar por cuenta propia.

Una tarde, soleada y seca, sin viento que refrescara la puesta del sol, con escasa clientela en la tienda, Lulú decidió apilar dos bancos y acercarlos con gran esfuerzo hacia el gran mueble en busca de salir de una vez de dudas. Investigó botones y perillas, pudo diferenciar entre el volumen y sintonizar una estación. Al estirar su menudo y ágil cuerpo detrás del aparato, sólo vio todo un sistema de bulbos con luz verde, cables de colores y uno conectado a la batería de automóvil, todo menos lo que buscaba.

De pronto se fue de espalda, los bancos no estaban bien apilados, su frágil cuerpo voló, rebotó en el piso y fue a dar justo a la puerta que comunicaba con el patio. En ese momento, su padre entraba y entre solícito y asustado la ayudó a levantarse. “¿Pero qué estás haciendo? Mira nada más, ¿no te lastimaste?”  Ella respondió: “estoy bien, sólo que no estaban los señores que tocan música ni los que hablan en todo el día”. Su padre preguntó: “¿cuáles señores?”. Los que deben estar allá atrás, contestó la pequeña.

Ante la suposición y curiosidad de su hija, el padre sonrió y la abrazó cariñoso: “Esos señores están muy lejos, también la música, este es un aparato que se llama radio y es para todos nosotros y el pueblo«. Lulú no lograba entender del todo, pero se alegró de saber que todos los días escucharía música que de alguna manera haría la dura jornada de trabajo más llevadera para todos.

Es así como la magia de la radio llegó no solo a la vida de Lulú, sino a La Equitativa y para todo un pueblo que se reunía cada tarde para escuchar música mexicana y los primeros visos de la industria de la publicidad auditiva, con los anuncios de la Cigarrera y el Buen Tono.

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