I. Un rebelde en Chiapas
La imagen ha trascendido el paso del tiempo. En ella se ve de frente al subcomandante Marcos mientras hace una señal con el dedo. Su autor, el fotógrafo Raúl Ortega, quien no dudó en viajar a Chiapas aun sin el consentimiento de sus jefes en La Jornada, para documentar el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ocurrido hace 30 años, el 1 de enero de 1994.
Este acto de rebeldía de Ortega —quien para entonces tenía 30 años de edad y diez como profesional— le permitió hacer una amplia cobertura periodística que, afirma, le “cambió literalmente la vida”. Lo hizo en lo profesional, pero también en lo personal. Y es que desde entonces su historia quedó ligada a Chiapas, “su segunda tierra”, donde conoció a María, la madre de sus dos hijas, y donde decidió quedarse a vivir.
Han pasado tres décadas de esta experiencia; sin embargo, los recuerdos siguen frescos en su mente. Buen conversador, relata con vehemencia las adversidades con las que se encontró, el miedo que sintió al ver que su vida corría peligro y el momento exacto cuando tomó su emblemática imagen de Marcos. También habla de las experiencias que ha tenido con grandes maestros como Cristina García Rodero, Sebastião Salgado o Raúl Cañibano, a quien considera “el mejor fotógrafo cubano”.
II. Levantamiento indígena y una imagen icónica
“Cuando llegamos a San Cristóbal estaba amaneciendo.Eran las seis de la mañana. Dos horas antes salimos de Tuxtla y viajamos por la carretera vieja, con sus 365 curvas en 60 kilómetros. Una locura. Lo primero que nos encontramos fue la catedral y el palacio municipal lleno de papeles quemados, pintas y demás. Veo que aparentemente habían terminado los hechos a los que íbamos. Es lo primero que fotografío.
“Después me encontré con dos reporteras de La Jornada, Rosa Rojas y Matilde Pérez. Me dicen: ‘Hay que ir a Ocosingo’. Vamos para allá, pero ni siquiera llegamos. En Rancho Nuevo, a unos cuantos kilómetros fuera de San Cristóbal, se estaban dando los primeros enfrentamientos y, como en las películas, nada más oyes tiros; no sabes de dónde vienen y no ves a nadie.
“En la carretera empiezan a salir soldados que disparan a cierta zona. Un helicóptero artillado también dispara para todos lados. De pronto baja enmedio de la carretera y deja soldados allí. Empecé a documentar todo eso; disparé un poco a donde podía, donde había algo de acción. Esas fueron las primeras imágenes que envié al periódico.”
—¿Cómo reciben en el periódico esas primeras imágenes y la noticia de que andas en Chiapas sin su permiso?
—Creo que fue bien recibido. Finalmente, aunque incumplí una orden de un superior inmediato, pude realizar un trabajo que importaba para el periódico en los días subsecuentes. También, hay que decirlo, estaba con personas experimentadas como Marco Antonio Cruz, que había estado en La Jornada; Carlos Cisneros (el autor de la fotografía que el diario publicó el 2 de enero) y Francisco Mata. Rentamos un auto y nos movíamos juntos para todos lados. Afortunadamente nos fue relativamente bien, tanto que en el periódico ni siquiera hubo el cuestionamiento de porqué había desobedecido una orden.
—Como bien dices, ibas con colegas con mucha experiencia, pero tú ya tenías una década como fotógrafo. ¿Cómo te sentías profesionalmente?
—Efectivamente, ya no era un novato, pero en estos conflictos armados sientes miedo. Sentí emoción de saber que estaba en un evento en el que tenía que dar lo mejor de mí, pero también cierto temor. En esas circunstancias, más allá de que te puedan cobijar como persona, nadie te puede cobijar profesionalmente, es muy difícil. En el momento que estaba sucediendo lo del helicóptero artillado, sus balas pegaron relativamente cerca de donde estábamos nosotros. Es esa experiencia de conflictos armados, que además nosotros no habíamos tenido, la que te da cierta inseguridad.
—Después de estar varios días en el lugar, tomaste el retrato del subcomandante Marcos mientras hace una señal con el dedo. Una imagen icónica. ¿Cuándo tomaste la foto y en qué contexto?
—El retrato es de 1994. Lo tomé meses después de haber llegado a Chiapas. Fue cuando se hizo la Convención Nacional Democrática en agosto de ese año. Tras varios meses, ya teníamos contactos y acercamientos con el Ejército Zapatista. Teníamos acceso a ciertos poblados, como el de Guadalupe Tepeyac, donde se llevó a cabo la Convención. Un día antes visité el lugar. En lo alto de un cerro la gente preparaba todo el escenario. Todo mundo trabajaba, mientras yo tomaba algunas fotografías. El subcomandante Marcos se encontraba en el lugar; iba y venía, daba algunas órdenes y platicaba con la gente.
“Yo no me la pasaba con él, pero de pronto trataba de tomar ciertas fotografías cuando aparecía. En un momento me dijo: ‘Oye, ya, vete a tomar fotos a otro lado, ¿no?’. Entonces yo me iba y quedaba un poco libre de mí. Pero al rato nos volvimos a encontrar y en una de esas veces que estaba haciendo algo, levanté nuevamente mi cámara y tomé varias fotos, entre ellas el retrato con la señal de ‘ya me tienes hasta la madre’, ja, ja, ja. Se convirtió en una imagen icónica del zapatismo.”
—Cuando tomas la fotografía, ¿eres consciente de la imagen que acabas de tomar o te percatas de ello cuando revelas el material?
—No fue que levantara la mano un instante y luego la bajara. Se quedó con la seña un rato y me dijo algunas groserías, pero yo creo consciente de que iba de un medio que le estaba dando un espacio importante al movimiento.
“En ese sentido, desde el principio supe qué fotografía tenía. Lo que no sabía es el camino que esa imagen iba a tomar. Y bueno, esa imagen tomó el suyo, fue asimilada por las personas y por las organizaciones y sindicatos que la utilizaron. Dio bandera a sus causas, a sus palabras. Tuve la suerte de tomar esa fotografía y pues ahí está.”
—Cuando mandas este material a la redacción del periódico, ¿qué te comentan?, ¿cómo lo reciben?
—Es algo que mucha gente no sabe, pero esa fotografía no la publicaron inmediatamente, lo hicieron casi un año después. Se conoció porque concursé en la Bienal de Fotoperiodismo que organizaba Enrique Villaseñor en el Centro de la Imagen. Participé en el rubro de personajes y gané el primer lugar. De ahí se empieza a conocer. Después la publicó La Jornada, no recuerdo en qué circunstancia, pero no fueron los primeros en darla a conocer.
III. El retrato, un acto de honestidad
—Al ver algunos de tus ensayos fotográficos —De fiesta, Bailarinas, Orishas, Bello Costero— advierto retratos con grandes acercamientos, con personajes mirando a la cámara. ¿Cómo entiendes el retrato como género fotográfico?, ¿cómo los planteas a la hora de hacerlos?
—Tiene que haber mucha honestidad con el retratado, una complicidad. Se vuelve prácticamente un trabajo de dos, de la que resulta una fotografía que ambos queremos mostrar. Si alguien no quiere ser retratado, casi no lo hago. Ser honesto con la fotografía y el fotografiado da posibilidades distintas de movimiento. A mí me gusta acercarme mucho a las personas. Hoy por hoy, casi todas las fotografías que tomo tienen una complicidad con el retratado.
—Justo esto que dices se observa en un retrato de tu proyecto Bello Costero, donde tres mujeres rodean a su madre agónica. Una de ellas mira a la cámara y acepta tu presencia…
—Qué bueno que lo mencionas. Llegué a República Dominicana, a un poblado que se llama Bello Costero de la mano de Juan Manuel Díaz Burgos, un fotógrafo español muy reconocido. Varios años estuvimos fotografiando en este lugar.
“En uno de esos viajes yo había retratado a esa señora y después incluso conviví con ella y sus hijas. Una vez que volví, me dicen que la señora está agonizando. Conversé un poco con la familia y después me pasaron a ver a la abuela: es la escena que se aprecia en la foto. La mujer fallece esa misma noche. Se trata de esta cercanía que te dan las relaciones personales con el fotografiado.
“En el proyecto Bailarinas sucede lo mismo. Imagínate a estas chicas que se desnudan públicamente, pero en un contexto muy determinado. Si yo no hablo antes con ellas y les explico lo que hago, imagínate lo que pueden pensar de un tipo que llega con una cámara: ¿qué va a hacer con las fotos?, ¿dónde las va a mostrar?, ¿para qué las quiere? Muchas veces no se entiende para qué quieres una imagen.
“Lo mejor es ser invisible; cuando eso sucede las fotografías fluyen mejor. Una vez creada una atmósfera de confiabilidad, te puedes empezar a mover distinto. Así sucedió con las muchachas que me permitieron tomarlas desnudas.
“Uno retrata con los estudios, la cultura, con el barrio en que viviste, en la situación económica que padeciste o disfrutaste, con todo lo que eres en tu vida. Vas teniendo una percepción del mundo y de la política, y eso lo tienes que verter, por decirlo así, a una obra determinada, en este caso la fotografía.”
IV. Humanidad y compromiso
—Has tenido la oportunidad de fotografiar con maestros como Sebastião Salgado y Cristina García Rodero. ¿Qué te han dejado esas experiencias?
—Un día me habló Graciela Iturbide y me dijo que Sebastião Salgado estaría en México. Para mí eso ya era suficiente: ir a verlo y que me firmara algunos de sus libros. Pero me dijo que cenaría en su casa; ya te imaginarás, doble emoción. Entonces Graciela me dice que me invita a cenar porque Sebastião quería platicar conmigo. Eso ya fue el éxtasis, el saber que un tipo de esa calidad quería platicar contigo.
“Entonces lo conocí, platicamos y estuvimos en Chiapas durante un mes. Después estuvimos fotografiando en Ciudad de México otro mes. Cuando lo vi, supe qué monstruo era y qué cosas hacía. Soy un admirador de lo que hace, de lo que ha hecho toda su vida. Yo lo veía en el día a día, dormíamos juntos, pero no lograba descifrarlo. Intentaba saber cómo es que, aparentemente haciendo lo mismo, captura lo que captura.
“Creo que a lo largo de los años he ido entendiendo varias cosas. Sucede que retrata con un gran compromiso, con una gran humanidad, porque más que un gran fotógrafo, que lo es, es una gran persona.
“En el caso de Cristina García Rodero, he trabajado con ella en Cuba, España y México. Me invitó a fotografiar una parte religiosa en Tabasco y otros pueblos aledaños. Y bueno, nos fuimos igual varios días y la veía retratar; es otro estilo. Cristina, que es pequeñita, tiene la vitalidad de un corcel, fotografía todo el día: empuja, va, viene, sube, baja. Es una bestia trabajando: empieza a las seis de la mañana y acaba con el último rayo de luz, no para. Come muy poco para poder seguir trabajando.
“Cuando ves las fotos de Cristina, pues son una maravilla, son realmente espectaculares. La ves trabajar, pero no la descubres. Lo mismo me sucede con Raúl Cañibano. Estamos platicando y de pronto corre una cuadra y media porque vio algo justo en aquel punto en donde sabe que va a tener una foto, y lo que obtiene es estupendo. Entonces preguntas asombrado: ‘¡¿Cómo lo viste, si estábamos platicando?!’.
“No hay una varita mágica para ser un buen fotógrafo. O sea, no por haber fotografiado con Salgado vas a ser mejor que el día anterior. No vas a decir: “Ah, ya sé qué hago mal que él hace perfecto, por eso le salen así las fotos”. No tiene nada que ver. No hay lógica en cómo ellos trabajan a cómo trabajamos nosotros. Podrán decir que hacemos lo mismo, pero no hacemos lo mismo, evidentemente.
“Más allá del trabajo, de la técnica, de los temas, la fotografía es pensamiento. Si tú no sabes qué vas a hacer con esa cámara, qué quieres tomar de la escena determinada, pues no vas a saber cómo resolverlo. El fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto dice: ‘Tú tienes que aprender la técnica, ser impecable con la técnica, pero a partir de ahí, olvidarte de ella. Lo que tienes que hacer es fotografías y la fotografía no es técnica’.
“Tomar fotografías es otra cosa, a partir de eso, la creatividad no tiene nada que ver con la técnica, aunque en cierto momento se deben fusionar. Porque técnicamente podríamos ser exquisitos, pero ¿qué tomamos?, ¿cómo lo hacemos?”
V. “Soy todo lo que he fotografiado”
—Soy un poco de todo lo que he fotografiado. Soy zapatista, cardenista y también la anciana que se está muriendo. Soy un santero cubano y un indígena en las fiestas religiosas y tradicionales que hice, y soy también parte de las noticias de La Jornada. Un poco de cada cosa.
“Cuando hice el libro De fiesta en Chiapas, de las fiestas tradicionales y religiosas, me decían: ‘Si usted está aquí, aunque fotografíe, debe beber, comer y bailar igual que todos’. Ya te imaginarás cómo acababa. Después de año y medio mi hígado me lo agradeció.
“Y en Cuba lo mismo, con el proyecto Orishas. Decían: ‘No eres el reportero que viene a ver cómo los negritos hacemos los rituales, no, eres parte del ritual’. Y si se quitan los zapatos, tú te los quitas; si te salpican de sangre por algún sacrificio de animales, te salpicaron de sangre; y si tienes que tomar ron, tomas ron. Lo único que te queda es asumir que eres parte de eso, de todo lo que has fotografiado.”
—Además de la fotografía, también eres editor de libros. ¿Cuál es tú propuesta?
—Es chistoso, porque uno quisiera seguir siendo fotógrafo todo el tiempo y toda la vida, pero por desgracia en México se dan condiciones casi imposibles para poder vivir de ello y más siendo independiente.
“Entonces hice propuestas para crear proyectos para proponerlos a ciertas instituciones. Llevamos aproximadamente nueve libros en igual número de años y no nada más de fotografía, por fortuna hemos tenido también títulos de pintores importantes de Chiapas y de otros lugares.
“Tenemos una pequeña editorial. No imprimimos, pero hacemos toda la producción desde cero, hasta tener un libro ya hecho. La editorial se llama Grupo Azul y somos un equipo de amigos que está interesado en la cultura.
“Digamos que el camino es el mismo, pero en la vida hay curvas y de pronto hay que tomarlas, porque si no, te estrellas. Hemos decidido que, en lugar de vender seguros, podemos hacer libros y así seguir teniendo contacto con personas creativas. Es seguir dando pasos para vivir lo que te toca.”
—¿Qué significa Chiapas para ti?
—Chiapas es mi segunda tierra. Había estado aquí en 1984 y 1987 para trabajar en un reportaje sobre la deforestación de la selva Lacandona. Regresé en 1994 para cubrir el conflicto armado. Al llegar al estado, al quedarme tanto tiempo, finalmente tuve una relación aquí. Para no hacer el cuento muy largo, me casé con María, y tengo dos hijas de ese matrimonio, Paula y Jimena. Son hijas del conflicto.
“Profesionalmente Chiapas me ha dado la posibilidad de desarrollar proyectos. Tengo un libro que se llama De fiesta. Anduve por todos los pueblos que pude para fotografiar las fiestas tradicionales y religiosas en el estado. Me ha dado mucho, yo le estoy muy agradecido, pero igual que otros lados. Cuba, por ejemplo, es para mí como mi segunda patria.”
—¿Cómo ve el Raúl actual al Raúl de veintitantos años, formándose como fotógrafo en La Jornada?
—Lo veo con muchas ganas y ansiedades, y con muchos errores, por supuesto. Pude haber aprovechado mucho más. Se hizo lo que se pudo con muchas circunstancias de la vida. No quiero verlo como un conformista, pero también quiero entender ciertas circunstancias que tuve para salir adelante. A la edad que tengo es una verdadera fortuna seguir fotografiando lo que me gusta. He sido muy afortunado…
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👊El próximo 1 de enero se cumplen 30 años del levantamiento zapatista. En #SinConservadores exponemos los logros de este movimiento y las asignaturas pendientes en su importante lucha por la justicia y la equidad. #EZLN
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