Esta siempre será una historia triste y Sarah lo supo ese día, por ese día. Sin embargo, no pudo contener el llanto que la condenaba a olvidar. Tanto amor se tenía que llorar. En el momento en que ella entró a la vecindad armonizada entre maderas y colores otoñales vio un camino trazado con pétalos de al menos quince flores apuntando hacia su puerta. El ocaso desangraba el cielo.
Su instinto clamaba por darse la vuelta, huir, que Gabriel no la viera, pero el corazón volvió a ganar, como había pasado por siglos entre dos que se quieren, y abrió la puerta para encontrar a su amigo bello, de hinojos, ofreciéndole un ramo de rosas con las maletas tras de él. Aunque ella no quiso, en su pecho se encendió la más profunda ternura porque estarían juntos aunque no llevaban tanto tiempo, estarían juntos porque se vieron y los partió un rayo. Pero cuando la primera lágrima rodó por su mejilla y cayó al patio, no pudo más que soltar unas palabras. Lárgate, yo no te quiero.
Gabriel, aquello que quedó de Gabriel, alcanzó a arrastrarse para afuera. En el quicio, rebotando en la disonancia del alma, el muchacho abrió mucho la boca, como si lo hubieran espantado. Ahí estuvo entre horas y frío, pensando, retorciendo las ideas, horadando su mente buscando esperanza, su pecho flagelado por rompientes espirales. Qué había hecho mal.
Se había apresurado. Sí. Pero cómo no hacerlo si unas horas antes estaban de acuerdo en todo, en despertar de la mano, en darse las buenas noches con dulce cansancio embotando sus sentidos, beber el primer café del día de las manos del otro. Sí, eso era, se había apresurado y el miedo se cebó en ella. Qué tonto, se reprochó como el niño que rompe la vajilla. Se desearon en cuanto cruzaron miradas, un sofoco los había sumido en tan esplendoroso ahogo… no había duda de las señales de un querer absoluto, lapidario.
Todos los enamorados dan por hecho que se conocen desde siempre, pero en el inaudito caso de ellos dos tal cosa era cierta. Ella lo sabía y él no lo recordaba, no podía.
¿Cómo fue que Sahara lo supo? Todo fue por la sorpresa de verse con el corazón atenazado por la calidez de este extraño que un día cruzó la puerta del bar y transmutó el escenario. Eso la llevó a cuestionarlo. Estaban ahí, de pie, uno a cada extremo de la barra, pero un latido bastó para situarlos a la sombra de una higuera ardiendo por deshacerse de las telas que los cubrían. Se sentían aún más jóvenes, como si acabaran de franquear el portal de la inocencia y una sola respiración bastara para arrojarse al vacío junto al otro. Fue tan anormal como familiar para ella, y esa sensación tirante hurgó en su corazón hasta que no pudo más. Buscó respuestas, necesitaba frenar los suspiros que amenazaban con abrirle las carnes desde adentro.
Entonces consultó a los astros y a las cosas viejas del mundo, desde su cuarto renovado de vecindad, donde convivían las tendencias y las antiguas creencias disfrazadas de adornos y artesanía. Siempre estaban con ella pequeñas figuras provenientes de la arena tostada y el ondular de las serpientes dibujado en las dunas. ¿De alguna manera lo sabía? ¿Cómo?
Un sueño sobre el llanto
Soñó que se encontraba abajo de la higuera y esperaba a su amante con tal ansia que un pedazo de celo quedaba cauterizado cada que ellos se tocaban. Estaban en Basora y sólo por seguir el río llegarían al mar. Dos potencias de roca y agua se empeñaban en doblegarse, atacaban y contraatacaban gustosas de recibir el embate, con dedos amasando sus rostros, deformándose del gozo con sacudidas en el cuerpo entero, con la punta de la lengua abarcando todo. Y yacían, y rompían sus olas de saliva entre la procelosa labor de remecer, volverse espuma, bañarse la piel en ellos mismos, ser sudor y sal otra vez.
Y una cicatriz en la ruta del viento se cerraba y los astros retomaban su curso mientras ellos guardaban aire para despedirse con un beso, así fue como descubrieron un aura invisible que los obligaba a encontrarse y que al final, lo supieron, era sólo el inicio del amor.
Pero un día de terribles signos, caminando por la tierra, un seguidor de Iblis fue atraído por el caudaloso afluente de esos dos y se asomó de entre los collados descubriendo la desnudez de ambos, y los deseó para él rechinando los dientes. Entonces urdió el plan para tentarlos, pero no bastaron las promesas de tener darles como esclavos los más hermosos seres dispuestos a cumplir sus caprichos, las más exquisitas joyas del hijo de David perdidas por décadas, los tres deseos de un genio esclavizado en una botella. No cedieron a separarse para satisfacer a esa criatura.
Aquel seguidor de Iblis no se rendiría tan pronto, y siempre rechinando los dientes esperó su momento agazapado en la oscuridad, ahí, donde solo crece la crueldad. Barrenando su desespero, lo comprendió: no podría separarlos, pero sabía que en el amor sólo hay una cosa cierta, siempre brota el llanto, por dolor, angustia, tristeza y por todas las cosas bellas que él no sentía y que sin embargo podía utilizar. Así los acechó hasta encontrarlos vulnerables, tomados de la mano descansando luego de conocer su carne.
Los hirió, mas no los hirió en sus cuerpos sino en sus adentros, colmándolos de visiones terribles con sus peores pesadillas en donde uno perdía al otro y nunca se volvían a encontrar. Y lloraron los dos en su demencia y el seguidor de Iblis con su angelical naturaleza maldijo sus lágrimas para que con la primera gota que rodara sobre su mejilla, del primero que llorara, su amor se esfumara por esa vida. Y se alejarían, morirían sin volverse a ver de nuevo, sin poder preguntar si ese día habían comido, si tenían sed, si habían sonreído.
Ese día quedó sola la higuera porque él caminó hacia el este y ella hacia el oeste mientras un seguidor de Iblis rechinaba los dientes rumiando la mitad de satisfacción lograda. La historia del mundo seguiría, los amantes separados se encontrarían una y otra vez en el delirante y cruento ciclo al que fueron condenados sólo porque se engendró la envidia cuando un pedazo de cielo quedaba cauterizado al tocarse.
Y desde su río, el mar y las arenas inspiraron la canción de aquellos que por leer juntos las historias de enamorados comenzaron a quererse aunque no debían porque eran cuidador y cuidada hasta que se rindieron al previsible restallido de los labios, fueron descubiertos y se expusieron a un castigo terrible. También corrieron la suerte de aquellos que cometían abominación por yacer juntos teniendo los dos partes de varón sin entender por qué se amaban tanto que decidieron desafiar al mundo.
Ocurrieron asimismo olvidos más rápidos, como cuando él lloró al instante en que el señor de esa tierra ejerció su derecho de prima nocte con su prometida, y fue repudiada luego de esa lágrima, y murió tras escapársele el alma entre tanto llanto. Incluso, se reencontraron en oriente siendo él niño y ella anciana, y ella se asustaba de contemplarlo, pero él se fascinaba y se quedaba sentado con las piernas cruzadas frente a ella, quien con sus últimas fuerzas soltó una lágrima y dejó esta vida al olvidar. Desde luego, fueron aquellos dos hijos de familias rivales con tal ardor en sus pechos que nadie podía gobernar su fuego, fraguaron un plan que fracasó y el olvido llegó cuando ya estaban separados.
Recorrieron juntos los campos de trigo, fueron hermano y hermana cometiendo el pecado imperdonable, vieron caer imperios combatiendo codo a codo, ella quemó con queroseno la rica mansión en la que él habitaba pero aún así no se resistieron el uno al otro. Meditaron espalda con espalda en las altas cumbres, fueron esclavizados en el África subsahariana y sus llanto hizo que olvidaran el amor pero no el dolor del secuestro, soñaron con un ancla, ambos mataron un tigre en Borneo. Sin embargo, las lágrimas aparecían y su desgracia no tuvo fin.
Y en el sueño de Sarah tuvieron un último encuentro en la plaza llena de muchachos donde llovieron balas, la sangre y los gritos la ensordecieron, y contuvo el llanto todo el tiempo que pudo, porque lo buscó y lo buscó hasta desesperar, primero yendo a hospitales y anfiteatros, luego protestando ante autoridades marchando con su fotografía estampada en una pancarta. Sahara escuchaba un rechinar de dientes que se confundía entre el sueño y los ruidos de la mañana a punto de despertar. Ella contuvo el llanto, pero murió sin encontrarlo. Y el rechinar se hacía más claro, los sonidos matinales también y el sobresalto la sacó de la cama.
Hacía un par de meses había conocido a un chico, Gabriel. Y desde el primer momento se transportó con él a otros sitios de amor infinito y cuando se tocaron parecía que el cielo suturaba heridas con fuego. ¿Qué era esa sensación, qué era ese sueño? Comprendió que debía evitar, como fuera, el llanto, porque si algo de todo aquello era verdad, debía resguardar lo que sentían el uno por el otro. Así que pensó en controlarse, pese a que mudarse juntos era un tema sobre la mesa. Tal vez no era para tanto y él huiría antes o cambiaría de opinión, o sólo era una fantasía de dos que pensaron amarse a primera vista. Porque eso no pasa, porque eso es una construcción de los cínicos.
Pero como muchas cosas entre ellos, no se podía confiar en la normalidad.
Esta siempre será una historia triste y Sarah lo supo ese día, sólo por ese día. Porque el amor siempre conduce al llanto por tanta ternura, calidez, correspondencia,por despertar y ver que ahí está… y por todas esas cosas terribles que bien comprende el seguidor de Iblis. Cuando llegó a la vecindad, vio el camino de pétalos de al menos quince flores, abrió la puerta y encontró a Gabriel hincado. Y derramó una lágrima que cayó al sueño.
Un rechinido de dientes crispó los nervios de la ciudad pero ellos dos no se enteraron. Sarah entró a su cuarto con unas inmensas ganas de soñar y Gabriel, lo que quedaba de Gabriel, estaba afuera desangrándose en medio de una urgencia del alma.