El violinista y director de orquesta neerlandés André Rieu llegó al escenario por el pasillo central del Auditorio Nacional como quien con orgullo va a morir en la arena. O como un emperador romano, rodeado por músicos y coristas de su Johann Strauss Orchestra, mientras sonaba para más de 10 mil personas la famosa marcha de 1897 Entrada de los Gladiadores, del compositor checo Julius Fučík.
Entró por una puerta lateral, sin prisas. De hecho, antes de recorrer el largo pasillo central del que después descendió escalones hacia el escenario, se detuvo a que sus aficionados le tomaran cuanta foto quisiesen. Sin temor a la gente. Sin que la gente se abalanzara sobre él, que sabe ganarse el cariño con zalamerías y mentiras piadosas que todos los artistas dicen a sus fans: que son el mejor público del mundo, que cuando llega a cualquier hotel de las decenas de ciudades del planeta donde ofrece 90 conciertos por año, antes de ir a la cama, después de desvertirse y vestirse de pijama: piensa en México.
El emperador de Maastrich y su corte. La mayoría hermosas músicos mujeres y bellísmas cantantes prófugas de la ópera, ataviadas con ropas que parecen salir de un cuento de hadas o al menos de los recuerdos de la corte del imperio austrohúngaro de los Habsburgo, reminiscencias también de varias de las piezas que interpretaron en un concierto de dos horas y media divididas por un pausa, como La marcha de Radetzky o el vals El Danubio azul, de su amado Strauss, que puso a bailar al respetable.
Todos los artistas de su corte se despiden del público y luego de André Rieu, haciéndoles caravanas.
Es su imperio: la fantasía de estar en un salón vienés bailando un vals, rodeado por bellas cortesanas.
Quizás muy pocos sabían de Fučík dentro del Auditorio Nacional, adonde regresaba André Rieu después de seis años. Pero justo la marcha del checo resumió desde el principio las intenciones del violinista y director de orquesta: desacralizar la música llamada culta o clásica, desacralizarla por sí misma. Porque quizás nadie sabía, ni a nadie le importaba saber, el título original (aunque originalmente se llamó Gran marcha crómatica) ni quien la compuso, pero seguro todos la recuerdan por los circos o porque en 1974, hace medio siglo, un trío de estadounidenses que juntos se llamaban Three Dog Night la popularizaron con el cover de una canción ícono de Leo Sayer, “The Show Must Go On”, que hace un par de décadas interpretaron con la Sinfónica de Londres, así, ni más ni menos.
Nada es serio en un concierto de André Rieu (Maastrich, 1949) donde todo es un espectáculo en serio.
Las coristas parecen estar distraídas, conversando mientras la Johann Strauss Orchestra, fundada por desde hace 37 años (1987), toca el Aleluya de Händel; o Béla Mavrák, Gary Bennett y Serge Bosch, The Platin Tenors, cantan en la primera parte del programa “Nessun dorma”, casi sin nessuna norma, en una suerte de parodia de Los Tres Tenores, Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti.
Pero, no. Las coristas están realizando una coreografía con sus cotilleos en escena, sus distracciones, su desenfado para respaldar a los solistas o a la orquesta, casi en un 80 por ciento integrada por mujeres (una treintena de ellas por apenas ocho hombres, algo insólito), quienes por su parte hacen payasadas mientras tocan y aparecen a cuadro en las pantallas del Auditorio Nacional con gestos, con mímicas.
El show de André Rieu está hecho para conmover y complacer, sabe que el público busca emocionarse, sentirse culto y entender. Y entre las piezas el artista neerlandés cuenta anécdotas, hace bromas; sinponerse solemne innecesariamente cuenta la trágica, pero valiente historia de una de sus invitadas, la jovencita de 16 años Emma Kok, su compatriota que en 2021 ganó en Holanda el reality The Voice Kids y que quiere ganarle con su sueño de ser cantante también a la gastroparesia, la rarísima enfermedad que le impide comer normalmente y que la mantiene conectada durante horas a aparatos.
La artista adolescente cantó “Voilá”, de la francesa Barbara Pravi, que se ha hecho viral con André Rieu y su orquesta en las redes sociales, con más de 23 millones de visitas. Pero la talentosa joven holandesa, hermosa en su traje de noche con lentejuelas, se llevó las palmas de pie durante varios minutos con su interpretación también de la canción utópica de Michael Jackson, “Heal the World”.
El repertorio de la Johann Strauss Orchestra fue casi un tour por la música y los géneros de varias generaciones en Europa y Estados Unidos: desde el hitazo de 1958 “Volare” (“Nel blu dipinto di blu”, en realidad) de Domenico Modugno y Franco Migliacci, hasta I Will Survive, que Gloria Gaynor hizo inmortal desde 1978 y que hoy es el himno de la comunidad LGBT+, cantado casi al final por la compatriota de Rieu, Dorona Alberti, quien antes había simulado ser parte del público para poder salir huyendo de la sala perseguida por una botarga de toro de lidia cuando se interpretaba un paso doble.
Desde la canción griega “Los niños del Pireo (Ta pedia tou Pirea)” de Manos Hadijakis, que cantaba Melina Mercury, y “La paloma”, interpretadas por la corista griega de Rieu, hasta la danza sirtaki con la música de la película Zorba El Griego compuesta por el casi centenario Mikis Theodorakis.
Desde la folk song cantada por la ucraniana Anna Reker, de madre ucraniana y padre ruso, que le pidió a Rieu “cantar una canción de su tierra”, donde se libra la guerra después de la invasión de la Rusia de Putin. Y cantó vestida de traje tradicional y colores de Ucrania “Nitsch Jaka (Noche de luz de luna)”.
Sus padres se aman desde hace 40 años, porque en el amor no hay fronteras, dijo Rieu en son de paz.
Desde el brindis de La traviata de Giuseppe Verdi,“Libiamo ne’ lieti calici”, que cantaron The Platin Tenors con las bellísmas sopranos Micaela Oeste y la nueva, Anna Majchrzak, quien también tuvo su momento estelar interpretando el tema de El fantasma de la ópera“Think of me”.
Desde el rock & roll de Little Richard con Tutti frutti y sonido de big band y un André Rieu saltando en el escenario a sus 74 años, hasta los globos que se soltaron sobre las lunetas para felicidad del público, todo estaba armado para complacer, para que, como dijo el artista, amaran la música como algo bueno.
Complacer, conmover… Que el público se pase un buen rato, con una experiencia popular clásica.
Y para complacer, por supuesto, el fenómeno musical que poco tiempo tuvo para tocar su Stradivarius en el escenario, no se podía ir de su concierto de regreso al Auditorio Nacional sin que ahí se escuchara “Cielito lindo”, la pieza que Quirino Fidelino Mendoza y Cortés dejó un 10 de mayo de 1862 a los mexicanos para sentirse eso: mexicanos. Con ese finale André Rieu tocó el cielo, el cielito lindo.
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💕 @andrerieu llenó nuestra sala de parejas bailando “El Danubio azul” 💙 pic.twitter.com/E6v3Sm51RC
— Auditorio Nacional (@AuditorioMx) March 26, 2024