Nunca podrás consolar ante un duelo. Cada pérdida significativa de un amigo te vuelve a la propia orfandad, de donde nunca saldrás por más que inventes cada día nuevos paliativos.
Cuando nuestra madre se va al cielo, cada uno se aferra a esta vida de maneras diferentes. En momentos es sorprendente descubrir que aún podemos respirar, aunque ella no esté.
No hay palabras ni gestos que consuelen, luces y veladoras suficientes para compartir, rezos y plegarias exactos para acompañar a quien despide de esta dimensión a su madre.
He buscado en estos días maneras de acompañarte, Enrique. No los encuentro aún. No los hallaré nunca.
Sin embargo, esta noche soñé a mi propia madre: hablaba conmigo. Entonces recordé que logré sentirla cercana en sueños. De vez en cuando aparece en ese dintel entre el mundo onírico y lo que llamamos realidad, un reducto tridimensional al que asimos con sólo cinco sentidos.
En ese mundo de fantasía y verdad, logro platicar con mi mamá que ahora vive en el cielo, o en el universo de quienes ya trascendieron.
Los sueños con ella parecen no tener lógica ni explicación posible. Son únicos: resultan insustanciales o ilógicos para otros, pero no para quien los tiene. Suelen revelar muchas cosas y le asignan significados únicos a los diálogos, formas y personajes que se perciben. Es la prueba fehaciente y descomunal de que mi mamita sigue conmigo.
¿Por qué te lo cuento Enrique? Para que sepas que pronto tu podrás hablar con tu madre, que ella nunca se irá ni dejará de aconsejarte y conversar contigo. Para que tengas la certeza de que regresará a estar cerca, aunque de una manera más sutil.
El camino para lograrlo no es inmediato ni fácil. Debes convocarla. No de cualquier manera: escribe. Que tu llanto se convierta en tinta ahora, para decirle todo lo que quedó suspendido para un mejor momento, para un después que en esta realidad ya no pudo ser.
Escribe lo que pasas y lo que lamentas, la manera en cómo la recuerdas y sobrevives. Escribe sobre la sensación del sol en tu piel, de las voces del agua, de tu inmensa soledad ahora que ella no está. Escribe Enrique. Escribe.
Cuando el llanto es tanto que las lágrimas ya no se visibilizan y escuecen los ojos, es momento de encontrar nuevas maneras de honrar su memoria y glorificar el tramo de vida que nuestra madre estuvo con nosotros.
Es momento de escribir. Es el modo ideal de despedir y pedirle que mantenga el contacto con nosotros, porque el amor es más grande que la línea de la vida.
Escribe Enrique.
Nadie logrará entender tu pérdida y ese lapso triste de cuando ya no está contigo. Nadie imaginará el significado que sólo ustedes dos dieron a las palabras y las argucias que sólo ustedes idearon para escapar de las sombras.
Nuestra relación con cada ser es única, pero la que sostenemos con nuestra madre toca los confines no imaginados de la sacralidad.
Sé que pronto volverás a platicar con ella y habrá días en que amanecerás radiante porque la viste. Sé que eso ocurrirá. Pero no será fortuito: allana el camino del encuentro con misivas para ella. No para que lean los demás o que traten de justificar actos intuitivos y deliberados que empleamos para decir adiós.
Porque sí, porque algunos seres somos afortunados y sabemos el momento en el que nuestra madre abandonará este mundo tridimensional. Muy dentro de nosotros siempre está esa noción que no queremos aceptar-
Por eso escribe. Es la manera en la que ella regresará.