Después de leer El gallo de oro sigo fascinado con la manera en que Juan Rulfo utiliza el lenguaje en sus obras, con las palabras precisas para cada acción y de acuerdo con el medio en que se desenvuelven los personajes. En la utilización de las palabras no hay azar –al contrario de lo que ocurre en la narración–, todo está calculado para que funcione tanto en el ritmo de lo que se cuenta como en el significado y peculiaridad de cada vocablo que se menciona.
He visto las dos versiones fílmicas de El gallo de oro y son buenas, pero definitivamente me gustó más el texto.
Al contrario de otros escritores, que utilizan el lenguaje campirano sin más que repetir como en una grabación la manera en que habla la gente, Rulfo utiliza sólo las palabras estrictamente necesarias, apenas para matizar la voz de los personajes, pero ordenadas para que den cuenta del modo en que se expresan los hablantes del Bajío y su zona aledaña, y cuya habla además da cuenta del oficio, de la posición social y del género; es decir, el lenguaje construye al personaje.
El autor conoce perfectamente el asunto de lo que nos cuenta, y no me refiero solamente a los temas abstractos, como la suerte, la fatalidad, sino también al ambiente en que transcurre la historia, a los objetos que se mencionan y al lenguaje que utiliza la gente de los palenques.
Por ejemplo, la manera en que el autor nos da razón de que Dionisio haya estado cerca del palenque donde obtuvo el gallo, incluye ya el lenguaje del ámbito de las peleas:
“…los galleros de la región agotaron sus perchas y aún tuvieron tiempo de encargar otros animales, cuidarlos, entrenarlos y jugarlos” (p. 20 “El gallo de oro”, La fórmula secreta y otros relatos, editorial RM y Fundación Juan Rulfo, 2016. En adelante, el número de todos los fragmentos que cito se refieren a esta edición).
“El gallo blanco resultó cocolote. Aceptó pelear al ser careado, pero ya suelto en la raya se replegó ante las primeras embestidas del dorado a uno de los rincones.” (p. 22)
“El dorado fue hasta donde estaba el blanco a buscarle pelea, la golilla engrifada y las cañas pisando macizo a cada paso…” (p. 23)
Y así, sucesivamente, en toda la narración hay en la forma de hablar de los personajes un lenguaje matizado de palabras propias del ambiente de los palenques y del ámbito rural, que además hace sentir al lector que está en medio de toda esa gente e incluso se puede percibir, si exageramos, lo que piensan los personajes.
Dionisio, personaje trágico
Hay en El gallo de oro un ciclo: la pobreza, la buena fortuna y la desgracia. En cuanto a la primera, la descripción del ámbito del protagonista y su oficio sirven para mostrar la situación de éste.
Dicha descripción no es del aspecto material, sino de las actividades cotidianas de la gente de San Miguel del Milagro, entre ellos Dionisio Pinzón, personaje trágico, cuyo desarrollo casi se ajusta a lo dicho por Aristóteles en la Poética, Capítulo XIII:
“La fábula perfecta, por tanto, debe poseer un interés simple, no doble (como algunos nos dicen); el cambio en la fortuna del héroe no ha de ser de la miseria a la felicidad, sino, al contrario, de la felicidad a la desdicha.”
Pobreza
Aunque en un principio está en total desamparo, el desenlace de la historia –la muerte de Dionisio por el cambio de fortuna– es peor que la miseria en que vivía al inicio de la historia.
En cada uno de los elementos del ciclo, el lenguaje se ajusta a las circunstancias de modo que se describe la pobreza con los hechos; por ejemplo, cuando el protagonista recibe el pago por su trabajo.
“Para que el pregonero no se desanimara y siguiera gritando su pérdida, le adelantó un decilitro de frijol que Dionisio Pinzón envolvió en su paliacate y llevó a su casa ya mediada la noche”. (p. 19)
“Su madre se las arregló para prepararle un poco de café y cocerle unos «navegantes», que no eran más que nopales sancochados, pero que al menos servían para engañar el estómago.” (p. 19)
O cuando muere la madre y se narran las condiciones en que la llevó al camposanto:
“…iba por mitad de la calle cargando sobre sus hombros una especie de jaula hecha con los tablones podridos de la puerta, y dentro de ella, envuelto en un petate, el cadáver de su madre.
“Todos los que lo alcanzaron a ver le hicieron burla, creyendo que llevaba a tirar algún animal muerto.” (p. 25)
Buena fortuna
La suerte de Dionisio cambia después de que muere el gallo dorado, pierde en los albures, se encuentra a Bernarda Cutiño y, por instancia de ella, se asocia con Lorenzo Benavides, pero su ascenso se ve más claro al momento en que Bernarda decide unirse a Dionisio y, como ocurría con Benavides, ella es el talismán de Pinzón, y aunque pone sus condiciones, termina subordinada a él.
Incluso, Dionisio despoja de sus propiedades a Lorenzo Benavides mediante el mismo juego de cartas que éste le había enseñado. Todo esto ocurre gracias a que ahora Bernarda decide permanecer junto a Pinzón, no sin antes advertirle que ella seguiría siendo libre, aunque esto no se cumple cabalmente, y casi concuerda con lo que se dice en la Política, libro primero, capítulo 5, de Aristóteles:
“El esclavo está absolutamente privado de voluntad; la mujer la tiene, pero subordinada; el niño sólo la tiene incompleta.”
Desgracia
El desenlace de la historia podía haber sido que Dionisio Pinzón muriera sin pena, pero eso no convenía a la historia. Así que todo ocurrió como es natural en la vida, que siempre es azarosa, en el caso de la tragedia que fue la existencia del protagonista y la congruencia con el papel de Bernarda como talismán de éste, que nunca pensó en el futuro, sólo vivió el momento y la pasión del juego, con lo cual el personaje afirma su carácter.
De ese modo, cuando muere Bernarda, la suerte de Dionisio cambia, pierde todo y no le queda más salida que el suicidio, con lo cual se completa la tragedia.
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