El maestro Juan Rubén Tamayo Sánchez lucha, desde hace tres décadas, por mantener vigente el trabajo artesanal para la elaboración de sarapes y gabanes, tejidos en telar de pedal con hilos de lana teñidos con tintes naturales.
En entrevista, recuerda que a los 16 años su madre, Juanita Sánchez, lo impulsó para trabajar en la tienda “El Sarape de Saltillo”, la más antigua de esa ciudad, con una trayectoria de más de 100 años, donde tuvo como maestro a José Espiridión Zenteno.
“La idea era que yo entrara a trabajar para ayudarle a José Espiridión; también estaba otro obrero-tejedor, pero solo me acuerdo de él como Don Beto. En esos tiempos no había muchas oportunidades de aprender, si no quería el maestro enseñarte, pues no te enseñaba. Esto fue en 1995 aproximadamente, y la idea era que yo le ayudara a lavar la lana, que era el trabajo más pesado para ellos y solamente me iban a contratar tres días”, menciona.
Aunque intentaba aprender, dice, el maestro Espiridión era celoso con su trabajo, por lo que cuando se acercaba para tratar de ver y conocer, el maestro detenía su trabajo; con el paso del tiempo el mismo Espiridión le comentó que al entrar a los talleres tenía que hacer un trabajo y hasta que lo dominara, lo cambiaban de área.
Así es que, primero aprendió a lavar la lana y luego empezó a teñir con anilina, una tinta especial para esta fibra. “El proceso que yo aprendí fue empírico, yo no tengo apuntes de que se ponga un gramo de tinta, un gramo de ácido acético, un gramo de ácido sulfúrico, la verdad no había cosas que hay ahorita”.
El proceso del sarape, explica, es hacer ocho tonos de cada color: amarillo, rojo, verde, azul y naranja, todos en una misma variación, que se les llama sombras, por eso este tipo de piezas son coloridas.
Al terminar el tejido, hay que “empuntar”, es decir, se hacen las “barbitas” y se limpia, para quitar el exceso de lana, y se cepilla, para afelparse, explica.
Una vez que aprendió este proceso, a Juan Rubén Tamayo lo llevaron ante los telares, el primero que usó fue uno de hilo grueso. “Los telares todos son iguales aquí, pero solamente cambia el peine”.
En febrero de 2008, el maestro Tamayo renunció a su trabajo en “El Sarape de Saltillo”, donde laboró por 12 años, y en agosto de ese año ingresó al Museo del Sarape, en la misma Ciudad de Saltillo, Coahuila, dirigido entonces por Claudia Rumayor. Desde entonces, su labor consiste en que el público del museo conozca cómo se hacen los sarapes, en una muestra.
Saltillo mantiene su tradición como ícono de los sarapes, vestimenta que es apreciada a nivel nacional e internacional y considerada pieza artística por su manufactura artesanal.
El maestro artesano lamenta que su trabajo ha enfrentado un mercado desleal, porque hay quienes venden productos similares, asegurando que son los tradicionales, “le dicen ‘mire, este sarape es de Saltillo, está hecho en Saltillo’ y hay sarapes que ni siquiera están hechos aquí, vienen de otros lados”.
Y explica: “Ya hay máquinas que los hacen, no se parecen en nada. Para empezar, son sarapes hechos con hilos de acrilán, son hilos de hule, y hay otro hilo que se llama mixtura, revuelven lana, todo lo que sobra, entonces es lo que se vende en muchos mercados. Ellos te venden eso como sarape de Saltillo y es un sarape de un metro por dos y te los dan en 600 pesos”.
Para elaborar un sarape de 60 centímetros de ancho por 120 cm de largo, en lana con brillo de algodón, comenta, se requieren alrededor de 15 días de trabajo con un costo de 5 mil 500 pesos.
Juan Rubén Tamayo Sánchez, defensor de la producción artesanal de sarapes y gabanes
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— Secretaría de Cultura (@cultura_mx) July 2, 2024