Santi sintió que su maldita risa nerviosa se asomaba, entonces pensó que meterse a Sinaloa a amenazar no sólo a un cártel, sino al hampa en general, no había sido la mejor idea.
Parado en la plazuela Álvaro Obregón de Culiacán, sosteniendo una cartulina verde con la leyenda Que se mueran los pinches narcos nacos elaborada en slime morado, vio acercarse a unos veinte amenazantes muchachos, quizá de su edad aunque, a su consideración, bastante muertos de hambre porque se veían como los hijos de la muchacha que sacaba la basura en su casa.
Rubio y delgado, tragó saliva al ver que todos iban armados, pero esa era la oportunidad para probar su nueva fuerza.
Realmente no se le ocurrió a él, sino a su mejor amigo en todo el fraccionamiento para ricos mexiquenses, Tadeo. Vamos al corazón del mal para poner a prueba este pinche milagro, le exigió entusiasmado. Tadeo leía muchos cómics, se dijo mientras los ¿plebes, la plebada, los plebitos?, bueno, aquellos, con rostro desconcertado daban pasos lentos hacia él y su cartulina. Ahí venía la empalagosa sensación en la garganta previa a esa risa involuntaria, vergonzante, esa que encendía la ira de su padre al reprenderlo, que interfería en sus declaraciones amorosas a las niñas, una risa que estropeaba el mundo, él le llamaba la pinche risa jodedora. Y la odiaba.
Sin embargo, aborreció más la sensación previa a la carcajada cuando los jóvenes gatilleros que buscaban hacerse un renombre comenzaron a cuestionarlo, querían saber si era contra. ¿Contra de qué, de qué hablan estos gatos?, pensó Santi. Previo a soltar la primera risotada, y sin mediar advertencia, abrieron fuego a las piernas. Pinches indios encajosos, opinó para sí mismo.
Bien. El destino de Santi había quedado sellado unos días antes de ser acribillado en la plaza culiacanense por una cuadrilla de pistoleros adolescentes contrariados por la temeridad (ellos pensaron que traía mucho polvo rosa dentro) exhibida en terreno del señor de Sinaloa. (Tampoco se dieron cuenta de que el güero flaco ese no estaba refiriéndose a nadie en específico). Todo comenzó el domingo anterior, cuando Santi y Tadeo se quedaron, como siempre luego de alguna comida de una de sus familias, muy noche, cobijados por la espesura del bosque cercano, para fumar hierba a gusto y a sus ahumadas anchas.
Generalmente, se oían algunos canturreos. Risa, sí. Casi siempre se quedaban callados viendo la Luna como una uña plateada de dios rasgando el cielo oscuro. A veces ellos se volvían rocas y musgo, o eran hojas y se arremolinaban. O eso pensaban porque estaban perfectamente mariguanos, y bien se sabe que en ese estado muchas cosas pueden considerarse posibles: mapaches parlanchines, agujetas bailarinas y desamores correspondidos… muchas cosas, excepto lo que sí ocurrió.
Y sucedió que de la misma uña plateada de dios (o eso vio este par) descendió un bólido, que como buen bólido estalló y se dividió en pedazos luego de atravesar la atmósfera. Pese a las millones de páginas impresas, ediciones digitales y pódcast con advertencias sobre lo que no se debe hacer cuando un humano presencia tales eventos cósmicos, Santi y Tadeo caminaron como hipnotizados por la luz despedida desde el objeto y que se encontraba a unos quinientos metros de la posición donde quemaban cannabis sin preocupaciones.
Desde luego, ante los efectos de la mota y su propia y genuina tozudez, llegaron al sitio del aterrizaje del mayor trozo luminoso. Por supuesto, se acercaron, claro, Santi estaba riendo y algo dentro de ese objeto le pidió meter la mano. Como lo oyen, meter la mano entre la luz, una luz extraordinaria con el don de transferir sus virtudes al héroe que escogiera. Este paladín risueño obtuvo así ciertos poderes con los que podría enfrentar al mal, o a lo que él considerara lo peor del mundo. Fuerza increíble, enorme velocidad, invulnerabilidad y resistencia maratónica.
¿Cómo lo supo? Bien, su primera prueba fue cargar a Tadeo levantándolo a una mano hasta la parte pavimentada. Lo hizo sin un rasguño pese a que su amigo quedó arañado y raspado por el traslado. Ahí surgió una pista, por eso cuando el otro muchacho recobró la sobriedad decidió poner a prueba las habilidades de su compañero de verdes fumadas.
Este paladín risueño obtuvo así ciertos poderes con los que podría enfrentar al mal, o a lo que él considerara lo peor del mundo
Levantar juntas las pesas del gimnasio familiar resultó cosa de nada. ¿Correr el circuito externo del fraccionamiento en cosa de tres minutos? Pan comido. ¿Ser atropellado por Tadeo con la camioneta que le robó al bodyguard? Ni un moretón, pero el vehículo quedó como la efigie de un enorme acordeón norteño.
Así se extinguían las dudas de los muchachos. Se terminaron los juegos, ahora la evaluación escalaría a la fase de enfrentamiento directo contra el mal. Sólo tenían un problema. Desde la entrada de la policía federal al fraccionamiento siete meses atrás, no habían detectado a ningún otro delincuente en las cercanías. En esa ocasión, detuvieron a un hombre apodado El Mecenas, quien sólo patrocinaba a sicarios que consideraba artistas del asesinato, aunque fueran malos imitadores de homicidas seriales estadunidenses cuyos crímenes copiaban gracias a los dudosos documentales en YouTube “El secreto oculto y las treinta cosas detrás del homicidio de…”.
Tampoco perseguirían a jardineros por robar algún saco de abono ni a sirvientas en cuyo delantal se resbaló la manzana de la señora (la única comida en el día de la patrona, por cierto, según dictaba la rigurosa dieta). Desde luego, también quedaban exentos los caddies de cuyos favores gozaban todos (no sólo cargan bastones). No, iban por lo real, lo auténtico, y todo quedaría grabado en los reels que Tadeo bien produciría.
¿Qué cáncer consumía a la sociedad? ¿Qué veneno terminaba con las vidas, las familias, con la comunidad del fraccionamiento? La mota no era dañina, no era como el alcohol, que había destruido a muchos empresarios, o como la coca… Claro, la coca, que a veces estaba cortada con raticida, otras drogas y, más recientemente, con mortales opioides… aunque no estaban muy seguros.
¿Quién era el responsable de este desastre? ¿Cómo encontrar a quienes intoxicaban a la juventud y a hombres de negocios con sus sustancias terribles? Había que irlos a buscar a su casa, donde decían las novelas que estaban los malos malos: vamos a Sinaloa.
Risa, balas, sangre
Cuando las balas comenzaron a rebotar contra los mismos aspirantes a capos, hiriendo a varios, terminando tempranamente sus prometedoras carreras en el pantano del hampa, Santi ya había soltado la pinche risa jodedora, que en ese momento resultó mucho más jodedora para los malandrines que para él. Eso lo entusiasmó, por fin su risa había provocado daño a otros, una risa que siguió una corta trayectoria hasta la carcajada, mostrando los dientes, desfigurándose entre el gozo retorcido, recibiendo metralla hasta con las cejas.
¿Y Tadeo?
Bueno, el fiel escudero del héroe se encontraba apostado en una no tan lejana habitación de hotel grabando el tiroteo desde la ventana mientras pensaba en lo poco amenazante del cartel de cartulina verde y slime morado. Pero, se reclamó, cómo fue que se me ocurrió escribir un mensaje tan importante en eso.
Lo cierto es que los materiales a la mano pertenecían a la hermana menor de Tadeo, quien resultó amonestada por no llevar los artículos necesarios para efectuar los esenciales ejercicios de caligrafía en el prestigioso kínder AB Aberdeen, cuyo colegiatura mensual (extrañamente) ascendía al costo exacto de la camioneta que terminó hecha trizas durante el test de fortaleza aprobado por Santi.
Úchale, qué mal estuvo eso, se lamentó previo a recibir la primer herida de guerra en su vida heroica cuando una esquirla abrió un tajo sobre el canto de la mano con la que sostenía el celular y se alojó en músculo redondo mayor formando una curiosa lesión parecida a una chancla volando hacia su objetivo. Santi, me dieron, me pegaron, Santi, me voy a morir en un pueblo culero, gimoteó al ver la sangre escurrir. Santi, no mames, con una chingada.
Hubo una casi imperceptible pausa en la pequeña masacre que el güero flaco estaba armando a ras de piso. Hubo quien quiso pelear cuerpo a cuerpo con él, con cuchillo táctico en mano, con rabia y hambre entre los dientes por el terrible papelón que estaban haciendo, porque el jefazo lo sabría, si no es que ya le habían dado cuenta de ello. Pero Santi los rechazaba sólo con poner la mano enfrente, casi se diría que con la mirada. Y se reía, ya no de forma nerviosa, se reía socarrón. Ya no era la risa jodedora, la que arruinaba todo. Lo estaba gozando y se meneaba.
Sin embargo, esa pausa, un intersticio entre la agonía y la gloria, lo detuvo. Jalando aire por la emoción contenida, escuchó a lo lejos el llamado de su amigo.
Tadeo, van a matar a Tadeo.
Miró hacia el hotel donde se habían hospedado bajo el riesgo de parecer pareja (e intentaron aclararlo), vio a su amigo saltar de un lado para el otro sangrando. Los rivales también lo vieron y fueron por él.
Entonces una llama cósmica se encendió, fueron pasos de gigante, saltos titánicos que completó para alcanzar a su compañero y desaparecer ante la vista de los gatilleros, que ni poniendo a trabajar todo lo bé-li-co de su mente ni poniéndose bien alaverga con corridos de moda pudieron entenderlo.
Lo cierto es que se trató de una velocidad no descrita por las matemáticas humanas, así que la tal belicosidad alavergosa no ayudaría en tal tarea.
Cuando Santi desenvolvió a Tadeo de sus brazos para dejarlo caer en la alfombra de su recámara, donde habían llegado tres segundos después de su acto en Culiacán, se dio a la tarea de llorar.
Ya, no chilles, recriminó su amigo. Fue, fue… awsome man, no es para que chilles, sentenció.
Casi te matan, güey.
Pero no me mataron y he leído mil pinches cómics, sé lo que me vas a decir, que fue muy peligroso y que si me matan no te lo perdonarías. Vas a hacerle a la gran mamada del héroe. Y mira, tal vez sí estuvo muy ojete, pero a poco no estuvo de huevos. Te estabas riendo como nunca al putear a esos pendejos. Cabrón, sólo ver eso, verte reír con ganas y no con miedo, valió toda la pinche pena.
Su amigo lo abrazó antes de llevarlo al hospital donde trabajaba su tío.
Tienes razón. Prepara la próxima. Vamos a reír como locos.