La obra de Diamela Eltit (Santiago, 1949) está arraigada como ninguna otra a Chile, lo mismo a sus supermercados que a sus burdeles, a sus feminismos y cultura que a la lucha interior contra la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) cuya muerte alegró a la flamante premio Carlos Fuentes 2020; para ella, como para millones de personas, el militar “era un mal bicho”. No obstante, compara la represión policial contra las protestas feministas de los últimos años y por las restricciones ante la pandemia de covid-19, con la represión de la dictadura e incluso sostiene que “aún hay presos políticos en su país”.
Profesora, como su compatriota Gabriela Mistral, Eltit no se exilió como miles de perseguidos por el régimen que hace casi medio siglo derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende; aunque tuvo oportunidad de estudiar un doctorado en Estados Unidos, sin necesidad de salir huyendo, la rechazó.
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En cambio, con quien fue su marido, el gran poeta chileno Raúl Zurita –cuya obra también recién fue reconocida el año pasado con el Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía–, y un grupo de artistas e intelectuales como Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells, formó el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), con el que desafió a la dictadura en los márgenes de lo público y privado.
Eltit confrontó la censura no sólo con la publicación de sus tres primeras novelas, Lumpérica (1983), Por la patria (1986) y El cuarto mundo (1988), lo hizo también con performances y videos como Zona de dolor (1980), donde aparece con cortes y quemaduras en la piel leyendo Lumpérica en un prostíbulo y otros espacios marginales (Video Zona de Dolor).
En charla telefónica tras el anuncio de que se hizo acreedora al Premio Internacional Carlos Fuentes de Creación Literaria 2020, que otorgan el gobierno de México, a través de la Secretaría de Cultura, y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Eltit generosamente habla de cómo las chilenas se han enfrentado a la dictadura, pero también a la democracia, su propio papel en esa lucha y su obra.
El Carlos Fuentes ha sido un premio muy polémico. Creado en el último año del sexenio de Felipe Calderón (2012), su primer ganador fue el Nobel 2010 Mario Vargas Llosa, promotor de la candidatura de la derecha a la presidencia en México para suceder al panista; después, en el gobierno del priista Enrique Peña, ridiculizado por confundir obras de Fuentes y Enrique Krauze, el premio se volvió bienal, tras rumores de su desaparición. Con el primer gobierno de izquierda, de Andrés Manuel López Obrador, volvió a ser anual pero se recortó su monto de 250 mil dólares (unos 5 millones de pesos mexicanos), el más cuantioso que se daba en el país, a 125 mil (incluye una escultura de Vicente Rojo, recién fallecido) y se otorgó por primera vez a una mujer, la argentina Luisa Valenzuela, después de ganarlo Vargas Llosa, Sergio Ramírez, Enrique Lizalde y Luis Goytisolo. Eltit es la segunda ganadora.
–Cuando Patrick Modiano se entera que ha sido galardonado con el Nobel de Literatura 2014, sorprendido, pide al jurado de la Academia Sueca que le explique los criterios para elegirlo a él. ¿Cuál fue su reacción al enterarse que había ganado en México el Premio Carlos Fuentes 2020?
–Me sorprendí totalmente. Cuando me llamaron, tuve que tomarme un ratito para comprender que me habían dado un premio.
–Por azar, el anuncio del premio ocurrió el 7 de abril, cuando se estaba conmemorando el 132 aniversario de Gabriela Mistral, la única Nobel de Literatura latinoamericana. ¿Cuál fue el impacto que ha tenido Mistral en su obra y en su propia vida? Ella fue maestra, como usted.
–Gabriela Mistral fue la primera persona en Latinoamérica en obtener un Nobel, en un momento en que el Nobel tenía un alcance mucho grande del que tiene hoy. Fue una noticia que remeció al mundo cultural, no sólo por el Nobel sino porque, efectivamente, era una escritora. Conozco, por supuesto, su obra, y conozco bastante bien su trayectoria y cómo hizo Mistral un camino muy sorprendente, porque ella vivía en el norte y logró desplazarse en parte gracias al gobierno mexicano, que la invitó a formar parte de un proyecto educacional, el ministro de Educación de aquel tiempo (José Vasconcelos). Salió de Chile y empezó un trabajo y una vida cultural y social fuera que fue muy importante para su crecimiento intelectual y poético. Para nosotros los chilenos, Mistral es un icono, en mi caso particular fue extraordinaria la ruta que ella realizó y cómo consiguió los desplazamientos para su obra.
–Aludí a Mistral porque en los grandes premios literarios las mujeres han sido más relegadas e ignoradas, en especial escritoras del territorio de La Mancha, como Carlos Fuentes llamaba a los países donde se habla español: en el Nobel, en el Cervantes, en el mismo Carlos Fuentes, que aunque es un premio joven, creado en 2012, de seis galardonados apenas usted es la segunda mujer, después de la argentina Luisa Valenzuela, y ambas lo ganaron durante el último gobierno.
–Es parte de una cuestión que atraviesa todo el espacio social, donde la literatura sufre los mismos efectos. Lo subsidiario de la mujer atraviesa todos los mapas, espacios, profesiones. Y, dentro de eso, uno pensaría que la literatura es un espacio de mayor libertad y de repensar ordenanzas culturales. Sin embargo, se repite con la misma intensidad de otras partes la simetría. Pienso que, efectivamente, hay que pensar esa problemática. Las mujeres somos la mitad de la población mundial, la tarea sería desbiologizar las letras, hay que sacarles su contenido biológico; es decir, no dividirla entre hombres y mujeres porque la escritura es un insumo social; por supuesto, llega tarde al espacio humano, pero, una vez que se instala la escritura, es un insumo, un dispositivo social que puede ser utilizado por todos aquellos que tengan acceso a esa letra. Entonces, habría que desbiologizar y pensar un horizonte más democrático, o abiertamente más democrático. No pienso que por ser mujer la obra es más rotunda, pero tampoco por ser hombre, hay que ver siempre esa obra sin contenidos de orden genital.
–Sus tres primeras novelas las escribió a mitad de la dictadura, siendo usted muy joven pero ya adulta. ¿Cómo era Diamela Ertit antes del golpe de estado de 1973 y de la dictadura?
–Yo tenía un compromiso siempre en lugares políticos muy concretos, siempre he sido una mujer de izquierda. Mi mamá era una militante comunista, yo nunca milité en partidos pero venía de una formación psíquica y materialmente pensando en relaciones más igualitarias con las personas. Pero eso era dentro de un espacio democrático, donde podía uno criticar a los gobiernos, criticar algunas decisiones, pero siempre en un marco democrático. Nunca soñé con vivir una dictadura. No conocía más allá de que en el sur del continente se estaban detonando dictaduras, pero francamente jamás pensé que eso iba a pasar en Chile, hasta que pasó. Clausuraron la vida joven, porque tuvimos 17 años de toque de queda, los primeros años se terminó toda la vida nocturna entera, no había noche, era la vida sólo en el día, en los espacios en las casas no se podían reunir más de diez personas, familiares. Entonces viví con una serie de restricciones en nuestros derechos, como millones de chilenos, por el estado de excepción permanente. Fue un tiempo complejo, efectivamente, solo que nosotros, los que vivíamos en Chile, tuvimos que reaprender a vivir bajo esas condiciones.
–A diferencia de miles de chilenos que se exiliaron, usted decide quedarse. Curzio Malaparte defiende a los escritores que se quedan a enfrentar a los dictadores y señala que “los escritores rara vez emigran porque saben que el exilio entristece y seca el ingenio”.
–Es legítimo que la gente pueda irse si lo estima conveniente, nadie puede arrogarse el derecho de decir qué hagan los otros, o quién no lo hizo mejor, porque eso no es justo. Además, el exilio chileno permitió, infatigable, mucho años después que Pinochet fuera tomado preso en Londres. Pero yo no pude irme porque no fue posible irme. Pude irme, de hecho me ofrecieron un doctorado en EU, pero no me imaginaba una vida fuera, más allá de los inconvenientes. Y, además, formamos una gran comunidad de personas contrarias a la dictadura, fundamentalmente del ámbito artístico. Teníamos una posición, discusiones, pensábamos, circulábamos como podíamos. Nos consideramos integrantes del ‘inxilio’, del exilio interior. Fue la comunidad que tejimos en ese tiempo muy importante, nos teníamos los unos a los otros para pensar, discutir, sobrevivir en medio del desastre que fue ese tiempo.
–Justo en Don Camaleón, su sátira sobre Mussolini publicada en pleno auge del fascismo en Italia, Malaparte reprocha que el defecto de muchos hombres libres fue que sólo se sintieron libres hasta que Mussolini murió. ¿Le pasó lo mismo con Pinochet? Que, además, murió impune.
–Bueno, tuvo esa prisión en Londres. Era interesante verlo, si bien no en una cárcel, sí imposibilitado para salir y pasearse por un patio, encerrado, como un preso, a tomar un poco de sol. Eso fue una cosa muy extraordinaria, esa prisión mínima pero real en Londres. Cuando murió Pinochet me sentí muy contenta, porque moría un mal bicho, realmente un mal bicho que dañó a millones y millones de personas y que impuso en Chile una categoría que nunca habíamos tenido: la de los desaparecidos detenidos. Pero recuerde que al termino de la dictadura Pinochet pasó a ser durante la transición comandante en jefe y senador designado, de alguna manera se extendió la dictadura de manera más sutil, en el sentido de que la presencia militar estaba; o sea, que no fueron 17 sino 25 años. Entonces, personeros de ese tiempo de la dictadura están presentes ahora en el mapa político actual, aunque eso ahora tal vez se modifique porque se va a escribir una nueva constitución, distinta a la de 1980 escrita por Pinochet y sus secuaces. Hay que ver qué pasa con esa nueva constitución y cómo opera para que no sea tan beneficiosa para la riqueza, para el neoliberalismo, y que fortalezca al Estado para favorecer a los ciudadanos más carentes.
–A su vastísima obra hay quien la califica de radical o marginal, a veces usando ambos términos como sinónimos equivocadamente. ¿Cómo se siente con esas etiquetas?
–La gente puede pensar lo que estime conveniente, porque no se trata de impedir. Claro, yo escribo lo que deseo, por una parte, y que puedo escribir, por otra. No pienso mucho en editoriales o críticas, sino en la tarea nunca cierta de terminar el libro que estoy escribiendo, estoy escribiendo con zonas de incertidumbre, esa es mi tarea en realidad; estoy más centrada en la producción de textos y esa es una labor bastante solitaria, en realidad.
–Sin embargo, usted ha reconocido que el lenguaje sufre con la dictaduras.
–Tal vez me expresé mal. Quise decir que bajo la dictadura el lenguaje quiere repensarse enteramente, primero porque hay palabras como ‘pueblo’, ‘compañero’, en fin, que no se pueden decir porque efectivamente se transforman en espacios complejos y hasta peligrosos. Segundo, que usted bajo la dictadura no sabía con quién estaba hablando, por lo tanto había que cuidar cada término, usted podía hablar del tiempo de manera extrema para no nombrar nada que pudiera ser conflictivo. Recuerde que el llamado constante era a denunciar, los vecinos tenían que denunciar, por tanto el lenguaje, de una u otra, mostraba la psique de su emisor. Ahí me di cuenta de lo poderoso que era el lenguaje, por tanto le di a la escritura, noté que tenía un valor mucho más grande de lo que había pensado antes y por lo tanto había que pensarla mucho, como escritura, no como censura, porque como escritura tenía mucho poder.
–Durante la dictadura, el enemigo era, por decirlo así, Pinochet, la represión, el autoritarismo. ¿Cree que los artistas e intelectuales chilenos relegaron otros temas y problemas, que hoy salen a la agenda, como el aborto –cuya despenalización aún se discute en Chile–, el feminismo o la violencia de género?
–No, precisamente. Dentro de la dictadura fue el momento que llamamos “el segundo feminismo”, porque realmente el primero se va tejiendo en el siglo XIX y se llega a un momento muy consolidado y muy reconocible cuando la mujer obtiene el voto político. Precisamente, el segundo feminismo se vive durante la dictadura, primero, porque los hombres eran el objeto mayoritario de la dictadura y, por lo tanto, o estaban presos o desaparecían, entonces las mujeres tuvieron que tomar el control sobre sus vidas particulares y familiares y por tanto salieron de los espacios privados, eso generó ahí una gran resistencia. Por otra parte, la situación dramática de pobreza implicó el constante de las ollas comunes, donde la población se alimentó colectivamente gracias al esfuerzo principalmente de mujeres. Por otra parte, empezaron a volver del exilio mujeres y esas mujeres ya venían con una conciencia feminista y por tanto eso fue muy visiblemente en Chile, hay un feminismo muy fuerte en los ochenta, muy sostenido y muy pensando; y, claro, todavía con derechos muy suspendidos, como el derecho al aborto, pero sí con una conciencia de emancipación de las mujeres.
–Chile es uno de los poquísimos países que han tenido a una mujer como jefa de Estado, como presidenta.
–Dos veces.
–Y dos veces la misma, Michelle Bachelet. Sin embargo, hay muchas movilizaciones en Chile para reivindicar derechos de las mujeres y mucha represión a esas protestas y restricciones. ¿Por qué seguimos viendo estas protestas y esta represión, con el antecedente de una mujer en la presidencia dos veces y su historia con el feminismo.
–Tendría que señalarle: efectivamente, ha habido grandes movilizaciones. Se ve muy claramente desde 2011, de estudiantes, precisamente encabezados por una estudiante, que es Camila Vallejo, con un protagonismo muy alto como dirigente estudiantil, tal vez la más importante en la historia de los movimientos estudiantiles. Esto se fue diluyendo, pero en 2018 viene lo que se llamó la “subversión feminista” donde las estudiantes universitarias se tomaron sedes a lo largo de todo el país reclamando por el abuso cometido por profesores sobre estudiantes. Eso genera una gran conmoción, porque ya había mujeres muy habilitadas en el campo teórico, en el campo del pensamiento, con discursos muy poderosos. Y, frente a eso, el espectro político se inclinó; ellas se definían todas como “feministas” e instalaron la palabra –que antes tenía características negativas–, y el país entero se declaró “feminista”, incluido el presidente de la república, más allá de la realidad real.
“Eso se unió. Nunca había habido un 8 de marzo con millones de personas en la calle: abuelas, madres, hijas, nunca había habido una concentración de esa magnitud de mujeres en Chile. Y después surge el estallido social contra las políticas neoliberales, mítines multitudinarios con miles de personas en la calle, una explosión, una micro revolución, francamente. Y con eso surgen algunas instancias que recuerdan a la dictadura desde ese estallido: hay muchas muertes, la policía actúa de manera salvaje, de manera salvaje, cegando a algunos manifestantes, sacando el ojo a otros, con miles de presos políticos. Eso a su vez se agudiza con la pandemia. Todavía hay presos políticos, que no han podido salir y que nunca pueden estar en prisión preventiva. Entonces, en este momento hay una efervescencia muy alta en Chile, porque tenemos de nuevo toques de queda, restricciones, no se pueden juntar más de cinco gentes en las casas. Tenemos una situación política sanitaria muy complicada, y hay un punto de no más a la política neoliberal excluyente y profundizadora de la desigualdad.
–¿Con la pandemia se retomó la tentación represiva hacia la población?
-Como le comento, venimos del estallido social totalmente pegado a la pandemia, entonces es algo latente; es decir, sigue la revuelta en los espacios donde se puede. Estamos en una situación que no es la misma que el resto de América Latina, tenemos una latencia social que no sabemos qué va a pasar.
#DiamelaEltit, una de las escritoras más destacadas e importantes de los últimos años en Chile y el mundo de habla hispana, es la ganadora del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español 2021.
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— Planeta de Libros Chile (@PlanetaLibrosCh) April 7, 2021