Al parecer a veces olvidamos que el arte se compone de lenguajes y estos son parte fundamental en el entramado de una obra; el no olvidarlo y entenderlo parece ser la parte fundamental de lo orgánica y fluida que es la cinta Wicked, a pesar de durar casi tres horas.
Se trata de la versión cinematográfica del musical de Broadway, uno de los espectáculos teatrales más exitosos de las últimas décadas, y que a su vez está basada en la novela de 1995 de Gregory Maguire que expande el universo creado casi un siglo antes por L. Frank Baum en el popular relato El maravilloso mago de Oz.
Si bien no resulta nada extraño que los amantes del musical estén fascinados con la película Wicked, llama la atención que también la estén disfrutando quienes no suelen gustar de ese género. Incluso, aun cuando ninguna de sus canciones se ha convertido en un clásico memorable al estilo “Memory” de Cats, éstas son un factor fundamental para que la trama transcurra sin vacilaciones.
Lo que Wicked demuestra es que un buen musical es aquel en el que las canciones no son una mera pieza de apoyo, sino que forman parte del relato. Su eficacia contrasta con otros intentos recientes de películas en los que los personajes a la menor provocación se ponen a bailar y a cantar, entorpeciendo la narrativa en lugar de fortalecerla.
El caso más reciente es el de Joker: Folie à Deux, estrenada unas semanas antes con catastróficos resultados en taquilla, un extraño experimento en el que la secuela de la exitosa cinta de 2019, basada en el villano del superhéroe Batman, adoptaría la forma de un musical sin que hubiera antecedente que lo justificara.
Sobre todo porque para el encargo se contrató como parte del elenco a la cantante pop Lady Gaga, cuyo estilo no asemeja al de la compositora irlandesa Hildur Guðnadóttir, cuya sobria banda sonora en la primera parte la hizo incluso merecedora al Oscar.
Pero más allá de esa incongruencia, el consenso entre los espectadores fue que las canciones no parecían estar justificadas ni conectaban con el público.
En Wicked es todo lo contrario: como botón de muestra hay una escena suculenta en la que Elphaba Thropp (quien se convertirá en la Bruja Malvada del Oeste) y Galinda (Glinda) Uplland, la futura Reina Buena del Sur, discuten y comunican mediante cartas a sus respectivas casas que compartirían habitación en su estancia universitaria.
El intercambio epistolar es narrado de manera magistral utilizando versos a manera de canción donde no resalta la melodía, sino el contenido. Es en estos momentos donde se puede incluso evocar los orígenes del teatro, en el que los diálogos eran a manera de coplas y versos cantados, y no bailes sin causa.
No obstante, si hay algo que se pueda cuestionar es más bien relacionado con un tema generacional. No son pocos los que añoran el colorido original de la película de El Mago de Oz (1939) que haría famosa a Judy Garland, la cual fue filmada en Technicolor de tres tiras, mientras que los créditos de apertura y cierre, y las secuencias de Kansas se filmaron en blanco y negro y se colorearon en un proceso de tono sepia.
Esta técnica, ampliamente usada a principios y hasta mediados del siglo XX, fue descontinuada no por su calidad, sino por su costo y laboriosidad. Hoy nos tenemos que contentar con colores que más asemejan un filtro cool de Instagram que la magia de aquel maravilloso mundo cinematográfico.
We love everything you’re saying about Wicked! pic.twitter.com/HGKX27Oy4q
— Wicked Movie (@wickedmovie) November 24, 2024
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