No necesitaba Serafo un despertador para iniciar el cotidiano ritual de prepararse para marchar rumbo al trabajo. A las cinco de la madrugada encendía su radio de transistores y lo sintonizaba en un programa dedicado a los madrugadores del campo que, daba por hecho, escuchaban la misma emisora que él (“la B grande de México”) para enterarse de las novedades agropecuarias.
Para qué, si del campo sólo nostalgias arrastraba.
—Y si nos vamos p’al rancho? —preguntaba por enésima vez a su mujer, entretenida en la tarea de arriar a los chamacos rumbo a la escuela.
—Vete tú, si tantas ganas tienes de volver a la mala vida —respondía como siempre la mujer—. Yo de aquí no me muevo, con tantos sacrificios hemos levantado estos cuartuchos como para volver a empezar…
—Allá le digo a mi apá que me deje diez hectáreas para sembrar trigo; y con las dos vacas que dejé puedo empezar un pie de cría …
—Y cuando crezcan las ordeñarás y con la leche producirás queso y crema y con las ganancias… Esas historias de siempre ya me tienen hasta el copete, viejo. Tenme compasión, estoy harta de tus sueños: mejor apúrate, que te deja el camión.
—Ya me veo en un tractor terminando la cosecha…
—Ya me veo con el conserje cerrando la puerta y yo con los chamacos recibiendo el portazo por no llegar a tiempo. Tómate la avena y vete, que te deja el camión, y yo encamino a estos chamacos y me vuelvo al quehacer, que no perdona.
—Dónde quedó mi capote, porque sigue lloviendo y me puedo agarrar de nuevo el bronquitis…
—Búscalo: pela bien los ojos hasta que lo encuentres, eres un inútil al que todo hay que darle todo en las manos porque nunca halla nada. Y bájale a tu escándalo, que me pone de malas.
Y aquella que va río abajo
llama Panchita
Y tiene los ojos grandes,
La boca chiquita
Serafo tomó la pequeña mochila donde su mujer depositó el par de teleras rellenas de huevo frito revuelto con frijoles y salsa verde. Colgó a su hombro la correa del radio. “Se portan bien y estudian mucho, no me traigan malas calificaciones porque ya saben”, se despide y advierte a los chamacos, que le humedecen los cachetes con los besos de despedida…
La llovizna no cesa y a lo lejos el conductor del camión acciona el claxon para advertir a los colonos de su paso matutino. Los pasajeros viajan incluso en el toldo, aferrados a la canastilla; la unidad se zarandea en cada bache, y el chofer la controla a frenazos y acelerones para no quedar varado en el lodazal.
—Ponte vivo o no alcanzas a treparte —advierte su mujer al ver a los pasajeros adheridos como abejas al panal—. Todo por no madrugar, viejo. Te digo que pongas el despertador.
—Ai nos vemos en la tarde, que los chamacos no descuiden la tarea —se despide Serafo una vez más y se dirige a la parada del camión…
La unidad no se detiene. Serafo estira los brazos, se impulsa y se aferra a los estribos. Logra cierto acomodo para no caer y soportará las sacudidas durante una hora, hasta llegar a su destino.
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Créditos: Katya Vite (@katyavite_)
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— Fusilerías (@fusilerias) July 10, 2021