“La generación joven flota más que vive, desilusionada por las promesas incumplidas de la sociedad”, resume Jacques Audiard, el director francés, a la población treinteañera. “Es un fenómeno común en toda Europa. Ha habido un robo, una desilusión general, el final de una burguesía”.
Y, si lo analizamos a conciencia, la realidad azota más duro que cualquier filme de Audiard.
Mientras que el patrimonio neto de los multimillonarios estadunidenses casi se ha duplicado desde que comenzó la pandemia, situándose en octubre en 5.04 billones de dólares, según los grupos progresistas Institute for Policy Studies y Americans for Tax Fairness, en Afganistán familias venden a sus hijas para poder comer, de acuerdo con videos presentados por CNN en días pasados.
Como si no fuera suficiente, en estas mismas semanas se encendió una polémica por las declaraciones del director del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, David Beasley: “Un pequeño grupo de individuos ultrarricos podría ayudar a resolver el hambre en el mundo con solo una fracción de su patrimonio neto”, dijo aludiendo directamente a Jeff Bezos y a Elon Musk, dueños de Amazon y Tesla, respectivamente. Los multimillonarios deben “dar un paso al frente ahora, por una sola vez”, dijo.
Elon Musk respondió al reto e incluso se ofreció a vender algunas de sus acciones de Tesla “ahora mismo” si la ONU puede demostrar que seis mil millones resolverán el hambre en el mundo, y solicitando que se abra un registro público para que la gente pueda verificar cómo se usa exactamente ese dinero.
Ante ello, Beasley reculó y señaló que esos recursos “no resolverán el hambre en el mundo, pero evitarán la inestabilidad geopolítica, la migración masiva y salvarán a 42 millones de personas al borde de la inanición”.
La pregunta queda en el aire: ¿realmente la crisis humanitaria se resuelve exclusivamente con dinero?
En su portal, la organización Oxfam parece decirnos lo contrario: ante crisis humanitarias “la comunidad internacional debe comprometerse a promover cambios para mejorar de forma significativa la forma en la que se presta ayuda y apoyo a organizaciones locales, para defender el derecho internacional humanitario que protege a la población civil y para defender los derechos de las personas que se han visto obligadas a huir de conflictos y desastres”.
Dinero. Parece ser lo más fácil de conseguir. Lo realmente complejo es encontrar respuestas más allá de estereotipos y dar solución conforme a derecho a las demandas sociales que terminan siendo reclamos de millones de individuos.
¿Dónde encuentran patria los desplazados? ¿Quién da refugio a los que huyen de la guerra? ¿Quién aboga por los miles de huérfanos a causa de la reciente pandemia? Basta recordar el cada día mayor endurecimiento en los países con los refugiados y el incremento de popularidad de partidos ultras como Vox, que promueven el nacionalismo, para entender que la solución no es el dinero en exclusiva. Lo mismo pasa con el acaparamiento de las vacunas contra covid en los países poderosos, donde la población va en la tercera dosis y se inmuniza a menores de edad, mientras que hay naciones en las que ni el personal médico o la población vulnerable han tenido acceso a los biológicos.
No basta con el asistencialismo. Urge satisfacer las necesidades a corto plazo, pero es prioritario construir modelos de sociedad sustentables y no cadenas alimenticias sociales, donde la ley del más fuerte se imponga y solo aquellos en los niveles más altos tengan la posibilidad real no solo de sobrevivir, sino de vivir.
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Puentes por los artesanos
To the world leaders & the billionaires: imagine if this was your child or your grandchild about to starve, you would do everything you possibly could to save them.
While there’s $400 trillion of wealth in the world today, shame on us that we let a single child die of hunger. pic.twitter.com/bTJQnSLvsp
— David Beasley (@WFPChief) November 8, 2021