El preludio de la muerte son los recuerdos descomunales. La vida anclada al pasado, la memoria que remite a los ayeres, la tautología incesante de lo vivido. Si. Esas anécdotas reiteradas infinidad de veces, las obcecaciones por preservar lo ido, son el aviso de que se dejará este mundo. Son el principio del fin.
Después ocurre algo más: los pletóricos recuerdos se desmoronan inopinadamente. Se entra al reducto que aleja de la realidad. Entonces desaparece la memoria. Es el filo entre esta vida y la otra. Es el primer atisbo al cielo.
El cielo es un imaginario, el lugar perfecto. Principio de una nueva vida, lugar en el que se arriba sin recuerdos, porque ese es el principio, una realidad sin anclajes.
Ya no más esa nostalgia infiltrada en la piel y adherida a la mente. Ya no el alucinante parpadeo de lo vivido. Tampoco el súbito arribo a una nada infecunda. Es el desprendimiento de anhelos, nostalgias y nombres. Momento en el que la realidad tridimensional se fragmenta. ¿Se muere? Tal vez aparece lo que idealizamos, la pléyade de anhelos no descubiertos.
Sin embargo, el imaginario hilo de plata que nos une a la vida que ahora tenemos, no puede representar el fin de todo. Tal vez la materia mute. El polvo de estrellas entonces se transforma en luz iridiscente, pero el amor no termina. La muerte no lo alcanza.
No es posible. La memoria borra de tajo muchas cosas, pero lo trascendental permanece. El amor no muta, caduca ni olvida. La memoria vira a otras realidades, al grado de parecer vaho o estéril polen, pero el amor permanece. Instintivamente me aferro a eso, es el gran consuelo de que mis padres lo serán siempre, que el amor no desaparece.
Así como yo amo a mis papás, que busco en la cotidianeidad sus palabras y su rostro cuando cierro los ojos, también percibo su amor. Los veo en los sueños… y en los recuerdos.
Los recuerdos, de nuevo ellos, de nuevo esas imágenes infinitas que presagian mi arribo a otro mundo.
En los recuerdos viven mis padres. En los recuerdos respiran conmigo y su espíritu se imbrica en la realidad. En el recuerdo están sus personalidades y esencias, en el recuerdo aparecen los seres amados que nunca se fueron.
Y entonces me pregunto: ¿pronto estaré con ellos?
Vivo ahora el signo de la remembranza infinita, ese prólogo que anticipa un tobogán en el que no lograré pronunciar nada: las palabras son seres que sólo logran nombrar lo conocido. Lo demás no existe.
Vuelo ya a un cielo. Siempre llego ahí mientras duermo.
Entonces no hay espacio ni tiempo, ni muerte, ni despedidas. Entonces todo es posible.
Y de repente, un rectángulo de luz aparece por la ventana y el día nuevo me avisa que aún no dejo la vida tridimensional. Aún no. Falta todavía.
Mientras tanto, puedo sentir dentro como el ser de la memoria, ese que habita en mí y en cada uno de nosotros, crece cada vez más, se vuelve descomunal. Es la criatura que mora en mí y un día, o una noche, se marchará para permitirme rencontrarme con ellos, mis padres… aguardo entonces. Abrazo la memoria.
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— Fusilerías (@fusilerias) January 22, 2023