Por Horacio Mancilla y Marién Estrada
Como si escribiera el desenlace de una novela negra, Armando Vega-Gil salió de su casa un poco después de las 4 de la mañana del lunes 1 de abril de 2019, caminó hacia la desolada calle de Monte Albán en la colonia Narvarte, hasta encontrar el árbol. Ese que seguramente habría visto decenas de veces, estudiado la anchura de su tronco y la forma de sus ramas. Con precisión milimétrica colocó un alambre alrededor de su cuello y dio un paso decidido hacia el vacío. El Guacarock había muerto.
Armando Vega-Gil fue fundador y bajista del icónico grupo mexicano de rock Botellita de Jerez, la banda creadora del particular género del Guacarock en los años ochenta. Era además antropólogo, escritor con 32 libros publicados, ganador de premios nacionales de literatura, fotógrafo, conductor de radio y televisión, autor e intérprete de música para niños y por si algo hiciera falta en su vida, también era alpinista, maratonista y buzo.
A sus 63 años de edad se definía como papá tardío. Su único hijo, Andrés, tenía apenas ocho. Vega-Gil dictaba conferencias de Ted Talks donde arengaba con pasión sobre cómo se había convertido en escritor mientras disparaba acordes con su ukulule loco. En septiembre de 2016 celebró los 33 años de Botellita con un lleno total en el Plaza Condesa.
Y sin embargo, casi tres años después, terminó con su vida colgándose de un árbol.
Horas antes había anunciado en una carta publicada en Twitter: “No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal… La única salida que veo ante mí es esa, así que me decido por ella. Mi vida está detenida, no hay salida.”
Citaba una acusación anónima en la cuenta de Twitter del movimiento #MeTooMúsicosMexicanos. Una mujer denunció que había sufrido acoso sexual por parte del músico a los 13 años de edad.
“La primera vez que fuimos a su casa nos la pasamos ‘bien’, nos enseñó libros, música (…) Estando con él, sentí que me veía raro y eso me hacía sentir incómoda; no le di importancia porque yo no tenía las herramientas para entender que esas miradas lascivas tenían una carga sexual”.
La denunciante y una amiga decían haber conocido a Vega-Gil en el Tianguis del Chopo, un mercado público de la Ciudad de México especializado en la venta e intercambio de música. Ella y un grupo de amigas visitaron la casa del bajista, que en aquel momento tenía 50 años, en varias ocasiones.
La chica relata que dejó de escribirle pero que él continuó enviándole mensajes eróticos. Terminó por bloquear su número y cambió de celular.
“Soy una persona pública y constantemente recibo gente,” explicaba el escritor en la misiva, “muchas menores de edad para entrevistas, talleres o simplemente en charlas con algunas de estas muchachas y muchachos que siguen mi carrera…lo que menos deseo es que mi hijo se vea afectado por la falsa acusación que se me hace (…) Debo aclarar que mi muerte no es una confesión de culpabilidad; todo lo contrario, es una radical declaración de inocencia. Hasta pronto”.
El martes 2 de abril Armando Vega-Gil fue sepultado en el Panteón Cipreses en Naucalpan, Estado de México. Y como en sus mejores llenos en el Zócalo o el festival Vive Latino con La Botellita, en el funeral del Cucurrucucú, realizado en la sucursal de Gayosso de la colonia Roma, no cabía un alma. Lo cierto es que ahí estuvieron presentes los otros dos miembros fundadores del grupo: Francisco Barrios Mastuerzo y, pese a todo, Sergio Arau.
También presente en el funeral, Sanjuana Martínez, periodista impulsora de las casas feministas y actualmente directora de la agencia de noticias Notimex, expresó con la voz sofocada por el llanto: “Su corazón noble y sensible no resistió este ataque feroz, tan cruel en las redes”.
La Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México concluyó que no había caso que investigar pues se trataba de un suicidio. Hasta hoy, la identidad de la denunciante no ha sido revelada, ni la de los administradores de la cuenta MeTooMusicosMx. Y sin embargo, entre los seguidores del escritor persiste el desasosiego. ¿Cómo un hombre que transpiraba pasión y no pasaba un día sin crear pudo terminar su vida pendiendo de un alambre?
En entrevista, Pati Peñaloza, ex pareja y amiga de Vega-Gil, asegura que su suicidio va más allá de la denuncia de acoso: “Fue como un virus que invadió su cuerpo hace mucho tiempo y se propagó sin control hasta dejarlo inerte. Si ves sus últimos tres posts de Instagram es demasiado claro que se iba a quitar la vida. Cuando yo leo esto siento que él está buscando el momento para hacerlo, porque la carta que dejó es un sin sentido. El venía diciendo yo ya me quiero ir”.
Armando Vega-Gil nació en la Ciudad de México en 1955. En una entrevista al diario Milenio publicada apenas un mes antes de su fallecimiento, recapitulaba sus años de infancia: “No fue feliz, llena de carencias, mediano encierro y ausencia del padre. Era muy retraído, aislado del mundo, jugaba solito y me costó trabajo romper con eso.”
Sergio Arau, actualmente director de cine en Los Ángeles, California y que en los años ochenta gozaba de gran prestigio como caricaturista, se acercó a él para formar un grupo de rock. Poco después se unió Francisco Barrios El Mastuerzo convocado por el propio Armando, que tocaba música de corte político con el grupo Los Nakos. Corría el año de 1983.
“Decidimos hacer un grupo de rock mexicano y en nuestro actuar estábamos del lado de la izquierda,” recuerda Vega-Gil en una serie de entrevistas. “Un día veníamos saliendo de la Cineteca Nacional, Sergio Arau, su novia Mila Ojeda y yo. Teníamos una lista como de 200 nombres. Y de repente dice Mila: “Botellita de Jerez” y dijimos ¡Claro! Es un nombre mexicano, divertido, albureroso, un juego de palabras infantil que todos conocemos en México: Botellita de Jerez, todo lo que me digas será al revés. Hicimos una plataforma moral, estética, ideológica que después se volvió el Guacarock. Ese nombre vino de algo que había dicho Parménides García Saldaña, el escritor maldito de la literatura de la onda. Él decía que el rock que se hacía en México era una mezcla de rock con aguacate”.
Para completar la receta, Botellita de Jerez tomó como ingrediente adicional la música mexicana. En una época en que lo tropical y lo folclórico era asociado a las clases bajas, el grupo enarboló como grito de guerra “lo naco es chido.”
“Entonces éramos malos músicos, pero queríamos rocanrolear,” recuerda El Mastuerzo en entrevista: “Éramos músicos de oreja. Arau tenía la mirada del cineasta. El grupo era una historia que él quería contar. Proveníamos los tres del humor, del desmadre, del cotorreo. Sergio en términos de lo gráfico, Armando, de una literatura que todavía no descubría. Hicimos canciones simpáticas, distintas, con una mirada crítica”.
El uso de máscaras de lucha libre y objetos de la cultura popular que años más tarde se pondrían de moda entre las clases medias y altas, fueron utilizados de manera espontánea por La Botellita. Arau contribuiría a la conformación de una estética visual kitsch que incorporaba tanto sombreros de charro, estoperoles como coloridas cubiertas de peluche en la batería del Mastuerzo. La Guacacultura había tomado forma. Aunque no era la primera vez que el rock y la música mexicana se hermanaban, el humor y la teatralidad de Los Botellos le dio una consistencia única.
“Fuimos encontrado esas referencias comunes” continúa Mastuerzo, “Tin Tán y su Carnal Marcelo, Pérez Prado, los tríos, la música guapachosa”.
Canciones como Charrocanrol, Alármala de Tos y Oh Dennis eran coreadas con vehemencia por sus fanáticos ya sea en los hoyos funky, en una huelga o en los movimientos estudiantiles:
“Voy a mentarles una historia muy contada / lo que en un hoyo muy pesado sucedió
un charro negro interrumpió a media tocada / pistola en mano su caballo nos echó
Los chavos de onda se prendieron por la afrenta / chacos y boxers comenzaron a sacar
cuando aquel charro les gritó:»a´i va la neta / con este dancing yo los vengo a alivianar»
Los ochenta en México fue una década estéril para los conciertos de rock. Después del festival de Avándaro en 1971 donde se denunciaron excesos y anarquía, el gobierno prácticamente prohibió las presentaciones masivas. Los foros para las bandas emergentes eran también escasos y en buena medida subterráneos.
Así, una noche antes del terremoto de 1985 los integrantes de Botellita de Jerez crearon el espacio de Rockotitlán. Este lugar sacudiría también los cimientos del rock mexicano dando cobijo a grupos alternativos como Café Tacuba, Caifanes, Fobia y Maldita Vecindad, que más adelante dominarían el mainstream.
Curiosamente, fue para una participación en el programa de televisión Cachún Cachún Ra Ra (donde Fernando, el hermano de Sergio Arau era actor principal), cuando les sugirieron que al igual que los otros personajes del elenco, utilizaran apodos: “Yo me puse Mastuerzo” recapitula Barrios, “Arau era el Uyuyuy y Armando era El Cucurrucucú” porque nomás se le iba en puro llorar. Siempre se tiraba para que lo levantaran. Siempre fue un bato de alguna forma deprimido y de pronto era explosivamente feliz”.
Tras años de popularidad, el panorama para la Botellita comenzó a nublarse. El propio Vega-Gil señaló: “Cuando aparece el concepto de Rock en tu idioma, el movimiento de rock mexicano se desploma porque las compañías disqueras empiezan a dar lana para Hombres G y todas estas bandas que venían de España y Argentina. Estábamos muy debilitados, teníamos broncas económicas en Rockotitlán, teníamos problemas personales muy graves con Sergio y decidimos mejor separarnos”. Era el año de 1988.
Es entonces que Vega-Gil y el Mastuerzo, que todavía mantuvieron la sociedad con Arau un año y medio más en Rockotitlán, deciden convocar a Santiago Ojeda en la guitarra, Benjamín Alarcón en los teclados y al Señor González en la percusión para transformarse en la HH Botellita de Jerez para el disco Forjando Patria de 1994, a partir del cual el público comenzó a llamarlos de esta manera.
En un intento por llegar a un público más amplio tuvieron apariciones en otros programas de Televisa, incluyendo telenovelas como Alcanzar una Estrella. Su cumbia-rock Abuelita de Batman llegó a ser programada en estaciones de radio gruperas. Estas decisiones alejarían a muchos de sus seguidores originales. A pesar de ello, continuarían tocando hasta 1997.
En 1998, los integrantes originales deciden reunirse de nueva cuenta, festejando El Arrejunte con el lanzamiento de la caja de 3 CDs con sus tres primeros discos llamado El Estuche de Peluche y con la producción del falso documental Naco es Chido dirigido por Arau, que apenas consiguió ser exhibido en unas pocas salas. El cineasta anunciaría su separación definitiva de la banda en diciembre de 2012, y es aquí cuando la banda se ve forzada a usar el “HH” en sus redes sociales para marcar el cambio de formación, puesSergio se quedó con las claves de acceso a los sitios ya establecidos con el nombre original, a las que el resto no tenía acceso. Lo cierto es que el grupo nunca dejó de llamarse Botellita de Jerez.
Ese mismo mes Ojeda y González fueron convocados nuevamente para re integrar el cuarteto y posteriormente grabar en 2015, el que sería el último disco de Botellita: #NoPinchesMames, dotado de un estilo más aguerrido y mejor interpretado musicalmente hablando. Al final, Botellita de Jerez, la que duró 36 años, tuvo en Armando Vega Gil y Paco Barrios, su núcleo inamovible.
En 2016 celebraron sus 33 años de vida en el Plaza Condesa. El foro se deshizo con los gritos y brincos de varias generaciones de seguidores. La banda emanaba la estridencia y rebeldía de sus mejores años. Vega-Gil y El Mastuerzo olvidaron que cada uno tenía más de sesenta años.
Los fanáticos les agradecieron con creces sus más de tres décadas de resistencia en la volátil escena del rock mexicano. Sin embargo, tiempo después, el bajista relataría con frustración en una entrevista, que este concierto que les tomó dos meses de planeación, ensayos y promoción, solo le dio a ganar tres mil pesos.
La renuncia de Arau fue muy difícil de asimilar para Vega-Gil como él mismo confesó para la revista Etcétera: “La muerte de mi padre, la salida de Sergio de Botellita; dos golpes durísimos de los que no me he podido levantar”.
La carrera de escritor de Armando Vega-Gil comenzó elaborando reseñas de cine para el diario Novedades y guiones para la televisión pública en Telesecundaria. Se sentía inseguro de su talento en las letras. En una conferencia de Tedx Talks el autor comparte cómo cuando era un adolescente, su tía la escritora Emma Rueda trató de disuadirlo de seguir el camino de la literatura. Decidió entonces estudiar antropología, ámbito en el que eventualmente se convertiría en profesor universitario, siendo maestro del propio Mastuerzo. Sin embargo, no cejó en su afán por escribir.
En 2006 ganó el Premio de Cuento San Luis Potosí con su pieza Cuenta Regresiva. Le seguiría una prolija carrera que lo mismo abarcó poesía, teatro y cortometraje. Fue guionista junto con el comediante Andrés Bustamante de la cinta El Crimen del Cácaro Gumaro, con el cual también colaboraba en su programa de televisión. En 2012, fue nominado al Ariel en la categoría de Corto de Animación por el filme Como perros y gatos.. También escribió en revistas de viajes y fue conductor de un programa de radio sobre cine. Su paternidad tardía lo inspiraría a crear libros para niños e incluso a montar un espectáculo escénico multidisciplinario dedicado al público infantil donde se hacía acompañar por su ukulele loco.
Pati Peñaloza recuerda la personalidad extrema del artista: “Tenía mucha hambre. Él quería hacerlo todo. No tenía satisfacción. Tenía un vacío que quería llenar con todo. Quería ser fotógrafo y hacia foto, quería escalar y escalaba, quería pintar y pintaba. Había algo de amargura. Era hipersensible. Era muy feliz no dejando de ser un niño. Le emocionaba mucho la juventud”.
En su última novela, Ritual del Lagarto, publicada en 2017, rinde homenaje a la Literatura de la Onda. La trama transita por las dos avenidas que acompañaron a Vega-Gil en buena parte de su obra: La muerte y su hilarante sentido del humor. En la novela, el deceso de Jim Morrison es el detonante para que un joven le escriba cartas a su “yo del futuro” que se ha convertido en todo lo que él detesta.
“No dejo de pensar en que Jim Morrison pudo haberse muerto en un cuadro así de patético, sentado en un guáter, con un hilito de sangre corriendo mustio como tlaconete por la comisura izquierda de sus labios, vomitado boca arriba, jalándole inútilmente a la caja del W.C.”.
Mastuerzo recuerda a su “compa” en las últimas presentaciones de la banda: “Tocaba sentado. Lo cual a mí me molestaba. No sé si era que le dolía la espalda. En realidad, podía tocar parado”.
Rafael, el Sr. González, integrante de la Botellita en sus segundo y último periodos, habla por primera vez del tema y explica que el bajista “tenía achaques físicos, le dolía el hombro y la rodilla. Le tenían que hacer un cateterismo por un tema cardiaco y tenía pánico del procedimiento”.
Vega-Gil practicaba el alpinismo y llegó a escalar el Aconcagua, la segunda montaña más alta de la Tierra después del Everest. A cien metros de la cima le escribió una carta al Mastuerzo: “Si me muero, hazme una canción que diga que estuve colgado de las barbas de Dios”.
González recuerda al bajista como alguien con un gran sentido del humor, que compensaba su carácter “tristón y melancólico” y una perspectiva pesimista de la vida, y refiere un episodio que ahora parece cobrar sentido: “Un mes y medio antes llegó consternado al ensayo con la noticia de que el hijo de una amiga se había colgado en la madrugada con un cable de un puesto de periódicos”. Pocas semanas después Vega-Gil repetiría este modus operandi para su propia puesta en escena.
Sobre la acusación en #MeTooMúsicosMexicanos, causa que el propio Vega-Gil consideraba legítima y necesaria, Pati Peñaloza es contundente: “Armando no era un pederasta, le tiraba piropos a las niñas. Las niñas eran fans y se iban a su casa porque eran fans”.
Mastuerzo en cambio apela a asumir responsabilidades: “Creo que todos somos culpables. Todos y todas. El machismo mata a hombres y mujeres. Es pertinente que exista el MeToo. En Botellita de Jerez hemos sido parte de esas pequeñas vanguardias que han hecho visibles una serie de problemáticas de la equidad de género, la homofobia, la xenofobia. Tantas fobias que crea esta inconmensurable máquina de producir basura que se llama Capitalismo.
“Hemos sido cómplices de todos ellos, de todas ellas. Somos parte de ellas. Lo triste es que caigan los compas, que no resistan esa autocrítica. Porque finalmente hay otros que han sido denunciados y han resistido. Sea culpable o no Armando, yo estoy con él. Lo amo, lo amaré y estaré con él de una manera crítica”.
González por su parte afirma: “le gustaba coquetear, pero nunca lo vi con una niña. El tema del MeToo fue muy fuerte pero más bien le cayó a Armando en un momento pésimo”.
Peñaloza, autora de la columna Ruta Sonora en La Jornada, revela que Vega-Gil “estaba muy preocupado de que lo corrieran de su casa porque debía rentas,” Un día antes de su muerte envió un mensaje de texto a varios amigos. Hablaba sobre la acusación. Les aseguró que procedería legalmente. Sin embargo, ella piensa que solo quería despistarlos:
“Él tenía claro que no iba a fallar. Le escribe un mensaje a la manager a las 4:00 AM y le dice: ‘Paola, sé que te vas a sacar de onda por este mensaje, pero quiero pedirte algo importante: Que te encargues de mi funeral’. Él hizo cosas para manejar y disuadir a la gente. Estaba convenciéndolos a todos de que lo del MeToo era la razón, pero yo no lo creo. Lo dice muy claro en su poema El Reflejo del Agua. Ya no se reconocía a sí mismo. Fue como un montón de desilusiones. Algo le tronó. Era como si hubiera pensado, ‘los voy a despistar para que nadie me detenga’”.
La madrugada en que Vega-Gil se quitó la vida, Mastuerzo estaba en Quintana Roo y González en Tijuana. Y como si escribiera el desenlace de una novela negra, salió de su casa, caminó hacia la desolada calle de Monte Albán, hasta encontrar el árbol. Ese que seguramente habría visto decenas de veces, estudiado la anchura de su tronco y la forma de sus ramas. Con precisión milimétrica colocó un alambre alrededor de su cuello y dio un paso decidido hacia el vacío. El Guacarock había muerto.
A pregunta expresa sobre qué hubiera pasado si Armando le hubiera revelado sus intenciones de quitarse la vida, el Mastuerzo responde con la voz quebrada y los ojos anegados: “Le hubiera dicho: No hijo… Si quieres que me quede contigo aquí me quedo. Yo te abrazo”.
El músico observa en silencio la calle desde la terraza de su casa en la azotea de un edificio en la colonia General Anaya y recuerda: “El y yo quedamos en que cuando él muriera o yo me muriera ya se acababa todo. Aquí no sólo se trata de su muerte, sino de la de todos nosotros”.
La última fotografía que Vega-Gil publicó en su cuenta de Instagram muestra a su hijo Andrés (hoy de 12 años), —el centro de su vida, según afirman sus amigos— acompañado de otra pequeña. Están de pie en un paraje. El brazo de un lago descansa a sus espaldas en tanto el sol se entierra detrás de una colina. Es una imagen de contrastes que parece sintetizar el tránsito de Vega-Gil por el mundo: El fondo es claro y luminoso, el frente, oscuro y frío. Una postal tan esperanzadora como sombría. En el pie de foto Armando escribe:
“Un vendaval de silencio devora mi lengua. Debo dar mis rodillas a la tierra, abrirme en raíces, florecer como lo hace el futuro en medio de llamas y sombras eternas. Debo atar mis manos al viento y obedecer el sentido de la luz y sus proezas. Ahora debo callar”.
En su cuenta de Twitter, aun activa, permanece el último tuit que posteó con su cruda despedida, y el dolor que emana de sus palabras sigue vivo, como si no hubieran pasado cuatro años ya.
(Con la generosa y puntual colaboración del Sr. González)
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No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal. #MeeToMusicosMexicanos pic.twitter.com/pEXVf6beFn
— Armando Vega Gil (@ArmandoVegaGil) April 1, 2019