Se cumple medio siglo del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, en Valle de Bravo. Quienes estuvimos ahí éramos muy jóvenes y no podíamos imaginar la trascendencia de este evento, que tuvo gran impacto en la vida social, política y musical de nuestro país hasta la fecha.
El entorno era convulso en ese momento, sobre todo para los jóvenes de esa generación que enfrentaban una postura férrea y represora del régimen en turno, que ya había demostrado no estar dispuesto a conceder espacios y demandas legítimas de una población cuyo nivel de conciencia los rebasaba y por ello reaccionaron de la forma tan brutal en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 y en las afueras de la Escuela Normal de Maestros el 10 de junio de 1971.
Con esos antecedentes, el hecho de haber congregado tres meses después, el 11 de septiembre de 1971, a más de 250 mil personas en un festival de rock era de entrada algo inusitado y dejó claro que sucedió, entre otras cosas, porque nadie en los círculos políticos se lo esperaba y porque la juventud encontró en esa celebración un escape a la presión acumulada ante la horrible perspectiva de convertirse en cualquier momento en víctima de la represión gubernamental y mediática, porque estaba claro que el gobierno no se tentaba el corazón para deshacerse masivamente y al precio que fuera de quienes le estorbaban, como continuaron haciéndolo sexenio tras sexenio.
La juventud que se congregó en Avándaro estuvo ahí convocada por el poder del rock mexicano y congruentes con la tendencia del momento, más la propia situación descrita. Todos coincidieron en festejar y reunirse de manera pacífica de acuerdo con el eslogan de moda, “amor y paz”.
La gran mayoría no sabía lo que iba a suceder toda vez que un evento proyectado originalmente como “Noche Mexicana”, en complemento a las carreras de autos del Circuito Avándaro, se transformó en un festival de rock con un aforo estimado en 20 mil personas y que finalmente congregó diez veces más esa cantidad.
Más allá de todas las hipótesis y tesis que se han dado desde entonces, el hecho es que quienes estuvimos ahí durante esos tres días (viernes, sábado y domingo) tuvimos una enorme fiesta, a pesar de las incomodidades, de la lluvia, de la falta de comida y servicios y todo en torno a la música que nos motivó a estar ahí, el rock hecho en México.
Es de suma relevancia señalar que los grupos participantes del cartel oficial entregaron soberbias actuaciones aun con tanto en contra, como precarias instalaciones de energía eléctrica, iluminación, audio, desorganización en el escenario, más la gente colgada de la estructura con el riesgo de que se desplomara, lo cual contra toda lógica no sucedió, afortunadamente.
Y lo mejor de todo: la música era nuestra, composiciones originales fue la premisa y salvo muy contadas excepciones no sonaron los covers, demostrando así que estábamos en la antesala de un florecimiento de nuestro rock muy buscado y con miras a la internacionalización. Avándaro fue el escaparate perfecto para mostrar nuestro rock mexicano ante el mundo.
Varias crónicas aseveran que por una mentada de madre proferida desde el escenario todo se acabó y se nos cerraron las puertas a los grupos de rock. No fue así. A la perspectiva del tiempo queda más que claro que en cuanto el gobierno se dio cuenta de la concentración masiva en Avándaro, las alarmas se encendieron en la Secretaría de Gobernación y decidieron darle seguimiento al evento con lupa, buscando el menor pretexto para actuar como lo hicieron.
La suerte ya estaba echada desde la encuerada que bien hubiera sido el pretexto número dos para cortarle la cabeza al rock mexicano. Con mentada de madre o sin ella, en Bucareli ya habían decidido detener un movimiento cultural que les resultaba sumamente incómodo y hasta amenazante, porque nadie tenía tal poder de convocatoria en el país, solo el rock, y como los grupos en sus letras llamaban al público a la toma de conciencia, había que detenerlos.
No me extrañaría que en algún momento hasta hubieran considerado mandar al Ejército a hacer una redada en Avándaro pero, repito, como nadie se lo esperaba, ni siquiera el mismo gobierno estuvo preparado para actuar de esa forma y qué bueno que así fue. En mi opinión nuestra idiosincrasia ayudó en ese episodio, porque también en los círculos gubernamentales cundió la desorganización y por ello no actuaron en nuestra contra en Valle de Bravo.
Así las cosas, el gobierno actuó contra el festival a toro pasado, pero asegurándose de causar el mayor daño posible. Dado el control total de los medios por parte de Gobernación, desde el primer momento se dieron a la tarea de orquestar una feroz campaña de desprestigio y linchamiento mediático enfocado primero contra el público asistente y los organizadores del evento. En segundo término se fueron contra los grupos de rock, encargándose de cerrar fuentes de trabajo y difusión tanto radial como televisiva, de manera gradual pero devastadora.
Pero en realidad el objetivo era político, ya que se trataba de sacar de la jugada al gobernador del Estado de México, quien se consideraba presidenciable, y para ello lo responsabilizaron de haber autorizado el festival y lo obligaron a renunciar. La nefasta maquinaria política del PRI estaba en su apogeo al grado que hasta entre ellos mismos se devoraban para llevar agua a su molino. Y la juventud pagó el precio, especialmente los músicos de rock, que a la postre se convirtieron en una generación a la que se le negó el derecho a fincar un patrimonio basado en su trabajo. Para muchos al paso de los años eso significó algo peor que la muerte o la cárcel.
A cincuenta años de distancia podemos concluir que las consecuencias y efectos del Festival de Avándaro fueron sensibles no solo en lo musical, sino también en lo social, político y académico. Porque el evento ha sido estudiado por diferentes instituciones a lo largo de las décadas y en cada ocasión aparecen nuevas lecturas y enfoques que ayudan a arrojar luz sobre lo que pasó ahí y, sobre todo, sobre lo que no pasó, lo que la prensa y la televisión inventaron para poner a la opinión pública en contra de los jipis y el rock.
El Festival de Rock y Ruedas de Avándaro queda registrado en la historia como la mayor concentración pacífica de jóvenes en México realizada en el peor momento, por todas las condiciones en contra y aún así con resultado de saldo blanco que fue lo que más molestó al gobierno, que quería sangre, nota roja, desmanes y excesos.
Los jóvenes de Avándaro quedan para la posteridad como ejemplo de civismo, sensatez y gallardía al haber evitado caer en las provocaciones, provinieran de donde provinieran, en un momento de nuestra historia sumamente explosivo, conflictivo y peligroso. Porque a pesar de todo lo que se diga, lo que prevaleció en Avándaro fueron la paz y el amor entre semejantes.
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— EL TRI (@eltridemexico) September 6, 2021