Cuenta la leyenda maya que si te encuentras un colibrí es porque alguien te manda buenos deseos y amor.
Por eso cada vez que me encuentro con una de estas aves, me alegra el día al imaginar tan excelentes augurios.
Hace unos años en mi pequeño jardín teníamos plantado un arbusto llamado “Huele de Noche” el cual tenía unas pequeñas flores con figura de estrella que desprendían un olor sumamente delicioso y agradable, por lo cual cuando podía abría la puerta de mi hogar para que este aroma ingresara.
En cierta noche, cuando abrí la puerta observé que algo sobrevolaba las pequeñas flores, su aleteo era muy rápido y mientras permanecía en vuelo introducía una probóscide para alimentarse del néctar.
Mi primera impresión fue que era un colibrí, pero conforme me fui acercando mi sorpresa fue mayúscula al notar que era un insecto que jamás había visto en mi vida, con rostro de “ratón viejo”, ojos grandes y de color café.
Lo “invité” a ingresar a mi casa para tomarle fotografías con una cámara compacta —aún no me dedicaba a la fotografía de naturaleza— y logré observar con más detenimiento sus hermosas facciones para posteriormente dejarlo ir.
Tuvieron que transcurrir 10 años aproximadamente para tener otro encuentro con una esfinge, nombre de esta hermosa polilla que tenía alas estrechas y apuntadas.
Fue en el viejo bosque de Chapultepec, en el área del jardín botánico donde caminaba con mi cámara colgando de mi cuello y buscando a modelos que tanto me gusta fotografiar —los insectos— cuando de pronto al voltear hacia un cactus pude distinguir la figura de esta inigualable polilla.
Dice —quien me acompañó a este paseo— que mi rostro se iluminó de emoción y alegría; que parecía un niño contento que tomaba su cámara con ambas manos y corría como cinco metros hacia donde estaba aquel bello ser descansando pero, a diferencia de la vez anterior, ahora ese niño se dio “vuelo” tomando fotografías a diestra y siniestra. No era para menos, es raro tener encuentro con las esfinges ya que suelen salir cuando las flores nocturnas se abren al anochecer.
Indagando encontré que el aleteo de la esfinge es 85 veces por segundo, superando una velocidad 60 km/h de vuelo, mientras que el colibrí es de 70 u 80 aleteos por segundo. Sin duda, ambas Almas invisibles son muy rápidas, además de bellas.
No tengo idea de que exista alguna leyenda maya acerca de las esfinges pero, de ser igual que la del colibrí, entonces seré “castigado”, ya que en ambas ocasiones para fotografiarlas tuve que “atraparlas” brevemente para que posaran para mi cámara. Ni hablar, son los sacrificios que asume un aficionado a la fotografía de la naturaleza. Quizá el castigo —ahora que lo analizo— ha sido que no tuve la cámara en el momento preciso que permanecía en vuelo, tal y como se detiene un colibrí, y desconozco cuánto tiempo más transcurrirá para poder verla de nuevo.
¿Y tú, estimado lector, alguna vez has tenido la suerte de ver una esfinge?
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— Fusilerías (@fusilerias) October 21, 2022