La pandemia nos obligó al encierro en una versión radical. Cualquiera puede guardarse en casa obligado por la gripa, una infección estomacal o los efectos del mal clima. Este periodo de encierro, sin embargo, puso a prueba la paciencia del más cauto.
Ya se fueron semanas, meses y, a este momento, más de un año. No es difícil perder los estribos. Más aún porque las señales indican que la pesadilla está lejos de terminar.
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A lo largo de este periodo, he escuchado las quejas más diversas: que las parejas discuten en casa; que los menores añoran la algarabía de su escuela; que las amas de casa suspiran por el cotilleo de los mercados, etcétera.
La situación nos obligó a buscar actividades a desarrollar en el ámbito privado, sin molestar a quienes nos rodean. Suena fácil, pero no lo es. No era sensato, por ejemplo, comprar una batería o inaugurar un taller de danza folclórica si vives en departamento.
Disfruto la lectura y el cine, la música y la conversación. La repetición de esas actividades terminó por ahogarme. Saltaba de un libro a otro, sin apenas concentración, y de una película a otra, sin poner atención a la trama, los diálogos o las inflexiones al hablar de los actores. Necesitaba una actividad que me motivase a aprender algo nuevo y aplicar los conocimientos adquiridos.
Peng Li, amigo de Oriente, me sugirió que comprase un bonsái. La idea me pareció risible (cualquier forma de vida vegetal muere bajo mi cuidado), pero una vez que avanzaron los días y no hallaba en qué dedicar mis esfuerzos, la compra del bonsái ganó consistencia y terminé por adquirirlo.
Es del estilo que llaman “Moyogi”, y junto con el árbol, compré las herramientas que se requieren para su cuidado. La vida vegetal siempre ha llamado mi atención por lecturas de Henry David Thoreau y Gerald Durrell, entre otros.
El árbol minúsculo me cautivó nada más recibirlo por su detalle y finura. Mismo caso del set de herramientas para cortar las ramas. Lo miro al pasar y resuelvo que tal o cual rama ya creció más de la cuenta. Entonces inicia la batalla interior por contener mi ansia podadora.
La compra del bonsái fue un obsequio doble: la presencia de un árbol mágico, sublime por donde se le mire, y la instalación de un nuevo escenario en el cual enfrentarme a mí mismo.
No le sugiero, lector, la compra de un bonsái. Halle una actividad que pueda distraerle y ponerlo a prueba. Ahora mismo pelearé de nuevo para dar forma a unas ramas, con ayuda de un alambre. Ya me pregunto cómo pude sobrevivir a tanto sin un bonsái en mi vida.
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— Fusilerías (@fusilerias) June 1, 2021