Cuento. Cae el Día

Se adueña de ti a primera vista; es mágico, idealista, un lugar para soñar, dirías. Para ella, el lugar de sus pesadillas. Te lo explico…
Cuento de Alba Colmenares
«Es como cualquier lugar situado en la nada y cerca del todo».

¿Crees que es una expresión? ¿Podría ser una afirmación? Pero nunca se pensaría “es un lugar”, el lugar en el que todo sucedió. Me lo repito, siempre.

Cae el Día es como cualquier lugar situado en la nada y cerca del todo. Se adueña de ti a primera vista; es mágico, idealista, un lugar para soñar, dirías. Para ella, el lugar de sus pesadillas. Te lo explico.

Salía de mi casa, una mañana soleada igual que todas, siento el sol en la nuca, pero un frío me eriza, cierro la puerta, alguien me toca el hombro. El escalofrío ahora sale de mis entrañas, esa sensación extraña que te avisa, algo está por suceder, ¿la sientes? Susurra: conozco el lugar ideal para usted y su familia. Todo sucedió tan rápido.

El 18 de febrero de 1890, en mi diario un día importante. Nos llevará a visitar nuestro futuro. Un lugar que construirá mi familia; mi esposa y mis hijos serán felices, siempre, ¿siempre?

Nos desviamos en el kilómetro 27 de la carretera hacia el sur de la ciudad. El camino tiembla a cada trote de los caballos, ellas están bien dentro. Aprieto las riendas y el vendedor a mi lado derecho no se mueve, su mirada siempre al frente. Sus cachetes rechonchos se enardecen con los rayos del sol, pero ya no le reconozco la cara. Trato de recordar. ¿Cómo le conocí?

El letrero en el camino marca el lugar: Cae el Día.

El 18 de febrero de 1890, en mi diario un día importante. Nos llevará a visitar nuestro futuro. Un lugar que construirá mi familia; mi esposa y mis hijos serán felices, siempre, ¿siempre?

Hemos llegado. Un prado verde, majestuoso, lleno de luz, en su centro aquel inmenso árbol parece añejo. Sus ramas retorcidas parecen sin vida, no hay hojas, tampoco nidos ni pájaros, todo en él parece muerto. ¿Tú, también lo ves?

Mi esposa baja del carruaje como hipnotizada por el aroma de la hierba, tan suave, tan viva. Pero Narda, ella vio la verdad en el prado. No, no quiero bajar, papá. Está bien, Narda, quédate en tu refugio, como le decía al carruaje cuando jugaba ahí.

Caminamos unos metros, los tres adultos encantados con la suave música del viento. ¿Escuchas la música? No, no miré hacia atrás, hacia su refugio. Los caballos galoparon como cuando un rayo cae sobre la tierra, ese estruendo nunca lo olvidé. Encantados, trastornados, se dirigen hacia el árbol. No, no miré hacia atrás, su refugio se estrellaba en aquel inmenso árbol. En segundos le dio vida. Miré hacia atrás, el árbol era más alto, verde, tan verde que sus hojas destellaban. Mi Narda lo alimentó cual dulce miel. Le dio la vida.

Cuento Cae el Día Alba Colmenares Carrillo
«Está bien, Narda, quédate en tu refugio, como le decía al carruaje» .

El viento carga sus cabellos ensangrentados, rozan mis mejillas, mis manos. Siento su calor, su aroma mezclado con la desgracia. No me muevo, me paralizo viendo su cuerpo hecho pedazos, hecho nada. ¿Me ves?

Sus gritos me sacan de la hipnosis, esos gritos desgarradores, se retuerce en la hierba, jala de sus cabellos, de su ropa, se desgarra, de mi esposa nació la locura.

Susurra: conozco el lugar ideal para usted y su familia.

18 de febrero de 1890, en mi diario un día importante.

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