Las historias de crímenes celebres y de asesinos seriales despiertan entre quienes nos atrae el tema una rara sensación que oscila entre la repulsión y un morbo que nos estremece y atrapa en una sutil y pegajosa telaraña de la que es difícil escapar.
Hace un par de semanas tuve la oportunidad de volver a ver la primera versión de A sangre fría (In Cold Blood), de 1967, dirigida por Richard Brooks y basada en la obra del mismo nombre del escritor estadunidense Truman Capote (1924-1984), en la que se narra el asesinato de los cuatro integrantes de la familia Clutter, ocurrido en 1959 en el pequeño poblado de Holcomb, Kansas, un filme que había visto por primera vez hace más de 15 años.
Ese hecho coincidió con la más reciente relectura que hacía de ese libro con el que Capote inauguró el llamado género de no ficción, con el que confirmó su celebridad y le trajo un éxito que con el paso de los años se convirtió también en su desgracia y decaimiento creativo.
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Filmada en blanco y negro, que le imprime una inquietante atmósfera de suspenso devenido terror durante las escenas del crimen, la película me había despertado gran interés porque un artículo que leí decía que la locación donde se recrearon las escenas del asesinato era la misma casa de la familia sacrificada, lo que le añadía un motivo de interés adicional.
Saber que la cámara se introducía en un sitio que ocho años antes había sido escenario de un crimen que impactó y acabó con la tranquilidad de los pacíficos lugareños de Holcomb, le confería a la película un aspecto verídico más a esa historia basada en hechos reales.
Adentrarse en los pasillos de la casa de los Clutter y seguir a los asesinos Perry Smith y Dick Hyckock (caracterizados de manera extraordinaria por los actores Robert Blake y Scott Wilson), ascender las escaleras de madera y recorrer las habitaciones junto a estos dos jóvenes ex convictos que planearon cometer un asalto “sin dejas testigos” y del que pensaban obtener 10 mil dólares, pero del que solo obtuvieron unos 50 dólares y un radio que venderían más tarde en México, nos hace partícipes de esos momentos terribles y angustiantes previos a los crímenes.
Capote cuenta que acudió a Holcomb varios años después de los hechos pues había asesorado al director en la realización del guion de la película, pero tenía además la curiosidad de volver al lugar que había visitado a lo largo de varios meses a finales de 1959 y principios de 1960 para realizar la primera etapa de la investigación de un asesinato que leyó en una nota aparecida en The New York Times, acompañado de su amiga de la infancia, la también escritora Harper Lee, autora de Matar un ruiseñor (1960), otro clásico moderno de la literatura de Estados Unidos.
Al llegar a lo que fue la casa de los Clutter, que permanecía como él la recordaba (típica casa de madera del medio-oeste estadunidense, con su caída de dos aguas y pintada de blanco), el escritor cuenta que sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo al ver por primera vez a los actores que interpretaban a los asesinos: eran idénticos a los verdaderos Perry Smith y Dick Hyckock .
La impresión fue de tal magnitud que Capote pensó por un momento que los dos asesinos habían revivido un año después de que fueran colgados y se cumpliera finalmente la sentencia que recibieron por ese crimen, lo que le permitió terminar la que fue su obra más importante y que revolucionó la forma de escribir novelas basadas en sucesos reales, la non fiction.
Del libro A sangre fría se han hecho varias versiones para el cine y la televisión en Estados Unidos, una historia que por la maestría con la que es contada por Capote ha quedado como referente dentro de la larga lista de sucesos sangrientos que han impacto a la sociedad estadunidense.
Como parte del mundo literario y cinematográfico en torno a Truman destaca la película Capote de 2005, dirigida por Bennett Miller en la que el escritor es interpretado por el fallecido actor Philip Seymour Hoffman (1967-2014), quien ganó un Oscar por su extraordinaria interpretación del controversial y polémico escritor, convertido en una celebridad entre la sofisticada, exclusiva y muchas veces banal alta sociedad neoyorquina a la que admiraba pero también aborrecía y que exhibió en algunas obras.
Imitando la voz aguda, nasal y aniñada de Capote, Hoffman da vida al personaje que de pronto descubre la noticia del crimen y le informa al editor del New Yorker que se trasladará al lugar para escribir un reportaje del asesinato de los Clutter, transformado en un proyecto más amplio que le llevó más de cuatro años concluir y produjo un impacto emocional del que no se repuso.
“Hacer esta investigación ha cambiado mi vida. Cambió mi punto de vista sobre todo y creo que quien lo lea será afectado de la misma manera”, expresaba Capote, sumido en estados depresivos, pero a lo largo de su carrera conocido y recordado, además de su obra, por la excentricidad y el genio que lo convirtieron en una celebridad del Nueva York de las décadas de los sesenta y setenta del siglo anterior.
La estrecha relación que estableció con los asesinos, sobre todo con Perry Smith, causaron una transformación interna en el escritor. En el filme Capote se siente tan identificado con la vida de Smith, llena de desgracias como la de su madre alcohólica que muere con su propio vómito, los suicidios de su hermano mayor y una de sus hermanas, la vida esperanzadora y también llena de violencia con su padre, que dice ser él y Perry Smith como parte de una familia que viven en el mismo hogar, uno de los cuales salió por la parte trasera, el asesino, y el otro por la parte delantera, el escritor.
Al hablar de su máxima obra dejó esta confesión: “Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Creo que, en cierto modo, acabó conmigo”.
El libro había logrado no solo que Capote se convirtiera en uno de los mejores autores contemporáneos de Estados Unidos, sino que también lo arrastró a un torbellino de exceso de drogas y alcohol en el que vivió inmerso durante años y que le provocaron un decaimiento de ánimo para continuar otros proyectos literarios.
Para su última novela, publicada de manera póstuma y que dejó incompleta, Plegarias atendidas (1986), firmó contrato antes de que saliera a la venta. A sangre fría (publicada en 1966) se convirtió así en un testamento literario cruel acerca de la alta sociedad del este de Estados Unidos con la que convivió y con la que estableció una relación que a final de cuentas les produjo un desprecio mutuo.
Íntimamente ligadas, estas dos obras representaron en el primer caso la ascensión de Capote al tan anhelado éxito acompañado de la celebridad que lo envolvió hasta consumirlo. La segunda fue su epitafio, que tomó de una idea de Santa Teresa: “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas”.