El recuerdo más antiguo que Frida Cartas tiene de su padre, es uno en el que hubo enojos y gritos. Le recriminaba una y otra vez a su madre: “Este niño es joto porque tú lo hiciste así”. Ella, exasperada, mientras picaba cebolla, le acercó el cuchillo y le dijo: “Si tanto asco y tanto odio le tienes al chamaco, ¡mátalo! Toma y mátalo”. Ahí quedó la discusión.
Frida, mujer trans, “ama de casa y escritora a ratos”, no recordaba cada detalle de esa escena; la reconstruyó muchos años después con ayuda de su madre. Después, en 2020, en plena pandemia, decidió evocar otros episodios autobiográficos, marcados por la violencia que sufrió desde su niñez, el bullying, y escribir sobre ellos. Fue su salida terapéutica, luego de que suspendió las citas médicas para tratar su depresión, debido a que nunca se adaptó al modelo en línea.
Bullying y humor inexplicable
De este ejercicio, colmado de mucho dolor, algo de ternura y “un humor inexplicable”, resultó el libro Transporte a la infancia (Almadía, 2023), que se presentó en la edición 43 de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), que se realiza del 14 al 22 de octubre en el Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca.
“Comencé a escribir durante la pandemia en marzo de 2020 y la verdad es que nunca tuve pensado en hacer un libro, simplemente eran textos separados que reuní después. Al final resultó una obra terapéutica”, dice Frida (Mazatlán, 1979) en entrevista con Fusilerías.
Transporte a la infancia ―que antes de Almadía tuvo dos pequeñas ediciones autogestivas― reúne 28 narraciones cortas que la autora rescató del pasado, siempre con la ayuda de su madre, a quien considera “la heroína” del libro. “Fue la que cargó conmigo todo el señalamiento y el escarnio público”, afirma. De su padre, sólo quería una simple reconciliación, luego de años de estar distanciados; sin embargo, ya no pudo ver el libro: murió días antes de que estuviera impreso.
―Los testimonios que conforman el libro son muy dolorosos. ¿Por qué decidiste escribir sobre ellos?
―Quería que el libro fuera una especie de reconocimiento a mi mamá, por esta fortaleza que tuvo. Ella es la segunda voz de este libro, la heroína de esta historia. Fue la que cargó conmigo todo el señalamiento, el bullying y el escarnio público, que también hacía mi papá en casa.
“Es curioso que cuando escribí el libro me reí mucho, pese a la violencia que narraba. Fue cuando me di cuenta que había muchas formas de violencia naturalizada; como siempre las viví, no me daba cuenta que son muy agresivas.
“Tampoco tenía mucha consciencia de que lo que ahí relataba era muy íntimo, hasta que alguien me dijo: ‘¡Te conozco más por el libro que por todos los años que llevo de conocerte!”.
―En “Mátalo”, el texto con el que abres el libro, tu padre muestra un desprecio contra ti. ¿Qué más fuerte que eso?
―Fíjate, si tú oyeras a mi mamá contar esa historia, ¡lo hace carcajeándose! Recuerdo que la primera vez que me casé, mi mamá empezó a contar esta historia desgarradora a todos los invitados, sólo para hacer plática. Cuando se fueron todos, le dije: “Mamá, lo que contaste no fue muy divertido que digamos. A ver, cuéntamela a mí”. Ahí conocí la historia completa por primera vez, pues sólo recordaba algunas partes.
Es curioso que cuando escribí el libro me reí mucho, pese a la violencia que narraba. Fue cuando me di cuenta que había muchas formas de violencia naturalizada; como siempre las viví, no me daba cuenta que son muy agresivas
―Pese a todas sus limitaciones, Lubia, tu madre, es una mujer con un pensamiento progresista que siempre vio por tu felicidad…
―Creo que mi mamá, sin comprender el tema de LGBTQ+, entendía de escarnio. Recuerdo que cuando llegamos a vivir a Mazatlán, a mi mamá le decían india, porque mi madre iba vestida con ropa de Ixtepec. Nosotros en la colonia éramos los indios: yo, la india; mi papá, el indio. Me imagino que mi madre veía el escarnio y la discriminación contra mí y lo entendía muy bien porque ella misma había sufrido esa discriminación de los vecinos.
“Mi mamá es un personaje central en la obra porque yo quería apapacharla y darle este reconocimiento por esta fortaleza que tuvo. Mi mamá es la segunda voz de este libro y la heroína de esta historia. Fue la que cargó conmigo todo el señalamiento, el bullying y el escarnio público, aunque el escarnio también me lo hacía mi papá en casa.
“Como bien dices, mi mamá tiene un enfoque antipatriarcal, aunque en ese momento nunca lo vi. Me di cuenta de ello cuando me casé y me vine a vivir a Ciudad de México con mi esposo.
“En 2009, cuando comencé a leer teoría feminista en diferentes colectivos a los que me uní, me di cuenta que mi mamá tenía mucho de ese pensamiento: autodefensa, no quedarse callada y tomar acciones para defenderse, no nada más discursivamente. Ese enfoque fue el que quise transmitir en el libro”.
―Sobre Julián, tu padre, ¿cómo fue vivir con él?
-En terapia, le decía a la psicóloga que mi papá era un hombre muy cruel, violento y duro. A los 16 años lo abandonaron en la puerta de un cuartel militar en Juchitán, Oaxaca. Cuando supe eso, entendí de dónde venía toda esa crueldad y rigidez de no aceptar una orientación sexual diferente.
“Quería también que este libro fuera una especie de reconciliación con él. No tuvo la culpa, eso me hubiera gustado decirle antes de que falleciera. No me habló en sus últimos 9 años; tampoco me vio cuando cambié de nombre y de apariencia. Yo soñaba con leerle este libro, pero murió antes, durante la pandemia. Lo sacaron del hospital militar y ya nadie lo vio”.
―¿Hay frustración?
-Sí, mucha. Porque yo terminé de escribir el libro en septiembre y él murió en octubre.
―Leo en tu biografía que eres una feminista que incomoda a las propias feministas. ¿Cuál es tu crítica?
―Creo que muchos de los errores de los colectivos feministas en los que estuve, es que abogamos mucho por una autonomía sexual de las mujeres, pero entendemos poco sobre la autonomía de pluralidad de ideas, debido a la lucha contra la hegemonía y el mandato. Se confunde mucho la radicalidad con la imposición y creo que terminamos siendo muy impositivas en muchas cosas, y eso hace que no haya buen diálogo con otros movimientos que no son feministas.
“Por ejemplo, yo creo que el movimiento feminista podría hacer mucho con el colectivo de mujeres del EZLN, pero ellas las critican porque las zapatistas incluyen a sus hijos y esposos en sus movimientos. No entienden que tienen un contexto y que han crecido de otra manera.
“Creo que esta consigna de pelear nos lleva mucho a distorsionar. Vemos lo que hacen otras mujeres y desde ahí se critica mucho, pero no vemos cómo es que llegaron ahí.
“Yo discutía mucho con las feministas cuando les explicaba que el matrimonio y la casa habían representado para mí un espacio seguro por mi contexto. Cuando no estaba casada tenía más agresiones en la calle y en el trabajo, pero cuando me casé y tuve un hogar, mi entorno se volvió más seguro, con menos insultos y menos burlas. Incluso comencé a tener más autoestima. Sin embargo, todo esto es muy criticado en los espacios feministas y hasta me corrieron de varios colectivos”.
El bullying no ocurre en todas las escuelas y no ocurre en todos los alumnos por ser alumnos, tiene una especificidad.
―Un capítulo lo dedicas al bullying y hablas de que el término se generaliza mucho. ¿Cuál es tu planteamiento?
En el fondo, el bullying es una violencia de género y de clase, es lo que digo. Porque a la niña que parece Barbie, princesa, no se le bullea. Se bullea a la gordita, a la chaparra, a la prietita; ahí vienen temas de identidad, clase y raza. El bullying no ocurre en todas las escuelas y no ocurre en todos los alumnos por ser alumnos, el bullying tiene una especificidad.
“Un ejemplo: hay una trans mexicana que se llama Victoria Volkova, que ha sido modelo de Playboy y la primera modelo trans mexicana para Victoria Secret. Ella no tiene transfobia porque es rica, porque es burguesa. El tema trans también es un asunto de clase. Cuando digo esto en redes sociales todo mundo me dice: ‘Tienes envidia’. Pero no es envidia, de verdad, pensémoslo.
Yo discutía mucho con las feministas cuando les explicaba que el matrimonio y la casa habían representado para mí un espacio seguro por mi contexto
“¿A ella cuántas veces la han corrido de un baño?, ¿cuántas veces la han visto feo? Ella es feliz, tiene un mundo de Barbie en el cual ella es la exitosa empresaria y la actriz rica. Si vamos a platicar con varias de las compañeras trans de Iztacalco o trabajadoras sexuales de Tlalpan, veremos que ocurre algo totalmente diferente. Insisto: El tema trans no sólo es un asunto de discriminación, también es un asunto de género y de clase.
―¿Cómo ves a distancia tu infancia?
―Me da un poco de nostalgia, pero también estoy consciente de que es muy importante narrar esto para otras generaciones. Tengo 43 años y el promedio de vida de las personas trans es de 33 a 35 años por el contexto tan precario y violento que han vivido.
Por un lado, está el tema de la exclusión que hay en el sector salud; para acceder a un tratamiento de cambio de sexo y feminización, las personas de otras generaciones utilizaron tratamientos que las terminaron mataron. Por el otro, es que, por sobrevivir al escarnio, muchas personas trans han recaído en problemas de adicción a las drogas. A otras más las han matado haciendo trabajo sexual.
Termina la entrevista y queda una pregunta sin respuesta, la que se hace Mafalda en la primera página del libro: “¿Y por qué habiendo mundos más evolucionados tenía yo que nacer en este?”.
Un pedacito de mi, de mi madre, y de Mazatlán… Para un pedacito de ustedes que abrazan la lectura.
Y para quienes han abrazado el libro ya desde antes.
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— Frida Cartas (@Friedducha) October 20, 2023