Llevas uno dentro, diferentes nombres: culpa, remordimiento, odio, venganza, soledad, el tuyo creció tan lento.
Me peinas el cabello todos los días, Nana, tus manos son tan frías y tu mirada siempre triste.
Aquel fue un día como cualquier otro, tu eterno dominio en la cocina, oliendo a café recién hecho, al carbón del fogón. Escuché otra voz después de la tuya, la curiosidad me hizo entrar, la cargaba en mis brazos. ¿Recuerdas lo pequeña que era? Mi pequeña Narda, aún no caminaba. Volteaste rápidamente al escuchar mis pasos, tu mirada era otra, me reprochabas sin decir nada.
¿Tienes visitas, Nana? Se levantó rápido de la silla, vi cómo cerraba los puños, me miraba fijamente. Por un momento me fue familiar, esos ojos tan negros, su mirada intensa, igual a la de él y la que nunca tuve. Un pequeño niño se asomó detrás de su falda, la sujetaba fuerte, se asomaba y se escondía. Parecía de la misma edad que mi Manuelito; su cara era regordeta, su cabello despeinado, sus ojos como los de ella, se confundía con el tizne en su cara. La ropa de ambos desgastada, se notaban los remiendos, diferentes trozos de tela que formaban su falda, su rebozo que apenas se mantenía unido sobre su cabeza.
Apenas iba a hablar cuando me sujetaste del brazo y me llevaste afuera. Ya se van me dijiste, no tiene importancia, es una conocida.
Por la ventana los vi irse, tan silenciosamente como llegaron, descalzos.
Para la tarde ya estabas diferente, Nana, pensativa, sujetabas mi cabello, lo peinabas sin verme, ya nunca alzaste la mirada.
¿Qué estás pensando, Nana? Toda alegría tiene su fin, Adela, ella trae consigo el sufrimiento. ¿La conoces desde hace tiempo? ¿Nunca halaste de ella? Te acorralaba con mis preguntas, siempre me cuentas todo ¿Por qué no de ella?, me recuerda a alguien, es familiar, frunciste el ceño. Olvídate de ellos, Adela, que no vuelven más. Tu voz ya empezaba a sonar diferente.
Esa noche no podías dormir, solo alumbraba esa vela que siempre mantenías encendida para su regreso nocturno. Le platicabas las cosas que no podías decirme, lo condenaste a estar aquí siempre, como yo con ella. Pensaste que después de tantos años habías saldado tu deuda, que aquello ya estaba olvidado, pero lo que hiciste esa noche por mi padre fue salvar a quien causó la muerte de su primogénito, también a él se lo ocultaste.
No quiero recordar ese día, fue una semana después de aquella visita, esa mañana no estabas en la cocina, el fogón apagado, la olla de café vacía. Te busqué por todos lados, hasta que toqué a tu puerta, tu casa de adobe en la que te aferrabas a vivir, con esa teja desteñida y rota, tan fría por dentro, como si permaneciendo ahí pagabas algo.
La piel de tu vientre se mueve, vuelves a temblar, tu mirada se pierde, apenas escucho tu voz, dices que está dentro de ti
Estabas sobre tu pequeña cama, con ropa del día anterior, tus brazos se cruzaban, temblabas, te encogías, cuando volteaste a verme dejaste al descubierto tu vientre. ¿Qué creció dentro de ti, Nana? Estaba tan abultado, me apresuré hacia ti, grité a Toñita con todas mis fuerzas: ven rápido, trae al doctor Cruz, corre mujer. Ya las lágrimas cubrían tus mejillas, ardían como toda tú. Te tomé de las manos, las besé y te juré que nada te pasaría, te acaricié la frente, no puedes dejarme, Nana.
La piel de tu vientre se mueve, vuelves a temblar, tu mirada se pierde, apenas escucho tu voz, dices que está dentro de ti, ella lo puso hace tantos años, solo ahora lo comprendo, crecía dentro de ti, lentamente, silencioso te carcomía, no solo las entrañas, puso su huevo en tus pensamientos, en una semana se comió tu cordura, no te entiendo, Nana ¿qué dices?
El doctor Cruz me dice que me aleje, que no te toque, pero ya estaba hecho. Toca tu vientre y te tuerces de dolor, estiras la mano hacia mí, eso pensé, pero tu mano es para él. Estás aquí le dices, pero aún no, debes dejarme, tengo que cuidarla, cuidarte, mi niña Adela, cuidarte de…
¿Por qué me haces recordar esto Nana? No pudiste decírmelo, querías pronunciar su nombre, cuando ese gusano salió de tu boca, me hice hacia atrás, horrorizada, se retorcía junto contigo, tus ojos saltaban queriendo respirar, te ahogaba, extendías las manos como queriendo agarrarlo, se aferraba más a tus entrañas. El doctor Cruz y Toñita no se atrevían a acercarse, te dejaron ahí, viendo como tu vida se apagaba.
Con tus últimas fuerzas tomaste la vela y encendiste su negro cuerpo contigo.
Diferentes nombres: culpa, remordimiento, odio, venganza, soledad, el tuyo creció tan lento. Ya puedes decírmelo ahora, Nana, ¿qué nombre tiene?
La culpa me carcomió por años, mi Niña. Puedo ver el tuyo.