En serio, ya no andes de llanto chiquito en llanto chiquito y otro llanto, y mejor dime, ¿qué tanto te gustaba de Brandon si estaba todo tarado? Digo, yo sabía que te iba a salir al paso un narquito cualquiera de mariconera y gorra, ¿pero ese? ¿Su lengua te sabía a perico, a sangre, a billetes? ¿Era mejor que yo cuando estaba dentro?, ¿era mejor por todos los que había matado? Como para qué me guardas secretos si nomás estamos los dos y eso no va a cambiar. Cuando puedo hacer de ladito la tristeza me pongo a pensar que pudimos tener algo mejor, no sé si juntos así. Tú no lloras cuando estás triste pero se te escurre algo color miel desde adentro que se revuelve y me aprieta en el costillar. Yo creo que ahorita sólo quieres que te pregunte, tienes algo que quieres decirme, a ver, ya dime.
Eres un chingado necio, qué más quieres saber del Brandon. Sí, me lo di, me puse unos revolcones con él, ¿ya? Seguro ahora sí estás contento. Oye, a ver, ¿te acuerdas lo que decía tu abuela de los cementerios? Los difuntos lloran a los tres días del entierro porque apenas se dan cuenta de que no están vivos, les hervía la congoja por la mollera, nos decía. Tres días. Seguro que no nos han pasado más de tres días, igual y sólo han sido quince minutos. Aquí no es cementerio ni apesta a esas pinches flores horrorosas de funeraria que te dejan oliendo a familia vieja y féretro. Por favor, dime que te dejaron el celular aunque no tengas señal, ¿cuánto ha pasado? Dime, por favor, dime cuánto llevamos aquí.
Cómo te fuiste a dejar enredar por uno de esos, pero además el más pinche feo, un apache. ¿Sí era tan baboso como hablaba? Cuéntame, ya sin enojos. Bueno, si otra vez vas a estar en llanto toda la noche al menos hazlo con ganas, no regando todo aquí con tus lamentitos como para que yo te pregunte qué tienes. Para qué te ando ahí adivinando. Ahora sí te puedo decir qué tienes y ni llorando los dos juntos lo arreglamos. No hay cómo. La última vez que te besé fue porque comenzaste de chillona y ya sabías a tierra, ahora no sé si hay labios para besarte.
Con un carajo, qué más quieres que te diga. ¿Te volviste idiota? Cogimos y punto. Toda la colonia lo sabía, en el barrio se enteraron casi cuando me estaba metiendo la puntita, todo fue en el mismo lugar, en las casitas de la vecindad. ¿Con eso tienes? Pasaba toda la noche con él, porque aguantaba toda la noche entrando y saliendo de mí, echándome para afuera el alma cada que estaba ahí dentro, desgranándome con las uñas, los dientes, abriéndome con sus manos y la saliva para que no me rompiera, pero me destrozaba. Sí, era mejor que tú porque mataba cuando quería y me hacía como él quería hasta que amanecíamos húmedos y todos pegajosos, rozados de tanto culearnos por tantas horas. Ni te diste cuenta, ¿verdad? Siempre el cornudo es el último en enterarse. Y ahora ni sabes cuánto tiempo llevamos aquí. ¿Qué carajos puedes saber si no te diste cuenta de que hace meses me estaba encamando con Brandon?
Llanto, lamentos, ejecución…
A lo mejor eso me faltaba para poder descansar. ¿No te diste cuenta? Estábamos en la esquina, en la tienda de Simón cuando fueron por ti para llevarte con el Brandon, y pues ahí fue que me metí porque creí que era de a levantón, pero no, nomás ibas con tu nuevo güey, y pues no era tan nuevo. La verdad, no, no me di cuenta hasta que me lo dijeron los pinches matones a los que mandaron por ti. No sé por qué chillas, el llanto es para las dolientes y nosotros ni eso vamos a tener. ¿De veras no los viste, lo que hicieron antes de meternos en la jardinera? Brandon nos estaba viendo cuando no dejé que te jalaran, ¿recuerdas que apenas te alcancé a dar un beso? Se le salieron las lágrimas de coraje al puto del Brandon, moqueaba como escuincle limpiándose con las manos, estoy seguro que escurría baba. Creo que nos maté sólo de quererte.
¿Matarnos? No recuerdo. ¿Quererme? Y cómo me estabas queriendo si sabías que así nos iban a reventar porque un puto mongol tenía ganas de dormir conmigo. ¿Quieres saber por qué el llanto, imbécil? Porque mejor hubiera sido que Brandon me hubiera elegido para coger, pero era un retrasado mental que no se calmaba hasta que daba de cabezazos contra mi pecho y se acomodaba entre mis tetas metiéndose los dedos de la mano derecha en la boca, con la izquierda se agarraba los huevos. Y sí, olía a perico y a sangre de otros, pero si no estaba yo se iba contra los de su propia gente. Dejaba todo oliendo a eso, la casita, la ropa, a mí. No se quedaba quieto nunca y de entre todas las del barrio me señaló para calmarlo, fueron por mí. Y a ti, idiota, te iban a levantar si yo no iba por las buenas. Se engrió, y si intentaba irme antes de que se tranquilizara, el asqueroso se orinaba en todos lados. Lloraba, con las manos mojadas de todo lo que salía del él tiraba cachetadas, se pegaba. Uno de esos te coge y ya, o te mata, pero fueron meses de dejarlo estar sobre mí para que no asesinara a su propia gente esa puta bestia. Por eso chillo, hijo de la chingada. ¿Y ahora?
Ahora nos estamos haciendo tierra de ciudad porque para ti han pasado quince minutos pero yo llevo años contando el tiempo porque sé que algo querías decirme. Porque la lluvia se ha colado por este sitio donde nos dejaron luego de dispararnos en la nuca y nos hinchamos, se nos escurrieron los ojos y las caras hasta estallar quedito como todos los grandes dolores. Seguramente muchos saben que estamos aquí, pero hace tiempo que no escucho que nos llamen. La última vez que te besé ya tenías sabor a tierra, creo que somos gusanos y musgo pero aquí estamos los dos, y se oye a Brandon vagando por allá afuera. Seguro ni está vivo ni descansa, va arrastrando su llanto que no parece sólo eso, sino espuma de rabia, dolor negro. Un llanto espeso. Yo pensé que estaba buscándote porque te deseaba, pero ahora que sé por qué chillas, si lo escucho venir, me voy a quedar muy callado para que nunca nos encuentre.