El regreso del cantante mudo

De repente brincabas del puro susto y ahí estaba él: el cantante mudo, rascándole con toda su fuerza al güiro de vidrio y tú mentando madres porque no te dejó dormir…
Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Érase que se era el envase de un refresco muy popular durante el siglo XX: Orange Crush. De vidrio y estriado, en manos del cantante mudo se convierte en el güiro que acompaña los gemidos que se pretenden canto, mediante el cual se justifica la petición al respetable público de “una monedita, lo que sea su voluntad” para el de la no-voz.

–Era de la rechingada que vinieras dormitando, vencido por la desmañanada y el trajín del día. De repente brincabas del puro susto y ahí estaba él: el cantante mudo, rascándole con toda su fuerza al güiro de vidrio y tú mentando madres porque no te dejó dormir…

Que a todo se acostumbra uno, menos a no comer. Y la gente no se pregunta si al de la no-voz algo le duele o vende algún producto de novedad, de fantasía; voltea como espantada; luego vuelve a su mutismo envuelta por la multitud que es ella misma, díscola a fuerza de rutina.

El cantante mudo le echa ganas al asunto. Aúlla, berrea, gime o ríe. Quién sabe. Pero de que llama la atención, la llama. Y no falta quien echa mano al bolsillo, al monedero y extienda una limosnita para el que no se rinde y tiene su peculiar modo de ganarse la vida.

Durante una buena temporada el cantante mudo desapareció de los vagones del metro. Y no se le extrañó, pues pregoneros vagoneros no faltan en el día a día del metropolitano: se invisibilizan ante la presencia de los vigilantes, se turnan para no estorbarse unos a otros y allegarse clientela consumidora de cacahuates o chocolates o cubrebocas o la pluma de novedad, la cartera de plástico para que guarde sus tarjetas, su identificación…

–Ahweeea, ahweeea, ahweeea…

Viaja a la duro y dale el cantante mudo, dándole con fe a la botella-güiro, embistiendo a los metronautas, arrimándoles su vasija para que depositen el óbolo, perdido en su mundo en el que las necesidades persisten.

Aunque se hace el esfuerzo, no puede ignorarse a quien logra erizar los pelos de la multitud viajera. De pedigüeño labora el hombre, y exige su recompensa, avanza a pisotones y aullidos, genera repulsión o solidaridad, indiferencia y curiosidad.

–Ahweeea, ahweeea, ahweeea…

Su vestimenta no es la de un personaje que habite la calle a todas horas, ni exuda pestilencias, hedores. Sólo clama por una ayuda, y se enfrenta a la indiferencia de quienes creen haberlo visto ya todo. Hasta que los aullidos de este man despierten a no pocos, aflojan el codo y depositan cualquier moneda en la vasija, en el entendido de que “hoy por ti, mañana por mí”.

El no-güiro suena y resuena en el vagón, avanza y se pierde mientras el cantante mudo recorre el pasillo rascando y rascando las estrías del envase, que le genera lo suficiente para salir de los andenes y perderse entre las calles en busca de un puesto de tacos que le rellene esa oquedad, que ya pide lo que sea su voluntad.

–Ahweeea, ahweeea, ahweeea…

El calor de una tarde de otoño hace mella en el cantante mudo y se toma minutos de reposo en el andén. A veces mete mano a la bolsa de su pantalón y extrae el pedazo de torta que devora en dos mordidas.

Aborda el siguiente convoy y rasca las estrías al envase de Orange Crush para acompañar su canto:

–Ahweeea, ahweeea, ahweeea…

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