Serafín no sabía, pero se propuso edificar la barda para proteger su hogar de los malosos que por las noches entraban al terreno provistos con herramientas y se llevaban los tanques de gas, poniendo antes a los perros a dormir con estopas empapadas de cloroformo.
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—Me encontré en el camión al marido de la Manchada y me dijo que otra vez los cacos se metieron a su casa y hasta el perico con la jaula se llevaron. Dile a los chamacos que se cambien de ropa para que me ayuden a preparar la mezcla y hacer los cimientos.
La madre pensó que era broma y lo tiró de a loco. No abundaba el dinero como para andarse con lujos. Pero qué tal que se anima el marido y evitan que perros y vecinos crucen por su patio…
Serafín compró un carro de piedra volcánica, arena y cal. Como los sábados trabajaba solamente hasta el mediodía, llegando a la hora de la comida se cambiaba de ropa y se disfrazaba de albañil:
—Ay, viejo: pero si tú no le sabes a ese oficio: se nos vendrá encima el ladrillero…
—Pues mejor le hago la lucha, ¿o prefieres que me levante a esperar a los cacos y les meta un plomazo en los entresijos? ¿Verdá que no? Mejor prepárame un agua de limón con harto hielo, y que los chamacos ayuden arrimándome el material…
Durante varios fines de semana se dio a la tarea de albañil; la cal le carcomió las yemas de los dedos y le sangraban. Pero al fin logró su objetivo de bardear el terreno. Y con los vecinos que ocasionalmente le echaron la mano celebró echando el contenido de los cartones de cerveza a una tina con hielos; la mamá sacó su comal y sobre tres piedras armó el fogón, se puso a echar tortillas y asar bisteces y nopales, acompañados con una salsa de tomatillo con chile de árbol, que avivaba la sed.
—Ya que empezó, dígale al de la tienda de materiales que le fíe unos millares de tabique y le ayudamos a echar la barda, para que no dejes las cosas a medias.
Serafín les tomó la palabra y durante varios sábados y domingos la casa fue de los vecinos habilitados albañiles, animados por la cerveza y el pulque que un burrero entregaba cada domingo muy de mañana.
Entre plática y plática, las hiladas de ladrillo fueron rodeando la casa y a media tarde las cervezas circulaban de mano en mano entre los solidarios vecinos, que aconsejaban al chofer habilitado como albañil, y la barda finalmente lució apta para que la gordis se diera a la tarea de sembrar pies de madreselva que la cubrieron y a los pocos meses irradió frescor en los meses de calor.