Entre mareos y amigas

Hoy volví a las letras después de la lectura de un poderoso ensayo: “Escritoras. Una historia de amistad y creación” de la española Carmen G. de la Cueva
Mir Suárez de la Vega

Portada del libro de Carmen G. de la Cueva.
Portada del libro «Escritoras» de Carmen G. de la Cueva.

Hay ciclos de desilusión, periodos inestables en forma de vértigo, de mareo constante ocasionado por el derrumbe de las estructuras sobre las que se edificaron los más altos ideales, esos que terminan por sucumbir al terremoto de lo inexplicable. Hay quienes dicen que se trata de tránsitos breves, sin embargo, la subjetividad de la experiencia se vive tan dura como contundente.

Hace algunos meses no escribí una línea de manera visible, es decir, me limitaba a contemplar ideas mentales que revoloteaban a consecuencia de la cotidianidad: imágenes, texturas, voces, atardeceres, miradas, olores, conversaciones y lecturas que brotaban para reflejarse en alguna zona de la escritura corporal o mental. Entonces soy consciente de lo efímero del pensamiento, de la incapacidad para retener aquello que apareció como la primera línea de una historia, un verso, un artículo, un mensaje suspiro o la forma de las palabras tejido, sin embargo, me he vuelto más consciente de la relación que guarda el cuerpo con la palabra y las lecturas que han acompañado los últimos meses:

Mujeres y resistencia. Ilustración: Ana Jarén.
Mujeres y resistencia. Ilustración: Ana Jarén.

Muchas veces una mujer escribe tan solo con el pensamiento y esos pensamientos que fluyen por su mente, uno tras otro como en cascada, si tiene suerte, los recordará, los apuntará y hará con ellos algo. Otras tantas veces, caerán en el limbo de lo no escrito y desaparecerán para siempre de su memoria, porque la memoria de una mujer que escribe guarda demasiadas tareas, recetas y emociones y hay días en que las ideas caen por profundos agujeros hacia el olvido. [1]

En esta ocasión pretendo alejarme de ese agujero en forma de olvido. Tal vez los constantes mareos, o cualquiera que sea la manifestación fisiológica cercana a enfermedad en cada una de nosotras, representen las exigencias corporales de la escritura o de esas otras maneras de expresar, verbalizar un suceso o atenderlo desde un espacio más allá de los lugares conocidos. En este sube y baja de mi ciclo sin adjetivos, hoy volví a las letras después de la lectura de un poderoso ensayo sobre la relación entre la escritura y la amistad: Escritoras. Una historia de amistad y creación de la escritora y periodista española Carmen G. de la Cueva y preciosamente ilustrado por Ana Jarén, editado este año por Lumen. En sus páginas se narra la relación de amistad de las españolas Emilia Pardo Bazán, Carmen Baroja, María Lejárraga, Elena Fortún, Carmen Laforet y Carmen Martín Gaite, entre otras.

Amigas. Ilustración: Ana Jarén.
Amigas. Ilustración: Ana Jarén.

Lo primero que agradezco de este invaluable presente que me hiciera mi querida amiga Cristina Cabodevila, es el encuentro con las redes de escritura generadas por estas mujeres, quienes tuvieron que enfrentar los absurdos de su tiempo y hallar las formas para que tanto la escritura como la amistad las sostuvieran. Quizá por ello Carmen G. afirma: “Las amigas son un refugio, un espacio de resistencia. La amistad entre mujeres es cuidarse, llamarse, escribirse, sostenerse, quererse, reconocerse, admirarse, apoyarse, inspirarse, confiar, tener fe.” Sostenerse entre mujeres y amigas significa acompañar sin juzgar, estar de la forma más sencilla y también la más presente. Resistir en todos los tiempos porque hay pesos que aún inclinan la balanza en contra de derechos ganados capaces de disolverse fácilmente en la cotidianidad, porque el peso de los patrones históricamente repetidos es más rotundo, de manera que la voz y la palabra seguirán participando de formas discursivas para reconocernos, admirarnos, dignificarnos y apoyarnos.

El recorrido que las escritoras españolas enfrentaron el siglo pasado no es desconocino ni ajeno actualmente. En este libro, pétalo circundante de mi jardín, es posible reconocer batallas que aún no se ganan, las cartas escritas entre ellas revelan su valiosa amistad para sostenerles, a la vez que el constante dolor, las pérdidas y la frustración por bailar la danza entre el espacio pesonal, el doméstico y su condición como creadoras. Así aparece la palabra para cumplir un propósito doble: el de la relación sincera entre amigas y el del camino de una expresión libre que pretende legitimizarse. Por ello, Carmen Laforet escribió con absoluta claridad en un artículo en 1967: “de verdad tenemos que decir cosas las mujeres, aunque sea con un alfabeto prestado, pero sabiendo que es prestado. A fuerza de decir, por fin aprenderemos a formar nuestro propio idioma y hacerlo comprender. Y como se la damos a la vida, daremos nuestra fuerza entonces al mundo de la creación y del espíritu.”

Por fin mis mareos han sucumbido, mis palabras vuelven con la fuerza de ese alfabeto que ya es tanto mío como nuestro, con un sentido de agradecimiento a todas esas escritoras que abrieron hoyos, ventanas, puertas y caminos para que estas letras hallen destino y aunque la búsqueda continúa, se torna luminosa porque me sé acompañada por mis amigas, las mujeres de mi historia, de mi familia y por todas las formas en que soy tanto mujer como palabra.

[1] Carmen G. de la Cueva. Escritoras. (Barcelona: Lumen, 2023), 15.

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