Evocan el hallazgo de la tumba de Pakal en Palenque

Cumple 71 años el ingreso de Alberto Ruz y su equipo a la cripta del antiguo jerarca maya en medio de la selva chiapaneca
La tumba de Pakal El Grande. Foto: Mauricio Marat/INAH.
La tumba de Pakal El Grande. Foto: Mauricio Marat/INAH.

El 15 de junio de 1952, después de meses de arduo trabajo en el retiro del escombro que sellaba la entrada a una enigmática tumba, un equipo de especialistas a cargo del arqueólogo Alberto Ruz L’huillier liberó la losa triangular que antecedía a la cripta y al sarcófago de Pakal El Grande, antiguo jerarca maya, en la selva de Palenque, Chiapas.

En ese punto, casi 20 metros debajo del acceso del Templo de las Inscripciones de Palenque, zona arqueológica bajo la administración de la Secretaría de Cultura del gobierno de México a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los investigadores ya habían recibido pistas de la importancia de lo que yacía frente a ellos bajo la forma de un conjunto de restos humanos recubiertos con cal y cinabrio.

Así, hace 71 años, el arqueólogo Alberto Ruz se introdujo en una bóveda que ningún ser humano había recorrido desde el 28 de agosto de 683 d. C., cuando el cuerpo del rey Pakal fue fastuosamente colocado en su mausoleo. Inició entonces un registro cuidadoso de la impactante bóveda prehispánica, adornada con nueve relieves estucados que representan a los dioses del inframundo maya, los que acompañan al gobernante en su tránsito por el submundo.

Un elemento más que fue analizado con detalle, informa el INAH, fue el sarcófago de Pakal, un monumento rectangular –de 3.80 metros de largo por 2.20 metros de ancho y 25 centímetros de espesor– que contenía elaborados jeroglíficos en sus caras externas y en sus cantos.

Los textos de esta lápida narran la vida terrenal de Pakal y de sus ancestros, así como su renacimiento y ascenso al plano celestial, ataviado como deidad del maíz, desde las fauces del animal cosmogónico que los antiguos mayas conocían como “Monstruo de la Tierra”.

Bajo condiciones extremas de calor y humedad, el proceso arqueológico permitió que el 27 de noviembre de 1952 se pudiera abrir la lápida de Pakal, mediante el uso de gatos de tractocamiones y troncos de árboles colocados en puntos estratégicos del sarcófago.

Los restos óseos de Pakal, su máscara mortuoria, su ajuar funerario y los demás bienes patrimoniales localizados en su tumba han dado pie a incontables estudios que permiten ahondar en los modos de vida, la religiosidad, el gobierno, las prácticas fúnebres y un sinfín de aspectos de la sociedad que vivió en Lakamha’, el nombre antiguo de Palenque.

En el Museo Nacional de Antropología, en Ciudad de México, y en el Museo de Sitio de Palenque –el cual lleva el nombre de Alberto Ruz L’huillier– se pueden ver recreaciones de la tumba del soberano maya.

En años recientes, la cripta ha sido estudiada y preservada con recursos del INAH y del Fondo de los Embajadores de Estados Unidos. Expertos en conservación han colocado en ella un sistema de monitoreo, el cual mide las condiciones de humedad, temperatura y concentración de dióxido de carbono en su microambiente.

 

 

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