Úrsula Iguarán nos dejó un Jueves Santo, tal cual lo hizo Gabriel García Márquez. A siete años de la partida del novelista colombiano, resultaba imposible que su obra no pasara por el revisionismo de la corrección política.
Su obra está llena de mujeres. Sus personajes femeninos son más protagónicos que los masculinos. Son quienes marcan vidas, trazan destinos y escriben historia. Son fuertes, rebeldes, que llevan el mando incluso en situaciones de desventaja.
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A pesar de que se discuta que en la caracterización de Úrsula se perpetúe el rol tradicional de la mujer latina, o si es que hay pedofilia en el matrimonio del coronel Aureliano Buendía con Remedios Moscote o en el amor trágico de Sirva María de todos los Ángeles con Cayetano Delaura, lo que no se puede discutir es la magia cargada de pinceladas de realidad que envuelve cada una de las mujeres presentes en la obra de García Márquez.
Pero esto no basta para que su obra se aleje de los linchamientos. Para la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, entre otras, la obra de García Márquez se resume en “una historia de pedofilia, niñas prostituidas, incesto, virginidades inexpugnables, infidelidad, esposas sumisas, mujeres sin pecado que ascienden como la virgen María, mujeres a las que se viola en una maraña de descripciones”.
Al parecer es fácil sumarse a la lectura ramplona. Pero basta con escudriñar su obra más allá de Memoria de mis putas tristes para encontrarse con tantas mujeres. Son Rebeca y Amaranta, las hijas de Úrsula, dos jóvenes quienes deciden con quién compartir sus vidas. Rebeca, esa pequeña que aparece un día en la casa Buendía y pelea a muerte con su hermana por amor de Petro Crespi, decide permanecer junto a José Arcadio Buendía hijo, seducida por su “insólita hombría” y siendo ella de un “vientre insaciable” que logra con su gran apetito sexual dominar a José Arcadio. Amaranta, tras conquistar el amor de Crespi, lo rechaza llevándolo a la locura y al posterior suicidio. Si bien existe Remedios la Bella ascendiendo en cuerpo y alma al cielo en medio del carnaval, los censores de García Márquez parecen olvidarse de Eréndira, esa joven, casi adolescente, quien explotada por su abuela no sólo escapa de ésta sino que lo hace a través de ser ella quien usa el amor de un hombre como medio.
Asimismo, dejan de lado a la Fermina Daza de la tercera edad, en Amor en los tiempos de cólera, quien al final de sus días decide partir sin la bendición del hijo y para escándalo de la sociedad, en un viaje sin rumbo “al carajo” como enuncia Florentino Ariza, a vivir ese amor juvenil que ella decide terminar al tomar un enfoque pragmático del amor y decidir unirse al Doctor Urbino. Por lo demás olvidan a Nena Daconte, la protagonista de «El rastro de tu sangre en la nieve», en Doce cuentos peregrinos. Nena, quien vive en los sesenta y habla tres idiomas, y que en realidad es quien manda en la relación. Así como en el mismo compendio de libros dejan fuera a Lázara Davis, quien “era inteligente y de mal carácter, pero de entrañas tiernas”. O a Frau Frida, quien decide el destino de una familia en época de guerra interpretando sueños.
Pero lo realmente preocupante, más allá del conocimiento superficial de la obra de García Márquez, es que hablamos menos sobre el juicio estético y nos quedamos entrampados en el juicio de lo moral; buena para nosotros, para la cultura, para el mundo. Tal vez el problema no es García Márquez, sino nuestros propios demonios. Esos que nos llevan a exorcizar las obras donde los vemos reflejados. O peor aún, confrontados.