Jean-Luc Godard fue radical incluso hasta quedarse sin aliento, como su primer largometraje, À bout de souffle (1960), una de sus tantas obras maestras que resulta ocioso enumerarlas. Su muerte es reflejo de su vida: partió sorprendiendo a todo el mundo (ajeno a su privacidad), en un suicidio asistido en Suiza.
Siempre quiso ser lo que nadie quería: el malo de la película. Si en su familia había médicos y banqueros, él prefirió el arte; si The Rolling Stones representaban excesos y contracultura, él los retrató en un documental con el título de su canción iconoclasta, Sympathy for the Devil (One Plus One); si en su vejez se esperaba que el viejo Godard imitara al antiguo Godard, él se despide reinventando al Godard joven con filmes que actualizan su poética: Adiós al lenguaje (2014) y El libro de las imágenes (2018).
Godard traía el suicidio en la cabeza desde la década de los 50 –como documentó el corresponsal de El País, Marc Bassets–, aunque algunas de sus películas célebres más bien terminen con asesinatos.
Eligió un martes 13 de un mes negro: septiembre. Y una semana tenebrosa para el cine, en la que también fallecieron otro genio europeo, el suizo Alain Tanner, y una diosa griega, Irene Papas.
A él debemos no solamente un nuevo lenguaje cinematográfico, sino buenos villanos buenos, una clase social de antihéroes con Jean-Paul Belmondo a la cabeza (justo hace un año falleció, en septiembre), pero también un elenco de femmes fatales que el cine mundial necesitaba, agotadas ya por Hollywood.
Desde la Patricia Franchini de Sin aliento, interpretada por una Jean Seberg con secuencias en donde los valores morales simplemente se diluyen con la ingenuidad y una sonrisa, hasta la Marianne Renoir de Pierrot le fou (1965), la traficante de armas encarnada por la también preciosa Anna Karina, que, literal, vuelve loco a Belmondo como el profesor Ferdinand Griffon, orillado al asesinato y al suicidio.
En Vivir su vida, Godard no solo hace un gran homenaje a Anna Karina, con encuadres memorables. También nos enseña a leer a Edgar Alan Poe, con El retrato oval en traducción de Charles Baudelaire y con voz de Nana Kleinfrankenheim, la trágica prostituta que interpretó la actriz danesa-francesa, quien en un café incluso demuestra que puede debatir con un filósofo sobre la consistencia de las palabras.
Su filme de 1985 Yo te saludo, María provocó manifestaciones. En México, su proyección se restringió. El papa Juan Pablo II repudió el filme aquel año: “Hiere profundamente el sentimiento religioso de los creyentes y el respeto por lo sagrado”, decía el protector del pederasta Marcial Maciel.
Godard haciendo de las suyas, con católicos, judíos, comunistas, anticomunistas. Pero quizás el Godard que más se recuerda fuera de sus películas es el militante de izquierda, que puso en paro al Festival Internacional de Cine de Cannes, junto con su compañero de la Nouvelle Vague, Francois Truffaut, un 18 de mayo de 1968, el mayo francés, en solidaridad con las protestas de estudiantes y trabajadores.
Desde el febrero anterior ya habían empezado la defensa de la Cinemateca francesa y de su mítico director Henri Langlois, depuesto por André Malraux, ministro de Cultura. A ellos se unió toda una pléyade de cineastas como Claude Berri, Claude Lelouch, Jean-Claude Carrière, Miloš Forman, Roman Polansky y Louis Malle. De ellos solo sobreviven Polanski y Lelouch, que acaba de estrenar en Cineteca Nacional la secuela de su mítico filme del 66 Un hombre y una mujer, Los años más bellos de una vida (2019), con la mítica Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignan, quien falleció en junio pasado.
Con la muerte de Godard los diarios se apresuraron a poner fin a la Nouvelle Vague. Nada más falso. Basta ver algunos de los trabajos en festivales independientes como el Black Canvas en México para darse cuenta que el legado de Godard y sus correligionarios de aquella generación sigue dando frutos.
Godard aparece sin aparecer en una película ajena. En su último filme, Rostros y lugares (Visages villages, 2017), su gran amiga y compañera militante de la Nouvelle Vague, Agnès Varda, acude a la casa del cineasta para reconciliarse por algo que los separó. Después de que Godard la cita, no le abre.
Godard ya era un fantasma.
Varda murió en marzo de 2019. En diciembre de ese año murió Anna Karina, musa y esposa del cineasta, de 1961 a 1967, periodo de gran creatividad de Godard que la inmortalizó en El soldadito, Una mujer es una mujer, Vivir su vida, Banda aparte, Alphaville, Pierrot el loco o Made in USA.
Belmondo falleció el 6 de septiembre de 2021 y en abril pasado se anunció que su némesis y amigo, Alain Delon, quería también irse a Suiza para someterse al suicidio asistido, a la eutanasia.
Godard, como siempre, fue un paso adelante.
Como en el título de la novela de Wendy Guerra, ya todos se han ido. Faltaba él.
Je vous salue, Godard
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Créditos ilustración: @lopezmixteco https://t.co/RMJBCelpso
— Fusilerías (@fusilerias) September 16, 2022