La casa de los símbolos

Me llaman loco porque no osan enfrentarse a sus propias posibilidades y miedos, porque temen que sus propios sentimientos los ahoguen y no puedan parar el llanto ante pérdidas, fantasmas e incluso remordimientos…
Ivette Estrada Ayahuasca

Me dicen loco. La locura es el manto que cubre toda la incomprensión, lo que sale de nuestros cánones, lo inexplicable. También lo que rebasa lo pueril y toca una sensibilidad anestesiada en aras del pragmatismo cotidiano.

Me llaman loco porque no osan enfrentarse a sus propias posibilidades y miedos, porque temen que sus propios sentimientos los ahoguen y no puedan parar el llanto ante pérdidas, fantasmas e incluso remordimientos. Porque el más pequeño descarapelo de la ternura los sume en regiones insólitas que no osan cruzar.

Para defenderse de la inmensidad de su propio mundo interior me tildan de “demasiado sensible”, pero cuando advierten que mis percepciones las comparten, se dan la vuelta y arguyen locura. Pero inadvertidamente, de vez en vez, cuando su curiosidad, afán de belleza e incluso el dolor es muy acuciante regresas a mí, a mi casa de símbolos.

Casa es una acotación de lo que creo y vivo. No es un reducto ni un lugar delimitado. Casa soy yo, mi interpretación de vida, la transformación sutil y aparentemente invisible de lo que transformo. Son la génesis de las historias que construyo a través de palabras y sonidos que emanan de una simpe armónica o del violín, los movimientos de un baile, los trazos y colores en un lienzo de cartón o tela o la inmensidad del mar o el lugar donde habitan las estrellas.

Todo está repleto de símbolos, todo es parte de una historia.

Sin importar lo que vivo, los personajes que transitan en mi vida, los hechos que establecen cada estadio de vida, todo pasa por una criba invisible y pertinaz donde elijo que importancia tienen en mi vida y los significados que les doy.

Sin importar los oficios que ejerzo para ganarme la vida, siempre seré un maestro. Enseño desde cosas banales como conducir un auto o hacer reparaciones sencillas a interpretar el tiempo, develar emociones, fabricar historias, adquirir significados, enlazarnos con diferentes seres…

La casa de los símbolos
“Advierten que mis percepciones las comparten, se dan la vuelta y arguyen locura”. Imagen: Freepik

A veces otorgo algoritmos simples para usar una lavadora, otras veces comparto libros y sueños, en ocasiones una película representa una guía trascendental para comprender significados inmensos como la trascendencia o el amor. Otras veces empleo el silencio: una profundo, revelar, impactante, para sumergir a los otros en las entrañas de los sentimientos, en la complejidad de nuestras propias oquedades, claro obscuros e indescifrables verdades.

Me llaman loco por trascender lo inhóspito y estúpido en relaciones llenas de significado y magia, por no encerrarme en acartonados tabiques de lo que se asumió como éxito y es una limitante alegoría de la anestesia del día a día.

También creo que cada persona puede heredar parte de lo que es. A mis tres hijas les endilgué distintos dones. A la más pequeña el enorme cúmulo de comprensión hacia los otros, la mediana obtuvo los mejores rasgos de mi fisonomía. A la mayor le otorgué mi controvertida esencia. Un día, cuando ya haya trascendido y sólo mis huesos permanezcan en esta realidad tridimensional, ella sabrá que guarda mi esencia y una sensibilidad que la arrastrará a nuevas experiencias y la enseñará a trazar los confines de nuevos mundos.

Mientras eso ocurre, estoy aquí. Trato de adivinar la trascendencia de sus juegos y como cualquier padre, asumo que siempre serán niños nuestros hijos. En los primeros años es cuando se forma el enorme caudal de la sabiduría, cuando existe un nexo muy fuerte entre el conocimiento y el amor.

La infancia es el entrenamiento para delinear lo que se hará en el mundo. El juego es el caudal de conocimientos para conducirnos a ello. Es el momento en el que la imaginación es libre y conforma la génesis de la realidad que queremos. Por eso considero bendito a quien tiene la fortuna de ser padre o maestro. Es el don de dar las llaves de crear. Esto rebasa la autoexpresión del arte. Es la capacidad de ayudar a los demás a descubrir sus alas y darles el mapa inmarcesible de todas las geografías y emociones.

Símbolos, yo, locura…

Yo. De nuevo mi locura. Ellos no ven mis percepciones. Ellos se cierran a los designios de poderes humanos y por ende efímeros y cuestionables. Para ellos sólo existe un ser, el hombre. No consideran el mundo animal en su plenitud, el vegetal y mineral. Por eso se enfrasca en peligrosas destrucciones y lo avasallan metas de emisión cero.

Todo pudo preverlo con respeto a cada ser de la vida, con el reconocimiento a cada uno de es otredad que percibe difusa y lejana sin atreverse a aceptar que ellos, los otros, conforman el yo.

Su pseudo consciencia los orilla a apartarse de mi y ningunearme. Es lo que los mantiene a salvo de una realidad que a veces se infiltra en su día a día o en el dintel sueño vigilia. Cuando la vida acicatea, cuando se presentan duelos y abraza la incertidumbre, la pregunta primigenia de ¿para qué estoy aquí? Revuelve su mundo estigmatizado de perfecciones cuestionables.

La casa de los símbolos
“Ellos se cierran a los designios de poderes humanos y por ende efímeros y cuestionables”. Imagen: Freepik

Buscan entonces al loco, asumen que el significado de todo está en el amor, en el trabajo y el arte. El “loco” que les advirtió de la realidad reaparece entonces como un referente. Le dan distintos nombres: mago, artista, prestidigitador…incluso el honroso nombre de consciencia.

Pero no soy nada de eso. Sólo un hombre que construyó, con simple observación, una casa o refugio que llené de trascendencia y significados con un elemento muy útil y paradójicamente desdeñado: la atención plena a personas, hechos, circunstancias, motivos… a través de ella nada di por creíble, impuesto o certero. La verdad se volvió tan inmensa como los momentos de soledad que anduvieron mucho tiempo conmigo, como el silencio que trató de avasallarme y yo lo desdibujé con cantos nuevos que cree para mí.

En mi paso por la vida nunca busqué reconocimiento, fama o dinero. No pretendí ser un sabio ni un ser digno de amular. Ejercí, sin títulos ni lisonjas de por medio, la profesión más trascendental, bella y digna: fui un maestro, un constructor de casas de símbolos. Cada aliento lo di al mundo para que ellos no asumieran con ceguera mi noción de dioses ni historias, para que la prefabricación de lo digno o bueno no lo tatuaran en su cerebro, para que la belleza no fuera predeterminación con lineamientos obtusos, sino que pudiera abrazar la diversidad y rindiera culto a la única verdad: la unicidad.

Escribo ahora lo que nunca dije en este estadio que llamamos vida. Escribo mientras miro los ojos profundos de una lechuza blanca que sólo vive en ese inmenso y a la vez diminuto espacio de lo que ahora soy.

Ivette Estrada

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