Era el Hay Festival de Querétaro 2022. En el piso destinado a prensa, esperé a que se mencionara mi nombre que estaba en la lista para entrevistar a la escritora oaxaqueña Clyo Mendoza. Finalmente, sucedió. El encuentro se respaldó en audio y video.
Clyo llegó a la mesa con mucha energía y comprometida con el rol de su presencia en el festival. Le acababan de otorgar el Premio Primera Novela de Amazon, gracias a la edición de Furia de la editorial Almadía.
Para Clyo, un reconocimiento hace la diferencia. “Creo que también te da autonomía, cierta confianza también en que puedes vivir de la escritura. Porque a pesar de los premios y todo, escribir sigue siendo un trabajo precarizado, sobre todo también para las personas que están empezando. Yo he tenido una suerte enorme y sé que he trabajo por eso, pero creo que es inusual que este tipo de cosas sucedan; en ese sentido reconozco el enorme privilegio que significan todos estos reconocimientos y que le dan nueva vida a un libro, un premio siempre hace que un libro vuelva otra vez a emerger y que quien no lo conocía lo conozca”, expresó.
¿Esperabas este resultado para Furia? Entre sonrisas y con vitalidad en su mirada, Clyo respondió: “No, yo pensaba, porque así me lo habían dicho las primeras personas que lo habían leído, que era un libro muy extraño y que iba a ser un poco incomprendido también, pero era un libro que siempre quise mucho desde el momento en el que nació, digamos, y me sorprendió mucho el nivel de recepción, era algo que no me esperaba, pero también sé cuánto de mí deposité en lo que hice”.
—En Furia se habla de una guerra, pero una que tiene un rostro indefinido, ¿para ti como escritora al momento de abordarla qué tipo de guerra significaba, a qué guerra te referías?
Clyo pausó un poco antes de responder:
— Mi abuelo, que debió haber sido mi bisabuelo por la edad, estuvo en la Revolución Mexicana, obviamente era un señor que se casó a los sesenta años con una mujer muchísimo más joven. No lo conocí, pero con mi abuela y mi papá me contaban todo el tiempo las historias que él contaba, y las historias estaban atravesadas por la guerra, una guerra también indefinida, era la Revolución Mexicana, pero también se había extendido de manera insólita a lo largo del tiempo y lo vivieron incluso sus hijos, y me di cuenta de que yo había crecido viviendo esa cuestión de la guerra, desde el momento en el que mi papá me decía, era muy enfático con no tirar la comida, comerse hasta el último bocado, no desperdiciar absolutamente nada, y estos pequeños gestos que se quedan en las personas que supieron de la guerra, me di cuenta de que la guerra en realidad no terminaba nunca, que era una cosa que su fantasma o su repetición continuaba como una especie de espejismo y de trauma también.
“Mi mamá es de la Costa Chica, un pueblo cerca de Guerrero, es una zona muy caliente, y también había guerras, pero las guerras se iniciaron hace cien años y continuaron guerras por territorio, guerras por mujeres, distintos tipos de guerras, que probablemente sean la misma, probablemente todas las guerras son una sola, la primera guerra que existió en el mundo. Y me sorprende mucho eso, me sorprendió mucho ese hallazgo, entonces quería que fuera en el libro algo temporal y terriblemente permanente.”
—En el momento en que se retoma el origen del tema de la guerra, ¿es para buscar una reconciliación o una propuesta para visibilizarlo?
—En Furia se están como reconociendo nuestros esquemas afectivos, la manera en cómo nos estamos relacionando y estos personajes tienen el mismo cuestionamiento, porque también es un cuestionamiento muy viejo.
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Furia es una novela de lenguaje, se juega con lo realista y rulfiano, también con lo onírico y mágico. Entre sus líneas se da la sensación de una realidad muy palpable, pero al mismo tiempo se ven esos racimos de magia, de la fantasía que al mismo tiempo relaciona con los sucesos muy cercanos a la verdad, a lo que sí es verdad.
—¿Estos juegos de estructura y lenguaje son los que tú buscas a lo largo de toda tu escritura, es realmente algo que estás buscando, por ejemplo, en tu poesía también o nada más lo abordas como exploración en la narrativa?
—Porque yo vivo un poco también de esa manera, paso la mitad del tiempo en la ciudad, pero también he pasado mucho tiempo de mi vida en los espacios rurales, porque mi mamá es maestra y ahora vivo también la mitad del tiempo en la Sierra Mixe; entonces, como que me quedé desde la infancia un poco prendada de estos espacios fuera de la ciudad, los necesito y me enseñan también un tipo de pensamiento que podría ser llamado mágico, pero constituye toda una realidad también para estos lugares y para mí, además de que tengo una familiaridad, trato de entender mucho mis sueños, tengo unos sueños rarísimos, y de pronto vivo una confusión de realidades, también he experimentado mucho con plantas y con plantas psicodélicas, plantas de poder, entonces lo que he aprendido es que la realidad no es tan tajante ni es tan objetiva como pensamos, que hay distintas cosas que se van entrelazando y que esas múltiples realidades también me interesa plantearlas a nivel literario a nivel creativo, aunque creo que también unas tienen sus grandes dificultades y también hay otras que deberían permanecer en secreto.
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En 2017, su poemario Silencio obtuvo el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, libro que luego fue publicado por el Fondo Editorial del Estado de México.
—¿Qué parte de la poesía no llega a completar lo que te da la narrativa para decir lo que quieres decir?
—La poesía me permite el secreto, como ocultar cosas, jugar un poco más con la lectora o el lector, y creo que eso es algo que me gusta mucho que también tendré que recuperar porque la novela no te permite el secreto, tienes que dejar muy claro los hilos, para que sobre todo un libro que es estructuralmente extraño sea entendible y en la poesía puedes jugar mucho más con eso, y esa libertad creativa es una experiencia muy deliciosa también y muy desafiante a nivel intelectual, como juegas con ese secreto y cómo lo mantienes o cómo lo develas. Creo que la poesía me ha enseñado mucho a poder escribir novela.
Clyo lee a escritoras, las reconoce como parte de su formación en su bagaje de lectura: “Me gusta mucho Camila Sosa Villada. Hay escritoras que sigo leyendo que no tienen mucho tiempo que han muerto, pero que están muy vigentes, como Marosa Di Giorgo. Leo muchas cosas sueltas en red, he estado tratando de recuperar mi amor por la poesía, que siempre está vigente, pero sí esa disciplina lectora de estar constantemente viendo qué se escribe; por ejemplo, conocí a una poeta impresionante, Yaissa Jiménez, que es de Republica Dominicana, ahí mismo está Johan Mijail, que es una persona trans, no binaria, porque además se deja poseer por entidades como de la religión Yoruba, entonces eso determina su género, me parece de una riqueza impresionante la que se está viviendo ahora, porque tenemos estas voces que también vivencialmente están alternando en género y en realidades. Y eso me parece fundamental para que la literatura dé más allá de lo que se espera.
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Ante mi curiosidad sobre qué otros temas le inquietan en su escritura, Clyo se abrió acerca de su proceso creativo y los géneros relevantes para ella: “Pues creo que los temas que me importan son un poco ominosos, creo que necesito enunciar eso, el proceso que ha vivido este libro me ha dejado muchas preguntas, muchas preguntas que me hacen, muchas preguntas que yo me hago, y la única forma en la que he podido fugarlas no es de nuevo el género narrativo, sino el género del ensayo; entonces, estoy experimentando ahí porque también de pronto lo que me pasó con este libro es que reveló ciertas cosas de mí o de mi familia, o abrió ciertas conversaciones en mi espacio más personal, y yo fui descubriendo nuevas cosas de este árbol genealógico, y las raíces podridas que era algo que a mí me estaba importando para plantear esto.
“Así que en ese transitar también me di cuenta de que quería escribir sobre el abuso, sobre la pedofilia, sobre ciertas cosas que han estado en mi realidad en mi árbol genealógico y que necesito, digo que el género narrativo que la ficción ya no me da tanto, y necesito planteamientos. Lo estoy haciendo a partir de la fotografía también que es lo que suaviza, cómo nació la fotografía etnográfica, pues trajeron mujeres, o la pornografía, un poco, trajeron mujeres zulúes que estaban desnudas en estudios etnográficos, pero se empezó a vender como pornografía el cuerpo exótico; entonces esas cosas han repercutido a nivel social y a nivel familiar, personalmente, y estoy tratando de abordarlas aunque también estoy un poco perdida, y también seguro dará pauta para un nuevo libro de ficción.”
Para finalizar mi encuentro con Clyo Mendoza, me interesaba saber qué cruza por su cabeza cuando piensa en la palabra “comunidad”, qué es lo primero que construye su mente en términos literarios. Ella concluye: “Yo pienso, bueno en términos literarios, y en lo que me ha tocado a mí personalmente comunidad también son amigas o amigos que voy haciendo, con quienes comparto inquietudes literarias, creativas, intelectuales, sociales, políticas. Este libro me ha dado muchos amigos, por ejemplo, muchas amigas, sobre todo. Dolores Reyes, que hizo la contraportada que está por aquí, leyó el libro, y también al leer un libro y sientes que conoces una parte de alguien, te vuelves un poco como su amiga, aunque no se conozcan, entonces ya nos conocimos y ya teníamos muchas cosas en común, porque nos habíamos leído mutuamente. Juan Pablo Villalobos se volvió un amigo muy querido y su familia, creo que estas alianzas que se van haciendo a nivel afectivo son importantes también porque también estas conociendo una realidad intelectual y de más contexto de una persona. Y creo que eso es lo que más se agradece de un libro, las amistades. También he hecho amigos lectores, eso también es increíble, porque alguien se te acerca y ya descifró mucho de lo que eres, se identifica y platicas y te das cuenta de que realmente hay algo en común y que puede haberlo entre muchas personas”.