La risa 4. Ese tipo de degenerados que se quieren casar

El cuarto cuento de la serie nos lleva a una historia familiar con una cena, un pariente desnudo y un extraño juego de Navidad
La risa 4. Ese tipo de degenerados que se quieren casar, un cuento de Carlos Sánchez Morán
«Sólo fumo en ocasiones especiales y, queriendo que no, esta era una de esas.» Imagen: Freepik

Sólo fumo en ocasiones muy especiales, por ejemplo, cuando dejo borracho hasta el blackout a un pariente, completamente encuerado, en la habitación de un hotel en veinticinco de diciembre… sin dinero y ni una toalla para cubrirse. ¿Me manché?

Un día me va a dar risa, estoy segura que lo voy a recordar y me va a dar risa, pero en ese momento lo importante era zafarme. ¿Qué es de mí el sobrino de un primo? No era momento de pensar. Aproveché que estaba pero si bien jetón el man, me le resbalé de los brazos (los que abrazan son lo peor). Lo había ensayado muchas veces, me torcí un poquito y me fui haciendo chiquita hasta estar en la orilla. Entonces sí, un discreto brinquito sin moverle mucho el colchón y me le fui. Sí, un brinquito mínimo, no como los de la noche, que estuvieron intrépidos porque una se ve bien breve pero salí brava.

La risa 4. Ese tipo de degenerados que se quieren casar, un cuento de Carlos Sánchez Morán
«Aproveché que estaba pero si bien jetón el man, me le resbalé de los brazos». Imagen: Freepik

Mis calzoncitos, así como que me plancho el vestido, zapatazos en la mano porque soy una dama. Ay, pero mírenlo, babeándose solito. Újule, ya abrazó la almohada (como José José, ji), mejor me voy. ¿Me debería dar risa? No creo, pero sí se me salió una risita cuando ya estaba en la calle a punto de prender mi cigarro. Sólo fumo en ocasiones especiales y, queriendo que no, esta era una de esas. 

¿Eso estuvo bien? No. ¿Estoy orgullosa? Un poquito, y más o menos satisfecha. Carajo, ahora siento que me tengo que explicar. 

Hay güeyes que tienen pintado en la cara que se quieren casar, tener hijos y una casa con barda. En serio, se les ve en los ojos, qué pinche miedo. No les den oportunidad, no caigan, es una trampa. Además, de seguro cojen con los calcetines hasta arriba. Bueno, esta historia familiar se trata de uno de esos degenerados.

La risa 4. Ese tipo de degenerados que se quieren casar, un cuento de Carlos Sánchez Morán
«Todo comenzó, como buen drama nacional, en una cena de Navidad». Imagen: Freepik

Todo comenzó, como buen drama nacional, en una cena de Navidad donde sólo cinco de los diecisiete invitados se hablaban entre sí. Los demás se dividían en yo nomás me llevo con el de la izquierda pero no con el de enfrente y el de la derecha está para pasarme los romeritos y sin vernos a los ojos, hasta ahí. Claro, todo comenzó cuando a la esposa del sobrino se le quemó el pavo, algo que resonó profundamente en la abuela y su hermana, quienes comenzaron a acusarse mutuamente de ser unas colita caliente por haberse arrebatado a un fulano entre ellas un par de ocasiones. Y ya todo babeado, jiu. Qué risa, ¿no?

En serio, ¿qué es de mí el sobrino de un primo? Bueno, entonces yo estaba observando la dinámica cuando sentí el rozar de pierna del cuatito este, mi primo unos siete años más grande que yo. La verdad es que no sabía muy bien qué pensar. Parientes, la cena, mis instintos despertando, la sidra (no debieron darme sidra), el frío, nadie pelando a nadie. 

Y pues ahí sentí exaltación, con una dosis de que eso estaba mal. Fui al baño, ahí me topó, mientras sucedía aquello tuve el flashback tipo Vietnam de que no era la primera vez que me pasaba, me convencí de que debía disfrutar lo malo y la maldad me perdonaría la vida. Contado así no es cosa de risa, ¿verdad, verdad? Muchas veces recordé que este patán me prometía matrimonio en el mero acto jarioso. O sea, ¿cómo? Yo me caso, yo te cumplo, vámonos juntos, me decía, y luego acabó, pero para mí no se terminó nunca.

Risa, dios, feliz Navidad…

Si una permite que se cumplan las promesas de un dios triste, llega el momento de poner en práctica una o dos cosita aprendidas en el camino. Es fea esa sensación de haber despertado en un lugar extraño al lado de cualquier güey, o peor, sin nadie al lado ni ropa ni bolsa ni toalla de baño con la cual envolverse. La recepcionista del hotel es una cruel maestra, ajá. 

Así que volví a una cena de Navidad con ese despertar espiritual de mi lado y llegó mi primo con su quesque sobrino, porque las más viejas de la casa nunca se habían tragado el cuento de que se lo habían dado a criar de muy chiquito. Y bueno, tenía casi la misma edad que yo de cuando este hijodeputa me topó afuera del baño en aquella última cena. No debieron darme sidra ni dejar de ponerme atención, yo era muy chica, creo. Pero así son las familias, ¿no? Ay, qué risa. 

La risa 4. Ese tipo de degenerados que se quieren casar, un cuento de Carlos Sánchez Morán
«Salimos al frío de invierno y me traje una botella». Imagen: Pixabay

Sí, qué risa porque le rocé la pierna al muchachón y pues sí sentí que la exaltación se apoderaba de sus pantalones. Pero yo no me lo llevé al baño, ni que fuera cómo mi primo, sino que a media comilona, mientras todos tragaban sin masticar y nadie se hablaba, salimos al frío de invierno y me traje una botella de whisky barato que ahí tenían. Y bueno, ya conozco un par de lugares, nadie iba a preguntar si el joven tenía credencial para votar, ¿cierto?

Y aquí estoy. Fumo en ocasiones muy especiales, me dio un poco de risa, pero me va a dar más cuando le llame a mi primo. Vamos a jugar a algo que se llama Encuentra a tu sobrino-hijo pedo hasta la madre y encuerado en un bonito hotel en veinticinco de diciembre. 

Qué risa, ¿no?

@condesm

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