No fue cosa de risa lo que nos sucedió con el metódico asesinato perpetrado en el número veintidós de la avenida de los Cobres. Era un caso cerrado. O eso creía yo hasta esa llamada del forense que terminó con mis horas de esparcimiento y dio inicio a una nueva jornada de investigaciones para dar con el verdadero responsable.
Pecado, oye, Pecado, necesito tu ayuda. Me están arrestando por el caso del Maruchan, gritó Paco a la mitad de la noche mientras yo ya estaba acomodado en uno de los gabinetes del bar El Tecolote a punto de comprarle una rosa a la dama que me acompañaba.
No digas despropósitos, Paco, y tampoco andes poniéndole apodos a los muertos, bastante tenemos con los vivos y con el favorcito que me hiciste al inventarme un mote. ¿Qué es eso de que te están arrestando? Mira, antes de que te consignen, me regreso, estoy a tres calles, ya sabes dónde.
Pues claro que ya sé, con una cariñosa del Tecolote y a dos de salir bien fichado, salte ya, ahorita mismo…
Colgué el teléfono. ¿Ya te vas, mi ojitos de quesadilla?, se burló de mis peculiares rasgos orientales ese maldito viejo ciego que vende chocolates y flores de plástico en el bar. No intentes pasarte de vivo, Esqueleto, no estoy para juegos, respondí y caminé lo más rápido posible.
Nunca me paso de vivo, musitó a mis espaldas. Después, para él todo fue risa.
Si Paco no fuera el mejor en su campo, el forense más hábil del país, nadie soportaría su manía de asestar sobrenombres. Mientras caminaba, iba recordando la trágica historia del agente Juan Manuel González, un hombre llamado a convertirse en director, pero cuya carrera fue truncada por aquellas malas artes.
La terrible falta del agente González fue no poder peinarse bien ya fuera de lado o de raya en medio debido a una extraña disposición de su cuero cabelludo que sólo le permitía quedar entre ambos estilos, ganándose así la saña del pícaro, quien eligió para su víctima el alias de Agente Tres Cuartos.
Y mientras crecía profesionalmente Tres Cuartos, perdón, González, más se arraigaba el apelativo. A pesar de haberse rapado, de usar boinas y sombreros, nunca más lo conocieron por su verdadero nombre. Un mal día perdió los nervios y buscó ahorcar a Paco, por lo cual fue detenido para ser llevado ante la comisión de justicia, donde se le destituyó con baja deshonrosa. La última vez que supe de él, se dedicaba a grabar videos con consejos para controlar la ira.
En el caso que nos atañía, supuse que el apodo impuesto a la víctima se debía a que se le encontró colgado de los pies y sumergido de cabeza en un tanque de almacenamiento de agua. Había sido cuidadosamente afeitado y embadurnado con especias, una gran cantidad de ellas, y mantequilla. Amordazado y cegado por un antifaz, El Maruchan falleció debido a la asfixia por inmersión, eso fue lo que dictaminó el médico legista que efectuó el peritaje en el sitio.
Luego del levantamiento del cuerpo tras jalar la cuerda con que lo metieron al agua, comencé a investigar huellas, además de los signos de violencia en la escena. En definitiva, tenía un sospechoso.
Hace doce años, marzo quedó marcado por el homicidio del repartidor de quesos cuyo error fue echar a perder el cargamento de un exquisito gorgonzola que transportó junto con helado servido en cáscaras de naranja sólo por ahorrarse una vuelta y llegar a tiempo con su novia celosa. El cuerpo se encontró desmembrado y empacado en envoltorios de distintos quesos cuajados en una planta de Chalco, Estado de México, pero recibidos en una distribuidora de la capital. Por lo tanto, el caso era nuestro.
El entonces comandante Feliciano Dorantes Tziu, orgulloso oaxaqueño serrano de rasgos fundidos en cobre con oscura mirada penetrante, tomó las riendas, llevando la investigación en estricto apego al protocolo. Sin embargo, se encontró en un callejón sin salida cuando sus expertos dejaron que el moho de los distintos quesos se adueñara de las pruebas. Entonces apareció un joven Paco, recién graduado pero con un extraordinario sentido para la criminología.
Sentado al fondo de la sala de autopsias leyendo los resultados del beisbol en el periódico La Afición, pues los más experimentados tenían al novato en la banca, se ganó pronto la confianza del comandante Dorantes Tziu, quien ahora apunta a llegar a fiscal de la ciudad, mucho gracias a ello.
Vinagre y una jerga ciento por ciento algodón, es lo único que necesitas, instruyó Paco sin separar la vista del papel. El comandante, desesperado, ordenó que lo intentaran. Hubo descalificaciones, refunfuños, pero su técnica resultó.
A partir de ello, el análisis condujo a un hombre cuya obsesión con la cocina y el esnobismo lo convirtió en una temperamental estrella de la gastronomía, pero dominada por un trastorno egomaniaco y psicopático. Ni siquiera se esforzó en cubrir sus huellas en la planta ni se deshizo de sus cuchillos. Se creía intocable, pero su notable cojera terminó por hundirlo cuando se compararon sus improntas con aquellas halladas en el lugar del asesinato.
Fue El Chorrito, estoy seguro, mira el caminadito, me dijo Paco cuando reuníamos la evidencia. ¿El Chorrito, cuál Chorrito?, pregunté cándidamente. Pues ese güey que cuando pasaba por acá hacia los interrogatorios se hacía grandote y se hacía chiquito.
Paco, creo que eres un imbécil de primera con tus malditos apodos, pero también sé que tienes razón. Informemos al comandante Dorantes, terminemos con esto de una vez antes de que se te ocurra otra payasada y nos echen a los dos.
Bueno, se resignó, no diré nada sobre el Avenida Bucareli. No lo digas, Paco, en serio, cierra de una vez el hocico.
Bueno, el comandante Bucareli.
Paco, de veras.
Qué no ves que el cuate sí está entre Juárez y Cuauhtémoc.
Pinche Paco.
Ese fue el inicio de una exitosa carrera del comandante Bucareli, perdón, Dorantes Tziu, de la mano del extraordinario forense. Seguramente sabe que él lo bautizó como el Avenida Bucareli, pero resistió la tentación de echar a Paco o desaparecerlo, desde luego, pensando que un día llegaría a la fiscalía federal. Es más, se aseguró de tenerlo contento con equipo, salario, vales de despensa. Ya saben.
Por esas épocas comencé a aficionarme al bar El Tecolote. Luego del trabajo y resolver casos más rápido gracias a la ayuda del médico, tenía tiempo de charlar con alguna dama a la cual invitarle una copa mientras me hacía compañía, y ya saben, risa, alegría, algún roce indiscreto, propinita incluida.
Pero el caso de El Maruchan nos dio mucho qué pensar desde el principio. Sabíamos que El Chorrito seguía en prisión, ahí cocinaba mientras purgaba su condena y que el apodo y su historia habían trascendido las rejas. Sin embargo, tenía un compañero de celda, Juan Morales Chávez, quien había obtenido su libertad un par de semanas antes del asesinato del Maruchan.
Mientras yo iba a buscar a Morales Chávez, el cuerpo fue trasladado a la sala forense. Resultó más sencillo de lo que esperaba y eso siempre me deja un mal sabor de boca.
Este maldito chaparro no fue, Pecado. Cómo crees que iba a poder colgar al Maruchan. Velo, está todo ñango. No, no hay manera.
¿No será que leíste el expediente penitenciario y tienes envidia de que no fuiste tú el que le puso el sobrenombre al señor? No hay de qué avergonzarse, Paco, no siempre puedes ser el mejor ni el primero, le dije para luego leer unas líneas de la carpeta. Morales Chávez, alias El Enano Jarioso. Sentenciado a ocho años por insinuaciones que configuraron agresión sexual contra una agente de Tránsito.
El tipo era un pútrido acosador y había arrastrado su mala fama desde la escuela secundaria, pero no correspondía con el perfil de un asesino. Es más, el día que una mujer aceptó sus obscenos galanteos, se quedó congelado, eso constaba.
Sin embargo, todo estaba contra El Enano Jarioso: en su mugriento cuarto de hotel tenía cuerda de la misma marca encontrada en la escena, especias idénticas, mantequilla sin sal como la untada sobre la piel del pobre tipo. ¿Conocía al Maruchan? No exactamente. Tuvieron todo el contacto posible entre un garrotero de restaurante caro y un tipo al que apenas le alcanzaba para pagar agua en Polanco.
Ya no puedo volver al tambo, no, no, no, por favor, no, chilló retorciéndose El Enano Jarioso cuando lo interrogamos. Sí, estábamos el ahora director Avenida Bucareli, perdón, Dorantes, y yo en la sala con el sospechoso. Supuse que la curiosidad del Bucareli se había encendido al ser una muerte relacionada con el caso que le abrió las puertas del ascenso.
Yo no fui, sólo… no fui, salí del tambo, cené en un lugar que me dijo El Chorrito y ahí pedí trabajo, pero me batearon.
Entonces enfureciste contra el garrotero y lo metiste en un tinaco, ¿no?, se adelantó el director y el hombre se hizo incluso más pequeño, terminó por confesar todo.
El informe de Paco señaló que, efectivamente, los brazos del Enano Jarioso aún mostraban las quemaduras provocadas por el correr de la soga al colgar al hombre sazonado. Entre las partículas recogidas de sus uñas estaban los ingredientes exactos de la receta, células epiteliales del hoy difunto. La suerte estaba echada.
Luego de las setenta y dos horas de rigor, El Enano quedó sujeto a proceso por homicidio agravado, ya no iba a salir. Yo tomé mis días de descanso y el sábado entré a El Tecolote para bajar tensiones a mis anchas con las muchachas. Pero fui interrumpido por la llamada de auxilio.
Paco sin risa y el perverso juego de El Chorrito
Paco nunca se reía de sus fechorías en la cara de sus víctimas. Sin embargo, de forma casi imperceptible las comisuras de los labios del lado derecho se jalaban luego de inyectar una pesada dosis de veneno con cada apodo. Era la escurridiza sombra de una risa poderosa.
Sin embargo, en ese momento no había ni asomos de tal carcajada escondida. Pálido, con semblante compungido, lo tenían sentado en una de las sillas donde se abandona a los detenidos para que sientan el rigor de la fiscalía. Nadie hace nada por ti, nadie te atiende, pero estás vigilado, lo sabes, y escapar es imposible.
Pese a que el forense sabía todas esas mañas intimidatorias, no resultó inmune a ellas. La factura era grande y apenas comenzaba a pagarla. Me le acerqué, parecía un niño extraviado en supermercado pensando que sus padres habían huido. ¿Viste la carpeta? ¿Cómo viene?
Dicen que lo hice todo para incriminar al Enano, que pasé por alto pruebas que me señalarían como culpable, se están inventando una historia donde yo conocía al Maruchan, que nos odiábamos.
¿Y lo conocías?
Claro que no… No juegues, Pecado. Sácame de esta y te juro que nunca vuelvo a decirte así, de veritas que a nadie le vuelvo a poner un apodo. Por favor…
Haz ese pacto con Dios, Paco, porque no te creo nada. Pero ándale, te voy a echar la mano sólo porque esto huele mal y he llegado a tenerte aprecio luego de tantos homicidios trabajados. Por lo pronto, pide la duplicidad del término para la vinculación a proceso, vamos a darnos tiempo para saber qué está pasando.
Desde luego, mi primera pregunta fue ¿a quién le conviene incriminar a Paco? Luego, ¿por qué? En mi experiencia, la gente asesina por idiota. Si alguien mata en defensa propia, pues no hay de otra, o si estás en la guerra o un cuerpo de seguridad cumpliendo el deber, ¿pero a poco no puedes simplemente dejar a un infiel o trabajar más para recuperar dinero robado? ¿No pueden aguantarse las ganas de agarrar a batazos a un baboso que le pegó al carro? ¿Por envidia a un hermano, por los terrenos, porque alguien les sacó la lengua? Sólo los idiotas asesinan.
Así que estaba buscando a uno que se sintió ofendido o herido por Paco, porque aquí había cualquier cosa menos un asunto de dinero. Lo dicho, estaba buscando a un idiota. En este caso en específico, un idiota que odiara a Paco. Carajo.
Desde luego, podía hacer una larga lista. El Trapito, quien parecía tener piernas de tela al jugar futbol en la liga de la fiscalía; El Piru, un pobre asistente de apellido Jaso que se le atravesó al demontre de médico, quien no perdía oportunidad de juntar el mote con el apellido; El inmortal, el encargado de la limpieza en el piso, cuya displasia de cadera lo hacía renguear cuando trapeapa y, desde luego, nunca iba a estirar la pata. La rellenita secretaria llamada Dora, conocida ahora como La Policía Federal, porque, decía el infame, ella agarraba puro delincuente… Podría seguir, pero no me daría la vida.
En ese momento, sólo los cercanos al caso con apodos asignados por Paco eran sospechosos y yo tenía menos de setenta y dos horas para averiguar qué pasaba. Decidí ir a hablar con El Chorrito. Sabía, literalmente, de qué pie cojeaba.
El famoso Pecado, es un gusto recibirlo en la mesa del chef, me dijo luego de acomodar unos bancos plásticos en la cocina del reclusorio donde sirvió dos platos hondos con una olorosa sopa espesa. Pierde su tiempo si piensa que voy a incriminarme, pero me puede dar su opinión sobre el menú de hoy.
Le agradezco la invitación, pero en mi dieta no están los trozos de persona que puede preparar un asesino, reviré mientras fingía ignorar la mueca agria del reo cuyo uniforme lucía la cifra “772544” muy cerca del corazón.
Yo no preparo nada con carne de tercera, incluso su forense con suerte debería saberlo. Soy un gran chef. A pesar de los ingredientes de los que me proveen en prisión puedo hacer delicias que lo volverían loco del gozo, estos cavernícolas nunca volverán a probar tacos de esquina si algún día salen de aquí.
Pues eso parece vómito prieto de borracho, de hecho, yo no creo que usted haya matado o mandado a matar a la víctima. Comparado con esto, aquel pobre cadáver estaba mucho mejor cocinado que esta sopa horrible. Es más, creo que el Enano Jarioso actuó solo, tal vez aprendió algo en esta cocina y luego… emprendió.
El Enano no es capaz de sostener un cuchillo, no podría urdir una receta mortal y ejecutarla sin distraerse con cualquier escoba con falda que se le atraviese. Simplemente, sin mi genio no podría…
No, ¿verdad? No podría. Confiese de una vez, usted envió al Enano a asesinar al garrotero por alguna de las vegancitas que acostumbra. ¿Qué hizo el pobre infeliz, dejó enfriar una sopa, tiró un plato? ¿Por qué lo mataron?
Yo estoy en prisión, agente, no voy a salir. Tal vez si tuviera mejores instrumentos, se me permitiera el acceso a cuchillos, no sé, tal vez podría hablar de lo que sé sobre el Maruchan, dijo El Chorrito mirándome de soslayo. Piénselo, Pecado, tal vez todos salgamos ganando.
¿Todos?
Ahí le dejo el plato, aunque no creo que los custodios dejen que se lo lleve, me advirtió y se dio la vuelta. Este tipejo estaba involucrado, hasta sabía el apodo que le había puesto Paco al muerto e intentaba negociar. Bien valían unas ollas y sartenes para zafar al forense de esta, pero me dejó preocupado. Todos podíamos salir ganando, me dijo. ¿Cuántos somos todos?
Tres Cuartos y sus videos
Le di play…. El impulso incontrolable no comienza en el momento de querer arrancarle la cabeza a alguien, no comienza en el momento de apretar los puños, cuando la vista se te hace de túnel y sólo puedes mirar el cuello de tu objetivo. No. Eso es la explosión, la cuarta fase, y al llegar a esa etapa, ya es demasiado tarde, uno no puede detenerse y acaba bañado en la sangre de sus enemigos…
Así arrancaba el “Tutorial Para Eliminar La Ira 1000% E-fec-ti-vo” que el agente Tres Cuartos, perdón, el ahora maestro González había subido hacía un año a YouTube y del que se registraban más de trescientos cincuenta mil likes. Pese a su popularidad, fue sujeto de desmonetización debido a instruir sobre formas para asesinar, y que hacían notar su formación en los separos capitalinos y las jaulas de Tlaxcoaque. En verdad pretendía dar ejemplos de cómo no se debe actuar en los momentos culminantes de la furia, pero se exasperaba rápido.
…Porque entonces lo abrazas del cuello y en vez de hacerle una llave, te decides a darle con el talón de la mano sobre las fosas nasales hasta que se le hundan, ándele por pinche ojete y andar jodiendo a los compañero que nada te habían hecho…
El modelo anatómico utilizado para demostraciones era reemplazado casi cada episodio, sobre todo el de aquel, que resultó un éxito de vistas. La risa era una constante en los comentarios.
Me recibió fríamente. En la conversación para hacer la cita advirtió que tenía prisa, iba a transmitir en vivo y su tiempo era oro. Me miró, no me dio los buenos días, pero cuando entré a su departamento dispuso dos tazas para café. Tengo estevia, ofreció, no sé cómo defiendes a ese infeliz, te puso un apodo peor que el mío.
Nunca consideré tan malo que me dijera así, González. Tengo los ojos un poco rasgados y no suena mal que me llamen Pecado cuando estoy en algún lugar de ambiente para bailar. Dime algo, González, ¿en qué fase de la rabia estás contra Paco?
Eso ya pasó, ahora me dedico a otra cosa, gano bien, mis seguidores piden más y más videos. Ya casi alcanzo a los Relatos del Terror en likes… los malditos Relatos del Terror, musitó Tres Cuartos hundiendo el rostro en el pecho con una mueca agria que ensombreció el ambiente.
¿A poco no le ves cara de Paco al pobre monigote que usas en las demostraciones de tus grabaciones? ¿O del director Dorantes, que no te defendió en la comisión y dejó que te echaran sin nada? Vamos, González, nunca pudiste acabar de tragarte ese asunto y eres bastante rencoroso. Qué dices si terminamos con esto de una vez, te aseguro buen trato, ni siquiera te voy a esposar y entras a la declaración con tus cosas. Me espero a que te despidas de tus seguidores con un video corto, tengo afuera el auto.
A lo mejor sabes convencer muy bien a las ficheras de El Tecolote, pero yo no soy una de tus muñecas de tres pesos ni este es un bar de mala muerte. Ya deberías dejar esto por la paz, sabes que tu amigo no vale la pena y nadie va a hablar sobre esto. Quizá debas mirar más alto, para que te convenzas de que hay justicia divina.
Pues yo tampoco soy uno de los chamacos babosos que te aplauden así nomás, te prometo que voy a saber qué pasa.
Nos encaramos.
Malamente para ambos, no había detenido el Live que estaba probando antes del encuentro y muchos de sus fans presenciaron la conversación, pero sin sonido porque no supo prender el micrófono, por lo que conjeturaron cualquier cosa en redes y hasta inventaron el hashtag la TensiónSexualEntreGonzálezyelChino…
Cara a cara con El Bucareli
Claro que cuando regresé a la fiscalía todos ya sabían del encuentro con Tres Cuartos y de la calumnia que se esparció en las redes sobre una supuesta relación de tipo carnal entre nosotros. Los compañeros guardaron su risa socarrona cuando me vieron pasar, pero se les notaba. Cómo carajos se le puede ocurrir a alguien que eso es tensión sexual. Pero en ese momento no tenía de otra que acabar con lo que estaba haciendo, ya sólo contaba con veinticuatro horas, después Paco sería insalvable para mí.
No es fácil acusar a un director de área, en este caso menos con alguien de la reputación de Feliciano Dorantes Tziu, El Bucareli. No sólo era implacable en las investigaciones y el protocolo, tampoco había nadie que se atreviera a hablar sobre algún mal manejo, nunca un testigo acusó alguna irregularidad ante Derechos Humanos. Estaba sospechosamente limpio, y eso quiere decir que su alma se encontraba podrida por completo.
El plan para abordar al director debía ejecutarse de forma quirúrgica, simplemente apretaría los botones necesarios y con eso vigilaría sus reacciones. A lo mejor me conducía a algo que estaba pasando por alto o, en todo caso de que él hubiera ordenado el homicidio y la trampa para Paco, acorralar a sus subordinados y que los dejara pagar por él. Lo importante era sacar al forense antes de que fuera carne de prisión.
Gracias por recibirme, director. No le quitaré mucho tiempo, dije al presentarme en su oficina en el tercer piso del edificio.
No hay de qué, yo sé que no me va a quitar mucho tiempo, agente. Sé que está preocupado por su amigo el forense, pero hay cosas que no se pueden negar y a veces uno piensa que la gente es buena cuando no lo es. Mire, don Paco es tan bueno en su trabajo que pensó que no iban a cacharlo en sus trampas, así que este es un asunto cerrado. Vaya a descansar, hombre, al Tecolote a relajarse. Es más, salúdeme al Esqueleto, dígale que lo recuerdo con mucho cariño.
Y eso fue todo.
Ni siquiera pude disparar, de pronto ya estaba yo del otro lado de la puerta, indefenso. Había sido expulsado de algún lado y no sabía cuáles eran las consecuencias de ello. No sabía adónde acudir ni cuál sería el siguiente paso para mí y para intentar algo. Entonces mejor le tomé la palabra al Bucareli y me fui al Tecolote, tal vez ahí pudiera pensar en algo.
Una charla con El Esqueleto
Cómo serás maje, Pecado, si nomás los pusiste en advertencia y además, para titularte de tarugo, seguiste al pie de la letra las instrucciones para que el Bucareli te ponga una trampa. Hasta me recuerdas a un atarantado que a veces viene a darse la vuelta.
Bueno, ya, no me regañes. Oye, Esqueleto, ¿por qué te mandó a saludar El Bucareli así con tanta familiaridad?
Porque el muy bruto aún cree que un día me va a ver en la calle y me va a echar el guante o va encontrarme aquí vendiendo chocolates y rosas y no me le voy a desvanecer al salir por esa cortina de terciopelo.
Bueno bueno, luego me explicas tus rollos con él. Entonces, tú crees que me están esperado afuera para desaparecerme, ¿no?
No, Pecado, yo apostaría por que andan sembrándote otro muertito en tu propia casa, yo que tú me largaba de una vez o me quedaba, mira que de aquí nadie te corre y puedes limpiar mesas, servir tragos, vender chocolates…
No, creo que no me ha llegado la hora, pero gracias, Esqueleto. Sólo necesito un enchufe para tener la pila al cien.
Un rato después, caminé hacia el pequeño departamento que he rentado por más de una década en Allende casi con Perú. Miré si alguien me seguía, pero de seguro ya estaban adentro. Como siempre, pensé que debería haber ido a las luchas en vez de al Tecolote, abrí la puerta del edificio y saludé al pequeño gato negro que siempre anda por ahí.
Antes de franquear la puerta saqué el teléfono, hice como que no había visto a al menos dos intrusos en las penumbras, así que conecté el aparato como teniendo mucha prisa, fingiendo que se había acabado la pila. Lo puse a cargar y volteé hacia los invasores.
Ya estás atorado, Pecado, nomás llamamos a la patrulla de la esquina y te carga el payaso con ese cadáver fresco al lado de tu cama. También podemos deshacernos de ti de una vez, amenazó el ex agente Tres Cuartos.
Desde una sombra aún más espesa se escuchó la voz del Bucareli. Esta es tu oportunidad de salvarte, dejas que le pase lo que le tenga que pasar al doctorcito y luego, cuando me asciendan, te vas de comandante. Así funcionan las cosas. Lo que sí de veras no entiendo es por qué te metiste a defenderlo si ni de tu familia es.
Yo lo que no entiendo, director, es por qué les pica tanto la cola Paco como para querer meterlo a la cárcel. Saben que no sobrevivirá ahí, ¿los apodos son tan hirientes?
Serás ingenuo, Pecado, el único forense que puede descubrir algo en mis archivos es Paco, y aunque no espero que haya pruebas, mejor me cubro y no lo dejo a la suerte. A los demás sí les basta con verlo pudriéndose en la cárcel por los apodos, González que mató al Maruchan con la receta del Chorrito, Jaso, la secretaria, incluso el de limpieza, todos aportaron para que esto sucediera, así que no lo vas a echar a perder con tus idioteces. Y como parece que no vas a cooperar, vamos a llamar a la patrulla de una vez.
Y cuando tumbaron la puerta entraron patrulleros, agentes, algunos reporteros y varios chicos que grababan con sus teléfonos. Todo había dado resultado. Nos llevaron a la fiscalía, donde separaron del cargo al Bucareli y le iniciaron proceso, así como a todos los involucrados en la trampa.
Verán, el asunto del Live tiene varias aplicaciones y una de ellas es la denuncia. Para que todo salga bien, tienes que prender el micrófono antes de transmitir, colocar el teléfono de una forma correcta y haber advertido a los seguidores de Tres Cuartos de un programa especial de medianoche donde podrían ver la tensión sexual entre González y el Chino, en vivo, todo desde mi propia cuenta.
Por eso cuando vi tantas luces de celulares tras el derribo de la puerta, pude respirar tranquilo, pero sólo por un momento, porque a eso siguieron los miles de comentarios en redes sociales, las muchísimas quejas por haberlos engañado al no mostrar «el delicioso» y muchos, que con risa, decían: eso qué jajajaj.
Paco fue reivindicado y para celebrarlo fuimos a convivir al bar del Tecolote.
Míralo, si no eres tan maje como creí, mi Pecado. Aún tienes esperanzas. Y tú, Paco, qué te tomas, muchacho, no te veía por aquí desde una vez que sacaste al Gato casi a rastras.
Pues no, no soy tan maje, Esqueleto, pero tú no me crees que soy un buen detective, un buen agente y si no dicen mi apodo completo, hasta me tienen respeto. La verdad, Paco, no está mal eso de Pecado, pero cuando me pusiste El pecado de Oyuki sí te pasaste.
Es que tienes ojos de quesadilla, manito, interrumpió el Esqueleto.
Ni te quejes, pude haber sido peor. Pero me salvaste, Pecado, y por eso nunca más voy a revelar tu apodo completo a nadie más, juró Paco.
Aunque no me impresionaste con tu mote de El Maruchan para el pobre garrotero que mataron esos infelices. Que le hayas puesto así a alguien que apareció como sopa, pues la verdad no tiene chiste, no da risa.
Es que ese no era el chiste, reviró Paco, ¿no lo viste completo, Pecado? Le puse Maruchan porque para su altura salió con el camarón chiquito.