Probablemente no haya género que llene más las librerías actuales que el policiaco. Las razones son muchas y se relacionan tanto con su origen como con sus posibilidades comerciales. No es absurdo considerar al género como la evolución de la novela de aventuras de los siglos anteriores: aquellos libros que servían de entretenimiento mientras creaban personajes importantes, haciendo (o no) despliegues de recursos literarios. A veces se olvida que una de las principales condiciones de posibilidad de la ficción es la de contarnos historias, más allá de complejos andamiajes formales. Que éstos se encarguen de embellecerlas o de sumarles ese extraño barniz donde descansa la calidad literaria, es un asunto por demás relevante, pero no por fuerza el primero.
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Así que el género policiaco (o noir, o thriller, o negra, o como quiera que se le apode dentro de márgenes más bien difusos) ha ampliado sus dominios dentro de la oferta narrativa. Sin embargo, las diferencias existentes entre las grandes novelas clásicas y los mundos distópicos hasta los que ha llegado, parecen estirar demasiado al género. ¿Qué tienen en común la campiña inglesa donde se investiga un homicidio producto de la avaricia con la búsqueda de un presunto culpable capaz de pasar a través de realidades alternas? En un afán de optar por una respuesta: un crimen y el proceso de investigación del mismo.
Es ese misterio, el desvelamiento de las pruebas, lo que consigue atrapar a lectores que se dejan llevar a una Suecia nada idealizada, a un Estados Unidos aún más violento, a una Sicilia llena de pequeños restaurantes o a cualquier paraje, que para enumerar novelas policiacas bien podríamos llenar tomos de inexistentes enciclopedias.
Crimen, investigación y misterio. Tres componentes que van sumando otros, relacionados. Hasta que algo no termina de cuadrar.
Seis Cuatro (Editorial Alfaguara, 2021) ha roto todos los récords de ventas en Japón. Pensar en lo que implica vender un millón de ejemplares en una semana, de un libro de más de seiscientas páginas, provoca cierto escozor. Sobre todo en México (habrá que revisar bien los archivos, pero es probable que nunca se hayan alcanzado esos niveles). El responsable es, claro, una novela policiaca. Pero no es del todo común.
De hecho, parece ir un poco contracorriente. El protagonista, Yashinobu Mikami, no es un policía investigador. Está a cargo de las relaciones entre el departamento y la prensa. Es ahí donde parece desarrollarse el mayor conflicto de la historia, en esa tensión que existe entre esos dos grandes grupos de poder. El qué tanto la policía le puede decir a la prensa, qué tanto puede confiar en ésta para que no revele material sensible y alguna otra sutileza es donde reside la tensión dramática de Seis Cuatro. No es algo que suene demasiado intenso.
Claro está que a esa primera trama se le suma otra, la de un caso, el que le da nombre a la novela, que está a punto de prescribir. Hace catorce años y fracción, la hija de un matrimonio fue secuestrada. Pese a que se pagó el rescate, la asesinaron. Nunca encontraron al perpetrador. Por asuntos concernientes más a la política que a la justicia, un importante comisario de Tokio ha decidido presentarse en casa del padre de la chica asesinada para asegurarle que la investigación no ha concluido. La labor de Mikami es que esto, en efecto, suceda.
Es decir, el protagonista no está a cargo de resolver el crimen. Y nadie parece estarlo. Lo que se busca es que la política funcione. En otras palabras, los primeros dos grandes conflictos que permean a lo largo de la novela se relacionan con lo que se puede o no decir a la prensa y con la política. Existe uno más: la hija de Mikami lleva varias semanas desaparecida. Tanto él como su esposa temen que esta desaparición esté vinculada con lo sucedido hace década y media aunque las diferencias son claras. Esta desaparición, sobra decirlo, bastaría para mantener en un estado de angustia existencial al protagonista. Pese a ello, no se permite el lujo de ser laxo en el cumplimiento de su deber.
Me queda claro que, sintetizada como está, la novela no parece muy atractiva. Quizá no lo sea en ese plano, el de la historia llena de avatares y vaivenes; eso que la aproximaría a sus parientes de aventuras. Sin embargo, la forma en la que se va desarrollando la tensión dramática dentro de esta novela, muy a cuentagotas, muy con conflictos que lo son más para el personaje que para el lector, consigue meternos en una suerte de remolino lento, del que nos va jalando sin fuerza, pero de forma continua hasta que, sin darnos cuenta, ha terminado por tragarnos.
El resto de los accesorios que suelen acompañar al género están presentes. Lo más importante, si acaso, es cómo la novela nos va cargando la espalda y los hombros, contagiándonos de un padecimiento que se agradece. Seis Cuatro es una novela policiaca que no se parece a otras y eso, en una época de saturación del género, resulta bastante atractivo.